POR RAQUEL DEMORIZI
Padres y maestros se quejan cuando un niño no está quieto, se sienten incompetentes al no poder controlarlos y todo parece que el niño les controla a ellos. Algunos llevan sus padres al punto de la desesperación y los maestros se declaran insuficientes ante tanta actividad y energía.
Es usual que algunos padres piensen que su hijo tiene lo que conocemos como trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAD) y por otro lado el maestro llegue a pensar igual. No obstante, por más que confundan hay diferencia.
Las familias con niños así, viven en constante búsqueda de fórmulas para que se queden quietos, acuden a premios y castigos sin solución aparente, y es que a veces es difícil distinguir si el niño presenta este trastorno o simplemente no puede estar quieto. Cuando hablamos de un niño inquieto y de un niño hiperactivo estamos hablando de situaciones distintas.
Particularmente prefiero un inquieto, travieso y revoltoso a uno tranquilo, ya que el inquieto, juega y aprende, pero el callado y tranquilo suele permanecer como espectador por lo que pierde la oportunidad de divertirse, aprender y compartir junto a sus amiguitos de la misma edad.
Lo normal es que el niño grite con toda su energía al jugar y con esa misma energía ríe, hace travesuras, brinca, salta, corre.
Los niños hasta cierta edad son inquietos, ponen mucha mano como usualmente decimos, están conociendo y aprendiendo del mundo que les rodea. Pero a partir de los 7-8 en adelante van bajando la marcha.
No podemos tratar de que sean un patrón de comportamiento en su propia casa o en casa de un familiar, restaurant, cine etc., nooooo el niño tiene que vivir su etapa paso a paso, permítale hacer lo que le guste y ser feliz, siempre que no se haga daño y bajo nuestra supervisión. A nosotros nos toca guiarles sin olvidar que también nuestro ejemplo educa.
Considere en todo momento no comparar con otro niño ya que dependiendo de su temperamento y carácter unos son más inquietos que otros y eso no es jamás una herramienta diagnostica.
Una frase del filósofo francés Jean Jacques Rousseau dice: la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir, nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras. Es raro no encontrar uno que no le guste entrar a los lugares dando saltos, sobre todo si hay un charco de agua brincar dentro de él, deslizarse por una barandilla obviando las escaleras y aunque se rompieran las narices pararse, sacudirse y volver a intentar.
No olvidemos que fuimos niños, y hacíamos lo mismo, y cuando trataban de que estuviéramos tranquilos era como una tortura, nos sentíamos como encarcelados.
No hay niño silente si no tiene alguna condición para ello. Trasládese a la época escolar cuando decían recreo y recuerde como salían todos al patio o al sonar el timbre de que las clases habían terminado como caballo desbocado. Nunca hemos visto un niño saltar la cuerda, jugar al escondite, ni jugar cualquier tipo de juego en silencio con sus compañeritos, mientras más ruido y actividad, más contentos están.
Aun en momentos de seriedad alguno hace una mueca que provoca la risa de los demás, eso es parte de la edad gritar, patalear, llorar, reír cantar, todo es un medio de comunicación, todo nos dice algo, solo preste atención y escuche con el corazón.
Es falta de tolerancia y solidaridad con otras madres cuando un niño habla en voz alta, hace ruido, toca y hasta hace rabietas, mirar sus padres con asombro como si ese niño fuera un extraterrestre, no siempre la conducta es por mal educación a veces el niño está hablando con esa actitud. Si está muy tranquilo o muy alterado algo debe de estar pasando.
Ellos no serían felices si tratáramos todo el tiempo de mantenerlos sometidos a ciertas ordenanzas.
Lo que debemos hacer es observar en qué etapa de desarrollo se encuentran, teniendo presente que en todas las fases hay momentos donde no prestan atención, no nos dejan en paz, ponen la casa, padres y profesores de patas arriba, se pelean con sus padres, amigos y hermanitos.
No les prive de la oportunidad de expresar lo que sienten, sobre todo no los prive de SER NIÑOS. Pronto dejaran de serlo, permítales quemar sus etapas.
Si el niño ha alcanzado la edad de los 8 años y no disminuye su intensidad, investiguemos que estará ocurriendo no necesariamente tiene que ver con que exista el trastorno de hiperactividad, pueden haber otros factores.
Si nota que el suyo no logra mantener atención durante un período de tiempo, no controla sus impulsos ni movimientos, no canaliza emociones y sentimientos escapa a lo esperado dentro de su edades y fase de desarrollo, entonces es momento de ir en busca de orientación con la finalidad de separar lo normal de lo patológico. Los profesionales de la salud física y mental utilizando diversas herramientas y pruebas diagnósticas llegaran a conclusión y le orientarán. No desespere ni lo encasille. Quizás solo necesite un poco más de tiempo.
Los niños con su inquietud espontánea salpican de alegría las calles y donde quiera que pisan. No han nacido para estar sentados, ni estar callados. Dice Víctor Hugo novelista francés cuando el niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma y eso todos lo sabemos.