Por Dagoberto Tejeda Ortiz
El llamado “descubrimiento” de América fue el resultado de la necesidad y la ambición en la búsqueda de las quimeras descritas por el aventurero de Marco Polo, alabando las riquezas de Oriente. Europa asistía a la agonía del feudalismo, un sistema social-político en decadencia, ante la emergencia de una nueva clase social que redefinía la estructuración y la articulación de un nuevo sistema social basado en el capital.
La búsqueda prioritaria del oro, convirtió al “descubrimiento” en una empresa comercial en la obsesión de ese metal, fuente de riqueza y símbolo del poder. El “descubrimiento”, con la apropiación de nuevos territorios fue el “milagro” que impactó la redefinición geopolítica a nivel internacional entre los imperios.
A todos los grupos indígenas que el Almirante localizaba, su pregunta obligatoria era sobre la localización del oro. El Cibao era la respuesta. Una de ellas identificó a Cotuí y efectivamente allí estaba la mina de oro más grande que los españoles jamás habían visto en su vida. Aun así, por la facilidad para conseguirlo, el oro de aluvión en ríos y arroyos, inicialmente fue la prioridad. En 1505, por decisión de Ovando se fundó un poblado en una antigua aldea indígena, identificado como Cotuí cuyo tentación era la mina de oro. La llegada de esclavos africanos, culminó sus posibilidades reales de explotación.
El antropólogo José Guerrero confirmó la presencia de negros de la etnia Mina en el nuevo poblado, Fradique Lizardo habló de grupos de negros Congos y la antropóloga Martha Ellen Davis encontró allí la existencia musical de Guinea, Senegambia y Carabalí. Esta diversidad, definió la identidad del cotuisano, que en un momento dado fue más de la mitad de la población, que con el tiempo la mayoría terminó en el mulataje.
En 1922, el Prof. Rafael Sánchez G. en un informe para la Dirección de Educación, que en realidad era para para la inteligencia gringa de ocupación, destacó la presencia de la Hermandad del Espíritu Santo, que de acuerdo con José Guerrero es la Cofradía hoy en día más antigua de América, responsable de la sincretización del Espíritu Santo con San Juan Bautista, el santo preferido por los esclavos.
Durante el periodo colonial, en Cotuí se celebraba con gran solemnidad las festividades de Corpus Chisti, en cuya procesión la iglesia católica permitía que la cofradía de negros se integrara a su procesión con la permisión de colocarse sus vestimentas y máscaras particulares, con su música y sus danzas, en lo que el antropólogo cubano Joel James bautizó como expresión de un protocarnaval.
Las celebraciones duraban varios días con este motivo, en un escenario libre y espontáneo, reafirmando su identidad, los negros montaban festividades musicales en diversos barrios durante varias noches, donde danzaban con el sonido tentador de tambores eufóricos y contagiantes que cumplían la función de integración y el trance del frenesí.
Como en casi todos los pueblos del país, la ausencia documental invisibiliza las posibilidades de conocer el surgimiento y el seguimiento del carnaval en Cotuí, que para algunos investigadores llegó de La Vega, aunque ha estado presente la presencia afro con contenidos no existentes en esa ciudad, en su temática y en sus personajes, donde ha prevalecido su relación con la naturaleza, convirtiéndose hoy en día en el carnaval más ecológico del país.
Acorde con las esencias afro, el personaje más impactante y fascinante del Carnaval de Cotuí es el platanú, elaborado con hojas secas de esta planta y máscaras de higüero, que sin desaparecer, parió a los papeluses elaborados tanto con papel de traza como de periódicos, y a los funduses, de fundas plásticas, expresión de raíces, creatividad y democratización
La sátira y la identidad afloran en un carnaval original como el de Cotuí, resultado de su desarrollo pueblerino, sin detenerse en referencias externas para copiar y sin el efecto de la desnaturalización de la comercialización, obteniendo la originalidad de su identidad afro.
En la tradición de este carnaval, la presencia del hombre de los zancos, denota sus raíces africanas, predominado la sátira en el personaje del Mediodía, de un hombre vestido de mujer que anuncia la venta de habichuelas con dulce y en realidad lo que tiene es una batea llena de excrementos de vacas, burros, mulas y caballos.
Asumen identidad los diablos rojos con su simbolización de alas de murciélagos, el mensaje subliminar religioso de la culebra como simbolización de satanás, adornado de los siete pecados y del cinismo del General Cocotico que se burla de las bondades alabando cínicamente a la dictadura Trujillista, teniendo como leguleyos satíricos a los generales.
Como sátira, aparece la perplejia, donde llevan un muñeco como cadáver exageradamente barrigón en una litera, con un coro burlón. El morbo se “quillaba” de las aparentes inocencias en un personaje que llevaba una camisa larga que escondía una hilera de huevos de pava en la parte de abajo y huevos de palomas en la cintura, el cual, con cara de inocente gritaba:
“El chiquito arriba
y el grande abajo”…
Otros personajes enriquecían este carnaval, como El hombre de la lata, un singular Robalagallina.
El carnaval de Cotuí, recoge símbolos de varias generaciones que son leyendas como el artista que mantiene la tradición de los platenses, José María, con la artista creadora de Eugenia Torres y la simbólica Comparsa de las Damiselas, así como el impacto carismático de Wampa como personaje, el artista carnavalero más creativo del país, con sus contenidos y raíces afros
El carnaval de Cotuí, uno de los carnavales de mayor identidad, lleno de simbolizaciones y tradiciones, el más democrático del país, donde las raíces sobredimensionan la fantasía y la ecología provoca la catarsis popular, en una sátira recreativa, que lo convierten en un patrimonio cultural nacional. Es un carnaval único, irrepetible, orgullo nacional.