Por Dagoberto Tejeda Ortiz
La apertura de los puertos por parte del Congreso Nacional a partir del 1867, transformó a “Mosquitisol”, un poblado de pescadores, que bautizaron posteriormente como San Pedro de Macorís, en un centro importante para la comercialización de cocos, plátanos, tabaco y pescado con la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana.
Para aprovechar este mercado, algunos emprendedores en trapiches comenzaron a producir azúcar en pequeña escala para el consumo de este mercado capitalino. Esta situación se transformó con la llegada de Juan Amechasurra, un comerciante cubano especializado en la producción azucarera, el cual trajo cañas cubanas y para procesarlas fundó, en 1876, el Ingenio Angelina, en la margen oriental del río Higuamo.
La demanda del mercado internacional y los excelentes resultados de este Ingenio, contribuyó a la fundación del Ingenio Cristóbal Colón, el Ingenio Santa Fe, el Ingenio Puerto Rico, el Ingenio Quisqueya, el Ingenio Consuelo, entre otros, convirtiendo a San Pedro de Macorís económicamente en el centro productor de azúcar más importante del país. Esta prospera industria azucarera, expresión de progreso y desarrollo fue responsable del auge de “la danza de los millones”, transformando a San Pedro de Macorís y dinamizando la economía nacional.
Los bajos salarios, la negación de subirlo, los altos niveles de explotación y las pésimas condiciones para vivir en los ingenios, ahuyentaron a los trabajadores dominicanos para el corte y proceso de la producción azucarera, lo que obligó a los propietarios a traer trabajadores de la caña de otros lugares. Apelaron a la traída de haitianos y obreros de las islas inglesas, donde la tecnología había dejado el efecto de un gran desempleo Llegaron a San Pedro de Macorís, trabajadores de St. Kits, Antigua, Tórtola, etc., los cuales fueron recibidos hostilmente y despectivamente, bautizándolos de “cocolos”. Esta industria azucarera fascinó al imperialismo, apoderándose de ella, aunque surgieron los gavilleros, campesinos en lucha, con respuestas contestatarias.
El desarrollo de San Pedro de Macorís, el surgimiento de la “danza de los millones”, se produjo por el sudor, la sangre y la generosidad de estos “cocolos”, que ofrendaron sus vidas e enriquecieron a la cultura petromacorisana con su música, su gastronomía, su folklore, su orgullo de pertenencia y su identidad.
De la isla de Anegada, llegó a San Pedro de Macorís, Ashton A. Nadal, lleno de sueños y de ilusiones, quien despertó un día fascinado por la belleza de Mary Jones, una hermosa negra dominicana, descendiente de San Martin. De ese romance, el 30 de abril de 1945, nació en el Ingenio Consuelo, Adolfo Nadal Walcot.
Todavía con pantalones cortos, Nadal vivía fascinado por las locomotoras del Ingenio, mientras comenzaba a elaborar bocetos imprecisos de las mismas, entró como ayudante de su tío al taller de reparaciones de locomotoras, pasando luego a desempeñarse como guardafrenos. Ashton, su padre, era una artista de la sastrería. Un árabe lo descubrió y del Ingenio Consuelo se lo llevó con la familia para Barahona. Allí, Nadal, que había vivido en las entrañas del Ingenio, en el Batey Central, sufrió la explotación cotidiana y asumir conciencia de una azúcar amarga y salobre..
Con la eliminación de la dictadura trujillista, Nadal fue a vivir a la ciudad de Santo Domingo. Allí, se integró como militante al Movimiento Popular Dominicano (MPD), partido revolucionario, donde se reencontró con Maximiliano Gómez, el Moreno, un obrero de San Pedro de Macorís, el líder más fascinante de la izquierda dominicana y con Monchín Pineda, líder también del MPD, ambos oriundos del Ingenio Consuelo.
En abril del 65, Nadal tomó el fusil y estaba en las trincheras de la dignidad, defendiendo la soberanía nacional, enfrentando a los interventores norteamericanos, que mancillaban la Patria. En los funestos años de la dictadura ilustrada Balaguerista, cayó preso y logró su liberación cuando se produjo el canje de prisioneros políticos por el agregado militar gringo. Nadal, fue a México y de ahí pasó a Holanda por un periodo de diez años de exilio. En Holanda se reencontró con sus ancestros, la locomotora, los rieles, el Ingenio, los tambores, la religión, la música y las danzas, eternizando con su pintura naif a sus cocolos, sus sueños, lamentos, rebeldías, luchas y esperanzas.
A su regreso al país, a su Ingenio Consuelo, en 1978, Nadal se dedicó a difundir la cultura cocola, clandestinizada y desvalorizada, con una dimensión pictórica original, convirtiéndose en el pintor más trascendente de la cultura cocola en nuestro país.
Nadal, cocolo al fin, ha sido un rebelde, un cimarrón, que asumió conciencia de sus esencias expresado a través de su arte maíz, de sus ancestros africanos, de su identidad cocola, de su negritud, enarbolando las banderas de su orgullo, de su dignidad y de su identidad, está solo, abandonado, languideciendo en San Pedro de Macorís, acompañado de sus familiares, amigos., su dignidad y sus recuerdos.
Por irresponsabilidad, por prejuicios, por negligencia, por la falta de visión de los responsables de la cultura popular del país, se nos va poco a poco y se lleva su arte y su creatividad, por no haberle proporcionado ni siquiera la posibilidad de que convirtiera su vivienda, que nunca ha tenido, en un taller popular del arte cocolo.
Hoy, cuando identificarse como cocolo es un orgullo, Nadal no ha transigido. Repite con el poeta Norberto James:
“Me niego a negar este rostro
que como bandera enarbolo
esta voz que proyecto
estos gestos que encarno
estas raíces por la que me nutro
y soy”.
Nadal, amigo del alma, pintor de nostalgias, creador de leyendas, símbolo cocolo, patrimonio nacional, cimarrón de luces, hacedor de esperanzas, constructor de utopías, bandera de rebeldía y testimonio de libertad, te saludo con admiración, rabia y tristeza, lleno de recuerdos, sonrisas y nostalgia.