Navegó como pocos en las ancestrales aguas de la nacionalidad musical cubana
POR ONI ACOSTA LLERENA – Granma.cu
Hace muchos años, Giovanni del Pino, quien fuera director de Yoruba Andabo, afirmó sobre la rumba: «Es la madre de todas las músicas en Cuba». Y si nos remitimos al estudio profundo de nuestra historia musical popular de los últimos 150 años, podemos dar fe de tal aseveración.
En los diversos procesos de ruptura que ocurrieron con la pujanza de una cultura nacional sobre los dinteles establecidos por la metrópoli española durante varios siglos, notamos no solo el desprendimiento directo en géneros específicos –como el danzón, por ejemplo– consumidos por las élites adineradas en los bailes de salón en Cuba; sino que también sucedieron, a la par, idénticas transformaciones en los estratos sociales que orbitaban fuera de ese círculo.
Una nada despreciable presencia de músicos mestizos o descendientes directos de esclavos que supieron preservar su cultura de origen, matizaría un cambio rítmico, armónico y melódico que en poco tiempo se convertiría en moda, indudablemente.
El origen de la rumba no es un secreto, y está asociado a hombres y mujeres que habitaron zonas periféricas y portuarias en varias ciudades cubanas, quienes pertenecían a cabildos o a sociedades de origen africano, y de los cuales surgieron grandes exponentes del género. Uno de ellos fue el músico Ignacio Piñeiro, no solo el extraordinario sonero que todo el mundo conoce, sino también el rumbero que tanto le aportó a ambas tendencias sonoras.
Piñeiro (21 de mayo de 1888-12 de marzo de 1969) nace en el barrio habanero de Pueblo Nuevo, en Centro Habana, y su entorno no podía ser mejor para su inserción en la rumba: siendo niño ya conocía y dominaba varios toques de los cabildos de su barrio natal, e integró en esos años un coro de claves (muy populares en Cuba entre 1880 y 1910) y luego un coro de guaguancó, específicamente dos que la historia recoge con reverencias: El Timbre de Oro y Los Roncos.
Indudablemente, esta etapa, en la que Piñeiro se desarrolla como compositor y se adentra en los secretos sonoros de la rumba, fue fundamental para su visión creativa y renovadora del son; al que llega incluso antes de integrar el Sexteto Occidente, y años después, cuando funda el Sexteto Nacional; el cual luego deriva en Septeto, por el desarrollo del formato y la ampliación que sobrevino con la inclusión de la trompeta como instrumento primordial.
Fue entonces cuando se popularizan sus grandes sones y guarachas, pero también pregones, el llamado afro-son, la rumba-son, la conga, el guaguancó y otras combinaciones; pero lo inusual fue que eran interpretadas por un septeto, y no por un grupo folclórico.
Todas fueron fruto del talento y el buen tino sonoro de alguien que navegó como pocos en las ancestrales aguas de la nacionalidad musical cubana, y se convirtió, hasta hoy día, en un obligado referente de la rumba y del son.