Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- En el horizonte de nuestras costas, se erige un testimonio silente de una tragedia que marcó la historia marítima de nuestra nación: La columna de la aurora, un monumento de estilo jónico erigido en 1910 que honra a los caídos en el naufragio de la balandra Aurora, ocurrido el 27 de septiembre de 1908 en la entrada al puerto de Santo Domingo.,
El fatídico día, los tres tripulantes de la embarcación perecieron, víctimas de las fuerzas implacables de la naturaleza. Pero el número de vidas truncadas no terminó ahí. Cinco jóvenes, impulsados por un heroico instinto de salvación, intentaron tender un cable desde tierra para rescatar a los marineros. Fue entonces cuando una ola gigante, en un acto de furia desmedida, los arrastró al abismo del océano.
En el entonces vulnerable puerto, la tragedia dejó una herida profunda en la memoria colectiva. Solo un hombre logró sobrevivir, Emeterio Sánchez, quien vivió para contar el relato de aquella jornada en que el mar reclamó tantas vidas.
La magnitud de la tragedia llevó al dictador Rafael Leónidas Trujillo a ordenar años después la construcción de un rompeolas en la zona, donde hoy se encuentra el Club de Oficiales de la Marina. Desde su edificación, esta estructura ha protegido innumerables embarcaciones, evitando desastres similares.
La columna de la aurora no es solo un recordatorio de la fragilidad humana frente al poder de la naturaleza. Es también un homenaje a la valentía de los jóvenes que entregaron su vida en un intento desesperado por salvar a otros. Este monumento jónico se alza como un símbolo de la mezcla de tragedia y heroísmo que define la historia de aquel día.
Hoy, al mirar la columna de la aurora, recordamos no solo a los marineros que perdieron la vida en el naufragio de la Aurora, sino también a los héroes anónimos que intentaron, a riesgo de su propia seguridad, ofrecer una última esperanza de salvación. Que su sacrificio y la lección que nos dejaron sigan siendo faro y guía en nuestra memoria colectiva.