Por Dagoberto Tejeda Ortiz
Con bailes en el Palacio de las Casas Reales, hoy museo, la élite colonial celebraba su baile de carnaval y con un bombardeo de “Ojos de Cera” y naranjas descompuestas en las calles,
culminando esos tres días en la Plaza de Armas, hoy Parque Colón, al lado de la Catedral, con un encuentro donde las máscaras y los personajes reflejaban por momentos a una sociedad idealizada como utopía, al tiempo que satirizaba la realidad y servía como catarsis social.
Durante la ocupación haitiana la documentación encontrada no explicita lo que ocurrió con el carnaval popular y que solo fueron permitidos bailes de carnaval a la élite de ocupación.
Después de la Independencia Nacional los ajetreos de la guerra domínico-haitiana no daban
tiempo para el carnaval, con el triunfo de la gesta Restauradora asomaron manifestaciones carnavalescas populares, donde emergieron estampas “indígenas” como afianzamiento de dominicanidad, expresiones que desaparecieron por las prohibiciones del carnaval durante la Primera Intervención Norteamérica 1916-24.
En la ciudad de Santo Domingo durante la dictadura trujillista prevaleció este modelo colonial de bailes de la elite en sus clubes sociales, con desfiles simbólicas en la calle El Conde en el trayecto del Parque Colón al Parque Independencia, mientras que sectores populares de los nuevos barrios de la zona Norte de la ciudad celebraban encuentros de carnaval popular en la calle Castelar, en el área del Parque Enriquillo.
En algunos pueblos como Puerto Plata, Baní, La Vega, Santiago de los Caballeros, Cotuí, etc. los socios de los casinos salían a pie de sus casas para el baile de carnaval, exhibiéndose por las calles. El pueblo, que era solo espectador, los observaba y los aplaudía. No había desfiles organizados. Todo era espontaneo. En la coronación de Angelita Trujillo, la hija mimada del jefe, como “Reina” de la “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo libre”, aunque no era carnaval, al lado de la carroza “real” desfilaron algunos diablos cajuelos como parte de su escenografía cortesana.
Una noche de febrero de 1982, en el programa de televisión de Yaqui Núñez del Risco, (“Otra vez con Yaqui”), por Color Visión, Iván Domínguez y Dagoberto Tejeda presentaron un reportaje sobre el carnaval popular de Gualey-Guachupita, donde Milagros Ortiz Bosch, guionista del programa, mujer excepcional, de fino olfato político, al ver la grabación que habíamos hecho, expresó su admiración y su trascendencia a José Francisco Peña Gómez, Síndico del Distrito Nacional y a Rafael Subervi Bonilla, Secretario de Estado de Turismo, proponiéndoles que el gobierno realizara una revalorización y apoyara a esta manifestación de la cultura popular.
Después de recibir una propuesta concreta que elaboró Milagros y Dagoberto, Peña Gómez y Fello Subervi, acogieron la misma donde se planteaba el apoyo del Estado a los carnavales locales y la organización anual de un desfile nacional de carnaval que incluyera una muestra de todos los carnavales del país en un mismo escenario, escogiéndose al malecón de la ciudad de Santo Domingo para que se pudiera apreciar la riqueza, la identidad y la diversidad del carnaval popular a nivel nacional.Esta propuesta contemplaba lo siguiente:
a). – Que el carnaval era la manifestación nacional más trascendente de la cultura popular dominicana y que cada uno tenía su propia identidad, no siendo ningún superior o más hermoso que otro, todos eran expresiones populares de la diversidad cultural.
b). – Que el carnaval era una actividad donde el protagonista era el pueblo y por lo tanto, el
Estado tenía que apoyarlo como un derecho a la recreación y a la alegría.
c). – Que el Estado tenía que respetar la creatividad, las dimensiones democráticas, la libertad de esta actividad, sus expresiones de la tradición, la historia, la identidad, la sátira y la magia de la fantasía.
d).- Que el Estado comprendiera que el carnaval era un espacio para la afirmación y la revalorización de las esencias de la dominicanidad.
Fundamentado en esos principios, se definió una propuesta que contemplaba, entre otras
cosas, que:
El Estado, a través de los Ayuntamientos, el Ministerio de Turismo, debían apoyar
económicamente a los carnavaleros populares.
Que la figura del Rey Momo europea, debía de ser sustituido por Califé como rey del Desfile Nacional de Carnaval, personaje simbólico del contenido crítico del carnaval.
Las carrozas, reminiscencia de los Corsos Floridos de las élites, pasaran a ser figuras decorativas, con reconocimientos, pero excluidas de las premiaciones.
Las premiaciones de comparsas y personajes debían de ser clasificadas por categorías como, diablos cojuelos, tradicional, fantasía, creatividad popular, etc.
Todos los pueblos tenían el derecho de participar en el desfile nacional, sin ningún tipo de discriminación, en total libertad de personajes y de contenidos de sus carnavales.
El jurado debía estar compuesto por personas conocedoras del arte y la cultura, ligadas al carnaval sin ningún tipo de prejuicios ni discriminación ideológica- política-religiosa.
Se debía de crear un concurso anual para escoger el tema musical, al igual que un concurso de fotografías para una memoria visual.
En sus inicios, este desfile nacional de carnaval fue organizado por el Ayuntamiento del Distrito Nacional, posteriormente por el Ministerio de Turismo y finalmente, a partir del 2002, por el Ministerio de Cultura a través de la Comisión Nacional de Carnaval. Esta fue oficializada con el Decreto núm. 602-02 del presidente de la República Hipólito Mejía y reafirmada en el 2004, por el presidente Leonel Fernández.
Este desfile nacional transformó el carnaval dominicano en casi todos los pueblos del país, el cual se ha realizado por 39 años, con la excepción del 2021 debido a la pandemia que azotó nuestro país. Este desfile, único a nivel mundial ya que no existe en ningún país, históricamente se desprende del primer carnaval de América, el cual debe de ingresar al listado de la UNESCO como patrimonio oral e intangible de la humanidad.