La batalla del 19 de marzo, “El coraje de un pueblo en defensa de su independencia”

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Por Roberto Veras
 
SANTO DOMINGO, RD.- A menos de un mes de la proclamación de la independencia de la República Dominicana, el presidente haitiano Charles Hérard organizó una ofensiva militar con la intención de sofocar el grito libertario que resonaba en la parte oriental de la isla.
 
Con un ejército de aproximadamente 30,000 soldados, las tropas haitianas avanzaron por tres frentes distintos, buscando reimponer su dominio sobre el recién nacido Estado dominicano.
 
Uno de estos frentes se dirigió hacia la provincia de Azua, donde se encontraron con una férrea resistencia de 2,500 hombres al mando del general Pedro Santana. Lejos de amilanarse ante la superioridad numérica del enemigo, los dominicanos se organizaron estratégicamente y se dispusieron a enfrentar al invasor con una determinación inquebrantable.
 
El 19 de marzo, en las primeras horas de la mañana, el general Hérard desplegó sus fuerzas con la intención de lanzar un ataque devastador contra las tropas dominicanas.
Sin embargo, los patriotas, conocedores del terreno y de las tácticas necesarias para contrarrestar a un enemigo mayor en número, decidieron adelantarse. La batalla se inició en el Camino de los Conucos, donde los dominicanos tomaron la ofensiva y sorprendieron a los haitianos con una artillería bien posicionada.
 
En medio del fragor de la lucha, el cañón comandado por Francisco Soñé se convirtió en la pesadilla del ejército haitiano. Sus disparos certeros causaron estragos en las filas enemigas, dejando un campo de batalla sembrado de cuerpos y creando el caos entre las tropas invasoras. El retumbar de la metralla no solo diezmó a los soldados haitianos, sino que también quebrantó su moral, desatando el miedo y la confusión en sus filas.
 
Los comandantes dominicanos, comprendiendo el impacto psicológico que la artillería había causado en el enemigo, aprovecharon la oportunidad y ordenaron una serie de descargas cerradas de fusilería.
 
La estrategia culminó con feroces cargas a machete, un acto de valentía que terminó por sembrar el pánico entre las tropas de Hérard. Superados en táctica y en determinación, los soldados haitianos emprendieron la retirada, dejando tras de sí un rastro de muerte y desesperación.
 
La victoria en Azua no solo consolidó la naciente independencia dominicana, sino que envió un mensaje inequívoco a sus enemigos: el pueblo dominicano estaba dispuesto a defender su soberanía con honor y sangre.
 
La resistencia de aquellos 2,500 hombres frente a un ejército colosal fue un testimonio del coraje y la voluntad inquebrantable de una nación que nacía con la determinación de ser libre.