A 55 años del fallecimiento del notable músico, su obra permanece incólume como una de las joyas de la cultura cubana.
Por Guille Vilar – granma.cu
Una venerada personalidad de la música cubana, el inolvidable Ignacio Piñeiro, conocido como el poeta del son, partió hacia la inmortalidad hace hoy 55 años. No siempre referirse en estos términos al adiós que significa la muerte cobra toda razón, pero basta con acercarse a la obra de este creador, para constatar que se puede ser eterno, en tanto las nuevas generaciones reciben el legado de quien se ha ido.
Estoy seguro de que buena parte de quienes recuerden hoy al célebre artista, compositor y director musical –que desde pequeño mostró la destreza para aprender poemas e improvisar décimas perfectas, así como de dominar la expresión– no podrán obviar su desempeño como el principal promotor del llamado son clásico, al otorgarle a este ritmo, durante las primeras décadas del pasado siglo, dados sus aportes, esa inconfundible cadencia que lo tipifica.
La vigencia de Ignacio Piñeiro, en pleno siglo XXI merece ser analizada desde nuevas perspectivas para avalar, con todo derecho, la amplia difusión de su obra, específicamente la que nos dejara grabada con el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, del que fuera fundador.
Con solo mencionar, de entre las 237 composiciones de Piñeiro, Esas no son cubanas (1927), Suavecito (1930), Guanajo relleno (1933) y Échale salsita (1933), se evidencia que constituyen obras patrimoniales de la nación cubana, clásicos que se merecen el aplauso.
Frente a sus composiciones, se advierte el respetuoso tratamiento a la mujer, el afán de cronicar su tiempo, a la vez que nos embriaga el sabor criollo de sus sones. La sonrisa reflexiva aflora ante la ingenua picardía de los textos.
Pobre del que ignore la actualidad de estas piezas que, aunque añejas, no son, como mal se le ha llamado, música del ayer. Quienes así lo consideran, también la obra de Beethoven figurará en la etiqueta. En realidad, son joyas de esa Cuba profunda que llevamos todos en el corazón.
Como valiosos exponentes identitarios, tenemos que asumirlos con el merecido orgullo y defender que, ni por equivocación, nos referimos a una música concebida para turistas, aunque es cierto que los visitantes extranjeros ansían disfrutar en vivo música como la de Ignacio Piñeiro o Miguel Matamoros, porque, desde hace mucho tiempo, la identifican como componentes esenciales que han engrosado el invaluable tesoro de la música cubana.
Todo cubano debe honrar estas valías de nuestro patrimonio musical. Podremos estar mucho más enriquecidos, culturalmente, en la medida en que seamos capaces de disfrutar no solo de la música de hoy día, sino de disponer del espacio suficiente en nuestra alma para el pleno goce de nuestra más raigal música, entre la que se encuentran los inmortales sones de Ignacio Piñeiro.