Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- En los rincones de la historia nacional, hay vidas que nunca llegaron a tener justicia, que no se escribieron en los libros oficiales, pero que resisten el olvido en la memoria viva de los pueblos. Tal es el caso del doctor Manuel Antonio Tejada Florentino, un hijo de Salcedo marcado desde la cuna por la desigualdad, pero que desafió su destino con dignidad, trabajo y compromiso social, hasta convertirse en mártir de una época oscura de nuestra historia.
Manuel Antonio nació fruto de una relación fuera del matrimonio de Luis Florentino, un acomodado salcedense, y doña Berta Tejada, encargada de los oficios domésticos en la casa de aquel. Lejos del amparo de un apellido reconocido y del afecto público de un padre, creció bajo la sombra de las limitaciones que enfrentan los hijos de madres solteras en una sociedad dominada por el machismo y la moral católica más intransigente.
Desde pequeño, su vida fue sinónimo de trabajo duro. Fue acuatero, cuando no existía acueducto y se debía vender el agua en bidones, sacada de los arjibes. Con esa labor ayudaba a su madre a sostener el hogar. Más tarde, se formó como ebanista, y su habilidad con la madera era tal, que todavía en algunas casas de Salcedo sobreviven piezas creadas por sus delicadas manos. Ese taller que vio nacer su arte, hoy es un museo, testigo del talento silenciado de un hombre que fue mucho más que artesano.
Pero Manuel Antonio también fue músico. Su pasión y disciplina lo llevaron a dirigir la banda de música de Salcedo, llevando melodía a un pueblo que también necesitaba esperanza. Y aun con tantas responsabilidades, encontró el tiempo y la voluntad para estudiar. Se hizo bachiller, luego médico. Siguió formándose hasta especializarse en cardiología en la Universidad Nacional de México.
En el plano político, fue miembro del Movimiento 14 de Junio, comprometido con los ideales democráticos y patrióticos de esa agrupación, a tal punto que su nombre fue propuesto como posible candidato presidencial. No aceptó, como tampoco aceptó renunciar a sus principios. Por su compromiso social, también fue miembro destacado de la logia Flor de Ozama, donde cultivó valores de fraternidad y justicia. La dictadura lo consideraba peligroso. Tanto así que un familiar de Rafael Leónidas Trujillo fue infiltrado en la logia Veritas con la misión de vigilarlo.
Fue finalmente arrestado por el temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Su esposa, Sofía Tabar, fue la última en oír su voz en una llamada corta y cargada de angustia. Desde entonces, nunca más se supo de Manuel Antonio.
Dicen que fue encerrado en la temida cárcel de La 40, donde fue torturado, a pesar de haber advertido que no le aplicaran corriente eléctrica, pues padecía de presión arterial. No le escucharon. “Se les fueron las manos”, dicen unos. Otros aseguran que su cuerpo fue incinerado. Algunos afirman que fue lanzado al mar. La verdad sigue envuelta en sombras.
Hace poco, por invitación de su hija Rosa Tejada, acudimos a su casa para recoger unos libros donados por ella. Allí, entre páginas olvidadas, encontramos fotografías inéditas y el acta de bautismo del doctor Tejada Florentino. Pruebas de vida de un hombre que dio todo sin esperar nada. Que mantuvo un consultorio en Tenares donde atendía a los pacientes aunque no tuvieran dinero. Un médico del pueblo, para el pueblo.
Hoy, esta crónica no es sólo un homenaje. Es un acto de memoria, justicia y reparación histórica. Porque en tiempos donde la verdad parece molestar y el poder busca silenciarla, rescatar figuras como Manuel Antonio es un deber moral y patrótico.
Que su legado de dignidad, trabajo, arte y entrega social inspire a las nuevas generaciones. Que no se olvide que en esta tierra hubo un hombre que, aún sin apellido reconocido, fue grande por lo que hizo, no por lo que heredó. Su vida fue un himno a la decencia. Su final, una herida abierta. Y su memoria, una llama que aún arde.
Que la historia oficial se atreva, algún día, a decir su nombre completo: Dr. Manuel Antonio Tejada Florentino. Porque la verdad, aunque la oculten, siempre termina resucitando.