Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- Hace poco tuvimos el privilegio de visitar el recinto hospitalario que dirige el doctor Félix Antonio Cruz Jiminian cariñosamente conocido como Tonito, y lo que allí presenciamos no fue simplemente una jornada médica. Fue un verdadero acto de amor, una expresión concreta de lo que debería significar la medicina: servir, sanar y dignificar.
En una de las salas, vimos desfilar a decenas de niños operados de labio leporino. Rostros que en algún momento reflejaron dolor o rechazo, hoy mostraban esperanza. Muchos de estos pequeños, incluso de otras nacionalidades, fueron atendidos con el mismo esmero, cariño y profesionalidad que cualquier niño dominicano. Esa es la esencia de la Fundación Cruz Jiminian: no preguntan de dónde vienes, sino qué necesitas.
Estas intervenciones quirúrgicas no se logran en soledad. Médicos norteamericanos que viajan a nuestro país movido por el compromiso social se suman al equipo local en jornadas que son un testimonio viviente de la solidaridad internacional. Y aunque muchas veces estos gestos no ocupan titulares, valen más que mil discursos.
No se trata solo de medicina. Lo que se vive en ese recinto es una lección de humanidad. Mientras en muchos sectores del país la indiferencia parece haberse institucionalizado, la Fundación Cruz Jiminián continúa apostando por la compasión como herramienta de transformación social.
Vale preguntarse: ¿por qué esta labor no es replicada desde el Estado en mayor escala? ¿Por qué aún hay tantos niños esperando una operación correctiva, mientras se destinan millones a campañas vacías o a burocracias ineficientes? Si una fundación con recursos limitados puede lograr tanto, ¿cuánto más podría hacer el gobierno con voluntad política y sensibilidad social?
La obra de Tonito nos deja un mensaje claro: no se necesita poder, sino voluntad; no se necesita abundancia, sino corazón.
Gracias, doctor Cruz Jiminian, por recordarnos que en medio del egoísmo aún florecen manos dispuestas a servir.