La Borrada Estadía y Obra de Vela Zanetti en Salcedo

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POR EMELDA RAMOS

Los feligreses que en los años 1948-49, vieron entrar y salir a cualquier hora de la iglesia San Juan Evangelista de Salcedo, a un hombre de cabello negro, tupido y ondeado en la frente, vistiendo pantalones manchados de pintura y una perenne pipa en los labios, ya han desaparecido del mundo o del pueblo. De no haber emigrado o muerto, muchos de ellos sabrían que ese hombre era José Vela Zanetti, hoy conocido gran maestro del realismo expresionista y del muralismo latinoamericano.

Vela Zanetti – 34 Última cena 1976. 

Nacido en Milagros, un pueblito de Burgos, España, el 27 de mayo de 1913, a los 17 años es impulsado por su padre Nicostrato Vela Esteban, a viajar a Madrid y recorrer los museos y galerías, donde confirma su vocación.

Inicia su formación en la pintura en León, cuya diputación provincial le otorga una beca que le permitió completar su formación en Italia, país de donde es oriunda su madre, la muy devota María Zanetti, hija de un veneciano galán, aventurero y pintor. Residiendo en Florencia, ese 1933, Vela se deslumbra y estudia los maestros del Renacimiento y las técnicas de la pintura en fresco.

Tocante a su padre, un veterinario – veterano republicano, que fue fusilado en 1936, fue por lo que entonces su hijo se alistó en ese bando y cuando finaliza la guerra, cruza la frontera francesa con el grueso del ejército y es internado en un campo de concentración. Es gracias al cónsul dominicano en Burdeos, que consigue en 1939 el exilio y a bordo de la embarcación Flandre, con bandera francesa desembarca en Santo Domingo. Es suya su afirmación: “El arte nos permite soportar todas las ignominias de la política”.

Inicialmente sobrevive con salarios de obrero de la construcción, de pintor de brocha gorda, hasta que empieza a darse a conocer, mediante algunos encargos, a veces por el coste de los materiales.

El primero de ellos, un mural en la celda de Tirso de Molina en la Logia Masónica. Mas, acontece un hecho que marcará la vida y obra de Vela Zanetti: su conexión desde el año 47-49, con los Padres Agustinos Recoletos, orden española que tenía a su cargo las parroquias de San Cristóbal y San Juan Evangelista de Salcedo.

Muchos se preguntan cómo un hombre nada religioso realiza una obra, de un humanismo trascendente, como los murales de la iglesia de La Consolación o el Politécnico Loyola; cómo entra en amistad y relación profesional con esta orden religiosa.

Ignoran la profunda deuda de gratitud de José Vela Zanetti, con el sacerdote que logró para él, un permiso de permanecer en la celda con su padre, el día antes de su fusilamiento.

Un crítico como Darío Suro que lo admira, expresa: “Trabajando con una pasión y una decencia artística para desarrollar temas que hoy precisamente están en crisis y decadencia”; y se cuestiona: “Ser un pintor religioso, o hacer una obra religiosa en estos tiempos es de lo más difícil que sea dable exigir a un pintor”.

Pudo ser este puente profundamente afectivo, de una madre fervorosa católica, o el espiritual con el sacerdote que le protegió, o el estético de sus vivencias en los ámbitos de Florencia, los que podrían explicar que aceptara el encargo para el templo de Salcedo concomitantemente con su trabajo en San Cristóbal.

En Salcedo y su Historia, Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito (1954), solo registra que el Arzobispo de Santo Domingo decidió conceder la administración de la Parroquia San Juan Evangelista de Salcedo a la Orden de los Padres Agustinos Recoletos Españoles, pertenecientes a la Provincia de Omaha, E.U. y así mismo, que después del P. Iturri, el 1º de octubre de 1948, tomó posesión el Padre David Martínez, como cura párroco y señala: “Desde la llegada de los Padres Agustinos, los dos párrocos se han esforzado por completar el ajuar de la iglesia parroquial, que se ha visto engalanada con hermosos bancos de caoba, pinturas murales y la adquisición de un órgano eléctrico…”

El testimonio oral lo ha confirmado: mientras realizaba su monumental obra muralistica en San Cristóbal, simultáneamente, Vela se trasladaba por un día o dos a la Villa de Los Almendros. Y aquí por cierto, encontró un hábil ayudante: Angelito Schiffino Vigniero.

Italiano, hijo de inmigrantes calabreses, retratista al carbón, dibujante y pendolista, personaje que pasó al imaginario popular por una singularidad, pues padeciendo de un temblor en las manos (¿párkinson?), solo se le detenía cuando pintaba serenamente, por ejemplo, los carteles de anuncio de las películas del cine Apolo, o cuando ayudaba al pintor español en la iglesia, o cuando cazaba, pues era un certero tirador.

Y puestos a imaginar el momento en que Vela irrumpió con el Padre David en la iglesia San Juan Evangelista, y este le preguntó: ¿Qué te parece Pepe? …Debió ser visualmente impactado por el gótico retablo del altar mayor que, prolongado en su cúpula, le recordaría sus intensos días de Italia y los frescos de Rafael, pues habrá una estética evocativa del gótico y renacentista, en el conjunto de su obra en Salcedo, que es posible, como pueblo le recordara a Milagros, su patria chica. Y que luego tal vez le haría relacionar en La Robla: “Me sentí como un artista del Renacimiento italiano que en cualquier aldea perdida se consagraba a realizar el sueño de su vida”.

Con prisa, sin pausa en el trabajo, en la pipa y el café, plasmó, que yo recuerde: el evangélico pasaje de Lázaro y el rico Epulón, en la nave lateral izquierda, o a la derecha del atrio la Santa Cena, Santa Mónica, madre de San Agustín, infaltable, como patrono de la Orden de los Recoletos, justo al lado; pero sobre todo y más que todo, aquel fresco de La Coronación de Santa Cecilia en éxtasis, que iluminaba desde la mezzanine del coro hasta el propio altar mayor, desde el año 1948 hasta el 1970, en que fue, no removida como he leído, en un solo comentario, sino borrada, totalmente borrada bajo capas de pintura.

Lo demás es más que sabido.

El artista trabajó sin descanso y con celeridad, en San Cristóbal y en Salcedo, en Santiago, en Higuey, etc. Por lo que siempre declaró : “la República Dominicana es mi patria artística”; porque aquellos 60 o más murales fueron los que le validaron su propuesta para la beca Gugenheim y aquella respuesta, que trascendió por El New York Time: “ Resulta difícil que alguien en Estados Unidos pudiera enseñarle pintura mural”; por lo que se le pide revisar sus motivos para solicitar beca, y al declarar que le gustaría pintar un mural, “El mejor del que fuera capaz”, le es concedida: 12 meses y 3,000 dólares.

Por su parte, Vela Zanetti le concedió 3,000 obras a la humanidad y a la historia universal del arte, entre ellas su grandiosa serie de murales: La lucha del hombre por la paz que luego ha sido conocida como: La ruta a la libertad, del edificio Sede de la ONU.

Las de la hoy espléndidamente restaurada Iglesia San Juan Evangelista de Salcedo, fueron borradas de sus paredes hace décadas, y he peregrinado por archivos físicos y digitales, fototecas, congregaciones y álbumes familiares.

Aun no me resigno, porque en la pinacoteca espiritual de generaciones, pervive la belleza de su iconografía, sus colores, sus formas, en un imborrable diálogo de luz.

*La autora es escritora e investigadora.

Residiendo en Florencia, ese 1933, Vela se deslumbra y estudia losmaestros del Renaciento y las técnicas de la pintura en fresco