De las olvidadas pulperías rurales

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Pulpería Rural Dominicana

En sus inicios, eran puntos de expendio que proveían todo lo necesario para la vida cotidiana

POR JUAN CRUZ TRIFFOLIO

Paulatinamente, condenadas a su extinción a consecuencias de la llamada modernidad, aún prevalecen, con una acentuación menor a la que les caracterizaban en otras épocas, las emblemáticas y muy concurridas pulperías rurales, modestos establecimientos comerciales de referencia que facilitaban un escenario ideal para una valiosa interacción social espontánea y franca de relevancia extraordinaria en cualquier punto de la realidad nacional.

Constituían el epicentro para compartir sin distinción de procedencia, edades, connotación social o política y creencias religiosas para, además de adquirir y consumir algunos alimentos, bebidas y ropas, exigidos por la sobrevivencia, entre otros servicios, esperar a la persona citada para una interesante negociación, enterarse de los diferentes vericuetos del momento, relacionados con la convivencia social en el punto geográfico de residencia.

¿De dónde viene lo de Pulpería…?

A juicio de algunos estudiosos el concepto «pulpería» tiene sus orígenes inciertos, aunque se cree que proviene de la palabra «pulque», bebida alcohólica de origen prehispánico que se obtiene de las pencas del maguey y se elabora a partir de la fermentación del mucílago, sustancia de textura viscosa. popularmente conocida como “aguamiel”.

También destacan que las pulperías como establecimientos comerciales surgieron en los dominios hispanos de América, a partir de mediados del Siglo XVI, y se extendieron desde Centroamérica hasta el Cono Sur.

En sus inicios, eran puntos de expendio que proveían todo lo necesario para la vida cotidiana, así como espacios de encuentro social, especialmente en áreas rurales y en las fronteras coloniales.

Esencialmente, representaron puntos en donde se realizaba la venta al menudeo de artículos de todo tipo, entre ellos, comestibles, bebidas, herramientas y vestimentas, ubicado en el campo o en la ciudad y en general montado con un capital modesto.

El caso dominicano

Las tradicionales pulperías rurales, generalmente ubicadas a la vera del camino, transición entre el ventorrillo y el colmado, excitaban los ojos con el frondoso racimo de guineos, la atractiva pila de aguacates y suculentas frutas tropicales, olorosas y llenas de colorido, en donde también resaltaba la venta de cachimbos, petacas de carbón, deliciosos dulces caseros, tirapiedras y la exhibición de múltiples frasco y botellas vacías, que hacían evocar el inicio de algunas vivencias amatorias.

Como evidencia de aquellos recuerdos no se debe lanzar al zafacón del olvido aquellos medidores de aceite y porciones etílicas muy demandadas y de pagos insignificantes.

Hacemos referencia a punto de expendio y disfrute de variopintos productos y servicios en donde la tertulia para conocer lo que pasó y podría ocurrir, en los diversos escenarios de la comunidad, era algo cotidiano.

Al pulpero, casi siempre, le caracteriza una inteligencia natural y era amigo de todos, reflejando siempre su interés en no quitarle la razón a ningún consumidor y al tiempo que a nadie se la daba.

Era el ente social para suavizar las disputas y como a todos los parroquianos conocía, al bueno, el malo y el feo, el guapo y al bellaco, sabía cómo abordar con equidad y perseverancia a sus clientes o simples visitantes.

Como allí hacía presencia y se hablaba de todo y sin límites de tiempo y temas, sus administradores, en sentido general, terminaban asumiendo el rol de los caprinos desquiciados, escuchando, viendo y en silencio, evitando que las aguas salieran de sus cauces.

Entre sus recursos de trabajo nunca faltaba la deteriorada libreta donde anotaba los nombres de los amantes del “fiao” y en donde, luego de determinar quiénes eran «los mala pagas», procedía a publicar sus nombres en letras grandes en un cartel adherido a una de las paredes del local.

Las pulperías también fueron sitios predilectos para las reuniones y el debate de los temas políticos de interés.

Cuadro frecuente en algunas pulperías dominicanas.

En algunos de sus setos se exponían retratos de los caudillos y décimas en torno a las elecciones que muchas veces motivaban a extensas y ácidas discusiones que, después de varios tragos de Palo Viejo y otras marcas, terminaban con ruidosos disparos de un Pata de Mulos y un Viva el Jefe..!! y un prolongado, caraaajo..!!

De igual modo, esta característica de núcleo social y de enamoramientos de nuestras pulperías rurales, lamentablemente, con frecuencia se traducía en teatros en donde se escenificaban innumerables y dolorosas desgracias, a consecuencia del rencor armado, el honor ofendido, la suspicacia ruin y el orgullo banal, tal como lo recuerda el acucioso Ramon Emilio Jiménez y una sus interesantes y fascinantes obras.

Procede resaltar que en el reconocimiento público de las pulperías de nuestra zona rural del país jugaba un papel fundamental, la calidad de los productos y el servicio que brindaban a sus usuarios, el receptividad y cortesías de los pulperos y el perfil psicosocial de las personas que asistían al establecimiento.

En muchos de estos deslucidos centros de comercialización y convivencia social existía la prohibición de entradas a las mujeres bajo el criterio de que algunos de sus administradores entendían que las féminas motivaban a personas incontrolables a frecuentes expresiones verbales imprudentes, además de que prevalecía la falsa valoración en torno a las damas quienes eran estigmatizadas, generalmente, por su belleza, coquetería y provocación, como las que inducían al irrespeto y sus fatales consecuencias.

En la evocación de aquellas casitas, con frecuencia levantadas con maderas y zinc, asediadas de personas de diferente pensar y actuar, donde se proyectaba la esencia del alma del vecindario en torno un negocio rudimentario y de reducido capital, resaltar, en gran medida el sacrificio, la laboriosidad y persistencia del hombre y la mujer dominicana respetuosos del trabajo como fuente para el vivir con dignidad y merecer el vivir con dignidad.

Recordar y exponer sus expresiones de sufrimientos, alegrías y convivencias, más que un deber ineludible constituye una manera de interiorizar, socializar y resaltar una faceta trascendente que pone de manifiesto rasgos valiosos de nuestra identidad nacional tan olvidados en la sociedad del presente.

Así de simple…