Por Juan Cruz Triffolio
Sin que seamos cabalísticos o prisioneros del llamado destino quizás sea válido afirmar que la lectura de muchos de nuestros anales históricos conduce a recalcar que un número considerable de los prohombres nacionales y sus descendientes lucen estar signados, al terminar su existencia humana, a arroparse con el manto de la pobreza que en ocasiones raya con la miseria espantosa.
Es una especie de pago con ingratitud a figuras que encarnaron el protagonismo histórico con pasión ilimitada en interés de engrandecer el lar nativo sin importar la dimensión del sacrificio y las consecuencias particulares o familiares.
Son estos arquetipos de la patria para quienes la recompensa social estuvo siempre alejada del pago mercurial, contrario a lo que parece prevalecer en los últimos tiempos en la sociedad dominicana.
Como ejemplo de esos espartanos y paladines del auténtico desarrollo socioeconómico de la fértil región del Cibao es de justicia hacer mención al emprendedor y dinámico don Gregorio Riva, hijo de Moca y que los veganos asumen reverente y orgullosamente como suyo.
Se trata de un genuino paradigma destacar cuando un pueblo procura alzar muy alto la ostentación de su prestigio y prendas cívicas, cimentadas en la arrogancia de la gratitud.
Sus múltiples y diversas contribuciones al avance y el crecimiento de su demarcación territorial lo convierten en merecedor incuestionable de méritos bien ganados con la templanza, la perseverancia y la rectitud propia de los hombres de corazones gigantescos.
Al visionario don Gregorio Riva le debemos las primeras siembras del cacao y por tanto, a su iniciativa la República Dominicana adeuda esa gran fuente de riqueza que actualmente exhibe nuestra campiña.
También trajo semillas extranjeras para expandir el rubro agrícola en referencia, además de una imprenta con sus operarios, desde Puerto Rico, para editar un periódico y folleto gratis con el propósito de propagar tan importante cultivo del denominado “Alimento de los Dioses”.
Gracias a su atinada intervención la región cibaeña logró contar el valioso transporte masivo de cargas y pasajeros, a través de un eficiente servicio ferroviario, que posibilitó una conexión comercial y cultural efectiva entre las comunidades de La Vega, Salcedo, Moca, San Francisco de Macorís, Sánchez, Santiago de los Caballeros y el exterior del país.
Con su acertada mediación también hizo posible el funcionamiento del sistema eléctrico y telefónico en varios de los centros poblados de la zona Norte, imprimiéndoles señales irrefutables de modernidad.
A iniciativa y empeños de tan ilustre mocano se inició el proceso de canalización de los ríos Camú y Yuna para convertirlos en navegables y así darle natural y franca salida, por la Bahía de Samaná, a los productos agrícolas de la vasta y fértil región oriental del Valle del Cibao.
Entre sus apreciables contribuciones también es pertinente subrayar el haber posibilitado la llegada al territorio referido de maestros competentes, con el ennoblecedor interés de familiarizar a la generación que se levantaba con el idioma castellano.
Tal como apunta el historiador puertoplateño Rufino Martínez, en su formidable y valioso Diccionario Biográfico Histórico Dominicano 1821-1930, don Gregorio Riva ha sido “…un significador ejemplo, casi excepcional, de vida constructiva en el sentido del progreso social” y económico, agregamos nosotros.
Sin embargo, no obstante su grandeza y nobleza ciudadana, reconocida en parte y esencialmente por los veganos, además de haberse impregnado su nombre a una pequeña y laboriosa comunidad de la hoy provincia Duarte y varias calles y avenidas del país, en términos generales, no sería exagerado, irreverente y blasfémico expresar que tales valores, quizás fruto del egoísmo y la amnesia voluntaria, no siempre han sido aquilatados en justicia y magnitud.
Quizás como detalle singular, al final de estas notas, sería oportuno resaltar que don Gregorio Riva murió (19 de diciembre, 1889), “cargado de prestigio y de gloria moral pero arruinado y dejando a su familia en la pobreza”.
Como expresión cruda de sus precariedades, en el transcurso del gobierno de Horacio Vásquez, 1928, se resalta en una epístola enviada a su despacho que la triste viuda del señor Riva, la señora Paula Álvarez “…es una desvalida anciana, hoy en la más triste penuria, vive con lo que gana su nieta en rudas labores del magisterio, y no tiene un rincón de casa para los últimos de su doliente vida”.
Para entonces, no faltaron algunos samaritanos que en respuesta a tan angustiosa realidad propusieran el comprar el solar donde nació don Gregorio Riva para construir una modesta casa a su apreciada viuda, advirtiendo que “Con la ayuda de UNO a CINCO pesos que dé cada uno de los que producimos cacao habremos hecho la máxima obra de gratitud”,
Sobre lo ocurrido a partir de entonces no lo sabemos pero, al margen de la naturaleza de la respuesta dada, permítanme continuar creyendo que en materia de aquilatar en su justa dimensión a sus insignes, innovadores y ardorosos ciudadanos, la sociedad dominicana luce ser fuera de serie, sui generis.
Qué país, mi país… así de simple….