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Por Pedro Corporán
El primero de noviembre del año 2001, murió en la ciudad de Santo Domingo, el profesor Juan Emilio Bosch y Gaviño. Había nacido el 30 de junio de 1909, en la provincia de Concepción de La Vega. Hoy vive en la morada de los grandes moralistas de la República.
Su estrella más brillante fue haber sido un abnegado maestro que se erigió en un apóstol de la obra más altruista que puede abrazar el hombre en relación con sus semejantes: instruir, educar y orientar al ser humano, para alejarlo de la ignorancia y elevarlo a la libertad.
Solo por haber sido el precursor más eximio de la escuela de la democracia que surgió post tiranicidio de 1961, Bosch ganó una página en la historia política de la República Dominicana.
El prisma existencial del profesor Juan Bosch, tuvo en el pedestal de su escala de valores la virtud de la moral, elevando hasta el cielo al humanista, moralista, educador, filólogo, literato e historiador y relegando al político hasta en los momentos más cruciales de su ejercicio público, comulgándose “canónicamente” como un ser proverbialmente doctrinal de aquellos que no consienten, como el sabio griego Sócrates, que los valores intrínsecos de la vida estén determinados por creaciones culturales o circunstancias históricas transitorias, sino por preceptos y principios imperecederos como la verdad, la razón, la moral, la justicia y el derecho.
Apóstol de la luz cuya misión fue destruir mitologías de ignorancia que ingenian los hombres para inclinar la conciencia de sus semejantes, Juan Bosch tuvo sueños tan quijotescos como invencible le resultó el muro de contención que representó el poder político tradicional que, contrario a los códigos supremos del caudillo de la democracia, por el estadio de sub cultura que afectaba (y aún afecta) al pueblo dominicano, ha hecho de la ignorancia su fortaleza.
El más ilustre de los moralistas del siglo XX en la República Dominicana, prefirió desatar los “nudos gordianos” que aún amordazan los tesoros históricos del pueblo dominicano, desde sus orígenes, por la fuerza de las letras y de la ciencia, y no como hizo en la Edad Antigua el gran Rey de Macedonia Alejandro Magno, cuando conquistó el imperio persa, incapaz de resolver el acertijo, irreverente con el mitológico Nudo Gordiano, lo cortó por la fuerza de la espada diciendo: ”Es lo mismo cortarlo que desatarlo”.