Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- Desde tiempos inmemoriales, la mujer ha llevado la carga y el cuidado del hogar, asumiendo con amor y dedicación el manejo de los aspectos cotidianos que conforman la vida familiar. Por otro lado, el hombre tradicionalmente ha desempeñado el rol de proveedor, trabajando fuera del hogar para garantizar la estabilidad económica.
En la actualidad, los cambios sociales, económicos y culturales han transformado profundamente esta dinámica. La mujer, en muchos casos, ha tenido que abandonar el hogar no solo para contribuir económicamente, sino también para asumir, de manera simultánea, las responsabilidades de cuidado y manejo del hogar. Este doble rol puede parecer abrumador a simple vista, pero no representa una amenaza para la estabilidad de la familia.
Muy por el contrario, este nuevo modelo de distribución de responsabilidades ha permitido un balance en el peso de las cargas familiares. Al compartir las responsabilidades económicas y domésticas, tanto hombres como mujeres tienen la oportunidad de fortalecer los lazos de respeto, apoyo mutuo y colaboración dentro del núcleo familiar.
Además, esta dinámica no solo equilibra las cargas, sino que también abre mayores oportunidades de avance para toda la familia. La participación activa de la mujer en el ámbito laboral no solo incrementa el ingreso familiar, sino que también establece un ejemplo de esfuerzo y resiliencia para las generaciones futuras.
Sin embargo, para que este balance sea efectivo, es necesario que ambas partes estén comprometidas con la equidad y el respeto. El hombre debe ser consciente de la importancia de compartir las responsabilidades del hogar, mientras que la sociedad debe avanzar hacia un reconocimiento justo y equitativo del valor del trabajo doméstico y profesional realizado por las mujeres.
Este cambio en los roles tradicionales no debilita a la familia, sino que la enriquece, permitiéndole adaptarse a los retos de la modernidad y prosperar en un mundo cada vez más complejo y exigente.