Por Dagoberto Tejeda Ortiz
La pandemia del Coronavirus que afecta hoy en día a gran parte del planeta, desarticulando drásticamente a los países afectados, tiene que ser analizada por las ciencias sociales, por la sociología. Es necesario este análisis para evaluar sus dimensiones coyunturales y estructurales, para comprender la magnitud de su significado y para ponderar sus perspectivas futuras.
Aunque tenga implicaciones sobre la salud-enfermedad-muerte y sobre las economías locales, el espectro de esta coyuntura es más profundo de lo que aparenta. Su presentación fundamentada en la catástrofe y el miedo para infundir el pánico, es adrede, en una acción terrorista con apariencias de planificación. Aun así, su realidad remite al contenido, a la estructura, a la organización social de las propias sociedades y a la articulación de los protagonistas en el proceso de relaciones sociales en términos de una pirámide social contradictoria, en países como el nuestro.
Por eso, más allá del área de la salud, prima una dimensión política en un análisis de la estructura y de la articulación del Poder. En realidad, la crisis desnuda la forma en que están estructuradas estas sociedades en relación con el bienestar colectivo, denunciando la usurpación de la igualdad en crudas fotografías de injusticias sociales y en la distribución de los bienes, desgarrando la insolencia de una vergonzosa discriminación, exclusión y desigualdad.
El modelo general de estas sociedades, define una estructura minoría-mayoría, élite y colectividad, envuelto en un celofán con todo y un lazo color rosado de cumpleaños. Este no pasa de ser una fantasía, en una supuesta igualdad a partir de la vigencia inexistente de una ilusoria democracia representativa de apariencias. Es una narrativa basada en una ficción, idealizada y nostálgica, orquestada por la mentira y las apariencias, con pretensiones de veracidad.
A nivel internacional no existe la inocencia, en realidad hay una articulación del Poder y de la dependencia, centro-periferia, en un carnaval neocolonial de organismos internacionales que obedecen al capital internacional, que ponen el mundo al revés con la máscara de la solidaridad, el progreso, la tecnología y la globalización. Sobre todo, donde prevalece la religión de la ciencia, con un Poder hegemónico contrainsurgente de represión y exclusión.
En las sociedades en donde prevalece la dimensión neoliberal, definida en la lógica del capital, la voracidad del lucro solo tiene intereses y mercados, en un mundo deshumanizado, cosificado, reducido a cosas y objetos que solo tienen valor de mercado. Mientras estas esencias se mantengan vigentes, las condiciones cambiaran pero no se modificaran, en un escenario donde las luchas son necesarias para desmitificar y desnudar engaños y ganar reivindicaciones, aunque sean transitorias, porque es un sistema que se asimila y se adecua. Es un camaleón, en una racionalización para fortalecerse, para mitificar la realidad. Por eso, hasta que no se corten las siete cabezas de la serpiente bíblica, al final, serán idealizaciones, reeditando espacios temporales de aparentes cambios que terminaran en ilusiones y frustraciones.
La pandemia del Coronavirus, no es un problema únicamente sanitario, de salud-enfermedad, sino de esencias y de estructuras, de sistemas y formaciones sociales. Es un entramado articulado en la existencia de una industria de la salud integrada a los intereses minoritarios del gran capital, donde prevalece la visión clínica-biologista, con la vigencia de una ideología donde la vara mágica son los medicamentos. En el caso del Coronavirus, se promueve una vacuna para su eliminación, que pasará a incrementar los grandes capitales de laboratorios de la industria farmacéutica, de inconmensurables ganancias económicas, donde hay un desprecio, una burla, por los saberes y las practicas ancestrales de la medicina popular.
A esto se le suma una racionalización engañosa del aparecimiento de instancias burocráticas-comején, con parásitos administrativos de los servicios de salud, de una falsa seguridad social, cuyas ganancias perdieron el pudor en una sofisticada apropiación desvergonzada y abusadora de seguros y de pretender una apropiación de fondos de pensiones, para exonerar al gran capital usurpador y a un Estado cómplice, de los gastos y penalizar a los trabajadores y al pueblo.
Insistir en este momento en el origen artificial o natural del Coronavirus no es lo más estratégico, ya que el sistema agoniza pero no muere. Al final, la crisis de la pandemia podrá fortalecerlo, pudiendo adecuarlo en una nueva reingeniería del Poder. El capitalismo no tiene vocación de suicida, cambia, pero no se modifica. En él, la salud es una mercancía en una fábrica mercantil, donde prevalece una medicina de clase social. Sus decisiones no son únicamente sanitarias sino políticas-economicas-sociales como espectro, donde los organismos internacionales están insertados en el mismo, en el proceso de la globalización, la dependencia y el neocolonialismo.
Seguirán vendiéndonos la falacia ideológica de que la salud es atención médica y que la solución son los medicamentos industrializados, en donde la prevención es secundaria. Se insiste en la versión de que la garantía es la existencia de modernos hospitales y clínicas privadas, técnicamente equipadas, aunque los profesionales de la salud tengan sueldos de miseria. En realidad la salud no es solo la ausencia de enfermedad, sino la existencia de bienestar social, de vivir bien.
Sin empleos, con salarios vergonzosos, con hambre, con desnutrición, sin viviendas, con la inseguridad de la sobrevivencia, etc. no hay salud ni defensa contra el Coronavirus, aunque aparentemente no haya enfermedad, porque, contra este virus, lo esencial es la dimension inmunológica personal y colectiva, que solo lo asegura el bienestar social ¡Y para las mayorías esto no existe!
Esta pandemia es una oportunidad para reflexionar, para redefinir el camino a tomar. Hay que eliminar los molinos de viento del Quijote, para que no sean nuestros, descolonizando a unas ciencias sociales, a una sociología y a unas ciencias de la salud convertidas en religión, cómplices del Poder. Debemos pensar en un mundo que no debe de ser el mismo al final de la pandemia, debiéndose tomar el camino de los sueños, de las utopías, de las luchas y de las esperanzas.