El PRM cumple diez años: Quién ocupará el vacío

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POR MARINO BERIGUETE

Era un sábado cualquiera. Mientras regresaba del supermercado, las bolsas repletas de productos, las bajaba del carro y se balanceaban en mis manos con el peso de lo inevitable. Pensé en la política, en su ritmo vertiginoso, en su persistente vocación por el desgaste. Pensé en el Partido Revolucionario Moderno (PRM), que ese día celebraba su década de existencia, en cómo una idea que nació en la fractura de otra estructura logró escalar hasta la cima del poder en menos tiempo del que tarda una generación en definirse.

Encendí la televisión y allí estaban: los discursos, la música de fondo que ya sonaba, las caras de siempre repitiendo consignas de cambio. Una década en el poder es poco y es mucho. Pocas veces una organización política sobrevive a su primer ciclo sin quebrarse por dentro. Pero ahí estaba el PRM, celebrando su aniversario con el tono de quien se sabe dueño del momento, pero también con la sombra de lo que vendrá después.

El PRM nació del desprendimiento. No de una convicción ideológica, sino del cansancio de un grupo de dirigentes que vieron en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) un organismo enfermo, corroído por la pugna interna. Era 2014 cuando decidieron darle forma a algo nuevo, aunque el apellido de sus fundadores, su ADN político, siguiera siendo el mismo. La historia de la política dominicana es cíclica: los que ayer fueron discípulos se convierten en los nuevos jefes, y los jefes de ayer terminan siendo solo notas al pie en los libros de historia.

AUTOR: Marino Beriguete – Politólogo

Luis Abinader fue el hombre de la coyuntura. Llegó a la presidencia en 2020, impulsado por el desgaste del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y la fuerza de un voto de castigo que no pedía otra cosa que un respiro. Gobernar en medio de una pandemia no fue un regalo. Se encontró con un país asfixiado, con un Estado que apenas tenía estructura para sostenerse, con un gabinete que aprendió a gobernar sobre la marcha. Y, sin embargo, el PRM logró lo que ningún otro partido en la historia reciente: reelegirse sin un trauma institucional.

Pero ¿qué sigue?

El dilema de la sucesión

El poder es voraz. No se trata solo de conquistarlo, sino de sostenerlo. Y en ese ejercicio, el PRM enfrenta su mayor desafío: la falta de un heredero claro. No hay un nombre que, con certeza, garantice la continuidad de la organización sin riesgos de fractura.

En la conversación política, algunos nombres flotan con más fuerza: David Collado, Carolina Mejía, Guido Gómez Mazara, Eduardo Sanz Lovatón. Pero ninguno tiene la estructura ni la claridad absoluta de un liderazgo indiscutible. Y eso es un problema. Porque cuando no hay un sucesor natural, el poder tiende a fragmentarse, a abrirse en disputas internas que terminan debilitando el proyecto.

Luis Abinader tiene una tarea compleja: construir una transición sin grietas, sin que la lucha por el control del partido lo termine devorando. La historia reciente está llena de ejemplos de líderes que intentaron moldear su propia sucesión y fracasaron en el intento.

Hipólito Mejía lo intentó en el PRD, y terminó con su partido dividido. Leonel Fernández intentó sostener su influencia en el PLD y, al final, terminó con una estructura paralela que hoy amenaza con desplazar a su antigua casa política.

Abinader no puede cometer el mismo error. Pero tampoco puede ignorar que el poder necesita disciplina interna. Si no establece las reglas del juego ahora, el PRM podría encontrarse en 2028 con un escenario caótico, con una contienda interna que debilite al candidato que finalmente se imponga.

Mientras el PRM enfrenta sus propios dilemas, la oposición sigue fragmentada, sumida en su propio laberinto.

El PLD, que gobernó el país durante veinte años, sigue en un estado de negación, aferrado a fórmulas que ya no le funcionan, atrapado en una narrativa de victimización que no le devuelve el favor de la gente. Leonel Fernández, con su Fuerza del Pueblo, intenta posicionarse como la alternativa, pero la política no es un ejercicio de nostalgia. El pasado no siempre es suficiente para garantizar el futuro.

El gran problema de la oposición es que no ha entendido que las campañas no empiezan el año de las elecciones. Empiezan el día siguiente de una derrota. Y si el PRM se tambalea, no será porque la oposición haya hecho algo extraordinario para desplazarlo, sino porque el propio partido en el poder haya cometido el error de confiar demasiado en su permanencia.

Quedan menos de cuatro años para las próximas elecciones presidenciales. Cuatro años pueden parecer una eternidad en política, pero también pueden pasar en un parpadeo.

Si el PRM quiere sobrevivir más allá de Luis Abinader, necesita definir su identidad más allá de su líder actual. Necesita construir una estructura que no dependa exclusivamente de su presidente, sino de una base que le garantice continuidad sin rupturas.

