El oro, la traición y el crimen silencioso

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Por Roberto Veras
 
SANTO DOMINGO, RD.- Corría el año 1947. La República Dominicana entraba en una etapa crucial de afirmación económica: por primera vez, nuestra moneda, el peso dominicano, circulaba respaldada en oro, gracias al recién fundado Banco Central.
 
Era un momento de esperanza y de aparente solidez financiera. Pero, como suele ocurrir en las dictaduras, donde el poder es absoluto, la estabilidad era solo una fachada.
 
En las sombras del régimen de Rafael Leónidas Trujillo, su propio hermano, Petán Trujillo, tejía una red de ambición y temeridad. Se dice que Petán, cegado por la codicia o quizás por la tentación de tener su propio poder dentro del poder, adquirió en el extranjero una máquina de impresión de billetes.
 
En un país donde el miedo era ley y la lealtad debía ser ciega, la osadía de Petán no era simplemente un delito financiero: era una traición.
 
Trujillo, el Jefe, el Benefactor, el Dueño del país, no perdonaba la traición, ni siquiera la de sangre. Enterado del movimiento de su hermano, quien había duplicado algunos billetes no dudó en emitir la sentencia. Pero la orden de matar a Petán no se cumplió de inmediato.
 
Aquellos a quienes se les confió la misión temieron lo que muchas veces sucede con los tiranos: que el furor fuera pasajero, que el dictador se arrepintiera, que la sangre de un hermano le hiciera dudar. Esperaron unos días. Quizás en silencio, quizás consultando miradas, esperando que a Trujillo se le enfriara la cólera.
 
Este episodio, envuelto aún en sombras y rumores, nunca fue escrito en los libros de historia oficiales. Fue sepultado junto con las demás verdades incómodas del trujillato.
 
Pero los ecos de esa traición familiar y ese crimen por ambición aún resuenan. Porque más allá del hecho puntual, lo que demuestra este capítulo es que el poder absoluto devora incluso a quienes lo construyen desde dentro.
 
Hoy, cuando vemos cómo la corrupción, el uso indebido de los recursos públicos y las traiciones internas siguen marcando nuestra vida institucional, vale la pena recordar que la historia no se repite, pero rima. Y que las monedas respaldadas en oro no significan nada si la moral del poder está hecha de barro.