Por Roberto Veras,
Washington Heights, Manhattan.- En un soleado día de invierno, nos aventuramos a explorar el alto Manhattan, donde encontramos una verdadera joya entre las calles bulliciosas y los rascacielos que se alzan hacia el cielo.
Fue aquí donde tuvimos el privilegio de compartir momentos con personas de gran valía, quienes han llamado a los Estados Unidos su hogar durante más de cuatro décadas. Entre ellos se encontraba Ecilda Pineda y su hijo Octavio, cariñosamente conocido como Tavito por aquellos que tienen el honor de conocerlo.
En nuestro recorrido por las vibrantes calles de Nueva York, fuimos acompañados por el señor Lencho, un hermano que nos guió desde el Bronx hasta Manhattan con su característica energía y entusiasmo.
Sin embargo, a medida que avanzábamos por las bulliciosas calles de la Gran Manzana, el tiempo parecía escaparse entre nuestras manos. A pesar de nuestras ansias de jugar una partida de dominó con Lencho, los compromisos y las conversaciones que surgieron en el camino ocuparon nuestro tiempo de manera inesperada.
Desde el momento en que cruzamos el hogar de Tavito, fuimos recibidos con una calidez y hospitalidad que solo se puede encontrar en aquellos que han conocido la verdadera lucha y el verdadero valor de la vida. Con cada sonrisa y gesto amable, quedaba claro que estábamos en presencia de personas especiales.
Mientras compartíamos anécdotas y risas, también tuvimos el honor de conocer a Porfirio Gutiérrez, un hombre cuya sabiduría sobre la historia era tan profunda como su amor por su comunidad. Juntos, exploramos los recovecos de la historia, centrándonos especialmente en figuras como Ludovino Fernández, cuya influencia había dejado una marca indeleble en la historia dominicana.
Y, por supuesto, no podríamos olvidar mencionar a nuestro guía por las calles de Manhattan, el señor Reymón Jiménez. Su compañerismo y conocimiento fueron fundamentales para nuestra experiencia, y su vínculo inseparable con el señor Triffolio agregó una capa adicional de profundidad a nuestro recorrido.
En resumen, nuestra experiencia en el alto Manhattan fue más que una simple visita. Fue un encuentro con la autenticidad, la generosidad y el espíritu resiliente que define a aquellos que han labrado sus vidas en esta gran ciudad.
A través de estas personas y sus historias, pudimos vislumbrar la verdadera esencia de lo que significa ser neoyorquino: resistencia, comunidad y un corazón tan grande como la ciudad misma.