Pinceladas sobre el Estado, misión social y el modelo dominicano

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Lic. Pedro Corporán

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Por Pedro Corporán

Destacamos en alto relieve en la entrega anterior, la falta de consenso de los grandes tratadistas para definir conceptualmente al Estado. Reconocemos haberlo hecho a pasos agigantados.

Hoy exponemos, contrario a lo anterior, que en términos de sus capacidades extrínsecas, o sea, sus potencialidades de afectación de la sociedad humana, su hábitat y su evolución, los más eximios tratadistas del tema, han producido consenso universal reconociendo el avasallante poder y el vastísimo espectro de acción e incidencia del estado, como instrumento histórico supremo, omnipotente y hegemónico de dirección y organización social de la historia universal.

No obstante, destaquemos en este rasgo identitario, las abismales diferencias entre dos de los grandes autores que han alumbrado este escrito. Para Hegel: “El Estado es la esfera superior de la vida social y es la esfera del altruismo universal”. Acentuemos por interés didáctico de nuestro escrito, la parte in fine de este pensamiento hegeliano evocativo de la categoría suprema de la misión social del Estado.  Por su parte, Marx incluyó un rasgo subjetivo de la naturaleza humana para definir la identidad exógena de este órgano: “El Estado es la esfera del egoísmo, que los dominantes se encargan de controlar sobre los dominados”.

Ambos pensadores, más allá de divergencias ideológicas, reconocen al Estado como el poder superior de la sociedad. En un axioma lógico, si lo anterior es correcto, entonces también será correcto decir, que el Estado es el responsable principal del ordenamiento social, económico, político, jurídico y moral en que viva una sociedad determinada en términos de los principios, valores, ideologías, convicciones, concepciones y doctrinas que se adopten en el código de poder para gobernar a la sociedad.

En este contexto, el pensamiento del hombre, como componente filosófico del sistema evolutivo de él mismo, conjuntamente con la naturaleza y la realidad objetiva, ha creado las ideologías, las concepciones, las doctrinas, las filosofías que han dado identidad intrínseca y extrínseca al Estado. Así han surgido las más diversas clasificaciones de este instrumento de poder en el marco de los estadios de desarrollo de la sociedad en la historia universal.

Por lógica deductiva, si los sumerios fueron el primer pueblo organizado reconocido por la historia, entonces su estructura de organización y dirección social se convirtió en el estado primado de todos los tiempos.

A partir de ese momento genético, de acuerdo al estadio de desarrollo de cada marco histórico, circunscritos a la Edad Antigua y la Edad Media, surgieron los estados faraónico, imperial, reinal, monárquico (algunos prefieren llamarlos acorde con la era: antiguos y medievales o modernos), todos de catadura absolutista, con observación distintiva dentro del sistema, de la propia organización de los sumerios y de las llamadas ciudades-estado del imperio griego, consideradas como la primera semilla efímera de la doctrina de la democracia.

Ese absolutismo que había reinado en toda la Edad Antigua y Media, murió como forma hegemónica de poder con el sepulcro de la monarquía en los países que evolucionaron alumbrados por la civilización grecorromana. La mayoría de las que han sobrevivido como España, Inglaterra y otras, son monarquías parlamentarias, o sea que el rey no ostenta el monopolio del Estado, en algunos casos casi son figuras de representación.

Esa doctrina política personalizaba el poder en la persona que lo ejercía, praxis que hizo famosa la frase de Luis XIV: “El estado soy yo”. El poder aquilatado por el soberano era absoluto, el sistema era unipersonal, unidimensional y unidireccional, con facultad suprema de ordenar, obligar, imponer, comandar, dirigir y decidirlo todo. El pueblo no tenía voz y el autócrata podía disponer a su voluntad hasta de la vida de sus súbditos.