Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.- Vivimos en una época en la que el ejercicio de la crítica es más necesario que nunca. En un país donde la rendición de cuentas escasea y la arrogancia del poder se disfraza de eficiencia, los comunicadores sociales tienen la responsabilidad y el deber de ejercer vigilancia con firmeza, pero también con altura.
Sin embargo, preocupa profundamente cómo algunos comunicadores están perdiendo credibilidad, no por falta de argumentos, sino por el lenguaje que eligen para expresarlos. El uso de vulgaridades, improperios y frases denigrantes ha dejado de ser un recurso de espontaneidad para convertirse, tristemente, en una forma de llamar la atención que termina saboteando el mensaje original.
Un ejemplo reciente lo constituye la crítica realizada por una comunicadora a la ministra de Interior y Policía, Faride Raful. Más allá de la legitimidad que puedan tener algunas observaciones sobre su desempeño, el lenguaje utilizado fue tan bajo, tan desprovisto de decoro y respeto, que terminó invirtiendo los papeles: la funcionaria pasó de ser objeto de escrutinio a convertirse en víctima de una agresión verbal injustificable.
Y es que cuando la crítica se envuelve en palabras soeces, se degrada a sí misma. Se aleja de la reflexión y se acerca al espectáculo. En vez de edificar opinión pública, erosiona la credibilidad del comunicador y da argumentos a quienes desean desacreditar las denuncias.
Criticar no es insultar. Señalar errores no es gritar obscenidades. Se puede ser frontal sin ser grosero. Se puede ser firme sin perder la compostura. Y es en esa línea que los verdaderos líderes de opinión deben mantenerse, si quieren aportar al debate nacional con madurez y responsabilidad.
A quienes hoy se escudan en la “libertad de expresión” para degradar el lenguaje y fomentar la confrontación desmedida, les hacemos una invitación: recuperen el valor de la palabra bien dicha. Porque al final, cuando la crítica se hace con altura, se defiende la verdad, se fortalece la democracia y sí, aunque parezca contradictorio hasta se le hace un favor al criticado. Porque se le obliga a responder con argumentos, no con victimismo.
La sociedad necesita voces valientes, pero también sensatas. Críticas contundentes, pero respetuosas. Es hora de que entendamos que no todo lo que se dice “de frente” es valiente, y no todo lo que se dice “con rabia” es justo.