Si la oposición quiere ser una opción real en 2028, necesita reestructurarse, ofrecer algo más que caras conocidas y discursos gastados. Necesita conectar con una nueva generación de votantes que ya no cree en lealtades políticas heredadas, sino en propuestas tangibles.

El PRM tiene la ventaja del tiempo y del poder. Pero el poder es un arma de doble filo. Porque cuando un partido se convierte en gobierno, la distancia entre sus líderes y la gente se vuelve cada vez más grande. La arrogancia es un enemigo silencioso, y la historia ha demostrado que los gobiernos caen no por la fuerza de la oposición, sino por sus propios errores.

Hoy, el escenario político dominicano se encuentra en una especie de pausa, en una espera tensa donde nadie parece tener una respuesta clara. El PRM, sin un sucesor definido; la oposición, sin una estrategia real; y la gente, observando, esperando que alguien tenga el coraje de romper el ciclo.

La política, en un mundo en constante evolución, se asemeja a un río que nunca deja de fluir; cada corriente, cada obstáculo, cada cambio de dirección habla de la necesidad de adaptarse. En la República Dominicana, ese fenómeno se manifiesta de manera aguda. La transformación continua de la escena política no es una mera posibilidad, sino una necesidad imperativa. En este contexto, los actores políticos se encuentran en una encrucijada: elegir el camino de la innovación o quedar atrapados en la historia, como ecos de una época que ya no les pertenece.

En este entorno, la audacia no es solo valor; es una exigencia. Los líderes y partidos deben ser conscientes de que aferrarse al poder sin adaptarse a las nuevas exigencias de la ciudadanía puede llevar a su caída. La historia está llena de ejemplos de aquellos que, confiados en su legado, no lograron percibir que el verdadero legado se construye en la legitimidad y la confianza de la población. El miedo y la imposición pueden mantener un control momentáneo, pero no ofrecen la estabilidad duradera que se necesita en una democracia saludable.

El escenario actual, repleto de oportunidades, es propicio para la reinvención. Cada partido político tiene en sus manos la oportunidad de reescribir su narrativa, de acercarse a un electorado que busca autenticidad en un mundo saturado de promesas vacías. La política no debería quedar reducida a un simple juego de estrategias; debe ser un arte de conexión y empatía. Restablecer la cercanía con los ciudadanos, atender sus inquietudes y aspiraciones puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso en un contexto donde las viejas fórmulas ya no resuenan.

Esta reflexión trae consigo la urgencia de una nueva ética política: el compromiso sincero con la verdad y la transparencia. Los principales actores políticos, ya sea el PRM, la Fuerza del Pueblo o el PLD, deben entender que la opción de avanzar no consiste en perpetuar viejos paradigmas, sino en abrazar el cambio como constante. Quienes se nieguen a reconocerlo se arriesgan a ser arrastrados por la marea de la insatisfacción pública que, a menudo, se manifiesta en mecanismos de protesta y un creciente desencanto con el sistema.

No menos importante es el papel del electorado. La ciudadanía, cansada pero aún llena de esperanza, no puede seguir siendo un mero espectador. Su participación activa es esencial; el poder del voto—tanto en las urnas como en la acción comunitaria—puede ser la chispa que encienda el cambio genuino que el país necesita. La política no es solo un asunto de quienes tienen el poder, sino de todos los ciudadanos involucrados en el proceso.

Al desviar la mirada hacia el futuro, es crucial entender que lo que está por venir no se sostendrá en las comodidades y certidumbres del pasado. Se requerirá valentía y disposición para construir un futuro más inclusivo, donde todas las voces sean escuchadas y cada decisión cuente. Superar la indiferencia, el cinismo y la apatía será fundamental en este proceso.

La historia de la política dominicana en los próximos años se escribirá con la tinta de decisiones valientes, no en las sombras de promesas incumplidas. La respuesta a la pregunta de quién tendrá el valor de desafiar el statu quo y qué rumbo seguirá la política en el país depende de todos, tanto de aquellos que mandan como de quienes deciden en las urnas. Queda por verse quiénes serán esos valientes, pero lo que es innegable es que el momento de actuar es ahora.

En política, los vacíos siempre se llenan. La pregunta es: ¿quién tendrá la visión y la audacia para hacerlo?

El 2028 está en manos de los partidos políticos. Si no entienden que, en esta era de redes sociales y furia instantánea, de discursos disruptivos, la gente está harta de los mesías de turno, de los corruptos de siempre, de las imposiciones disfrazadas de democracia, se arriesgan a algo peor que la derrota: la irrelevancia.

Porque ahí afuera, en la intemperie del hartazgo, se gesta algo. Un discurso que no pide permiso, que no negocia, que no titubea. Un fuego nuevo o el mismo fuego de siempre, pero con otras llamas. Podría ser populismo. Podría ser una insurgencia electoral. Podría ser el último recurso de los que no tienen nada que perder.

La suerte está echada. Y nadie sabe qué viene después.

Hasta el próximo artículo.