CLEVELAND.- La familia Castro pasó del anonimato de Cleveland a ser célebre en la gran prensa de Estados Unidos.
Por supuesto, las razones no fueron las que tal vez la mayoría de ellos deseara, pues bastó sólo con conocerse que uno de sus miembros, Ariel, había sido el presunto secuestrador por casi una década de tres mujeres jóvenes, cuyos nombres aparecían en la lista de desaparecidos y posibles muertos.
La sensación que todavía hoy embarga a la mayoría de los miembros de la familia es la de sorpresa, como lo han manifestado quienes han resuelto hablar para los medios de comunicación. El clan Castro, compuesto por más de 20 miembros, hoy está dividido entre Puerto Rico y Estados Unidos. Originarios del municipio de Yauco, varios de sus miembros emprendieron el viaje a suelo estadounidense, llegaron al país a probar suerte y lograron instalarse.
Ariel, Oneil y Pedro Castro, los señalados como sospechosos, son hijos del matrimonio de Nona Castro y Lillian Rodríguez, quienes después de algunos años en Estados Unidos consiguieron hacer su vida en Cleveland. Contemporáneo a ellos es Julio Castro, el tío, quien a pocas cuadras de la casa donde Ariel tenía atrapadas a las tres mujeres —Amanda Berry, Georgina Dejesus y Michelle Knight— atiende su negocio de comidas, al que bautizó ‘Caribe’, como para recordar sus días en Puerto Rico. Julio ha declarado que no tenía contacto con Ariel desde hace seis años y su hija María Castro sólo ha lanzado una petición: “El comportamiento de mis primos no tiene nada que ver con los valores de esta comunidad, ni con los de esta familia. Esta comunidad es muy fuerte”.
Lillian Rodríguez no ha querido dar declaraciones hasta el momento, mientras que algunos de sus familiares insisten y repiten la frase de que “así no fue como ella los crió”. La historia de la madre de los sospechosos tuvo un giro fuerte en 2004, cuando Nona, su marido, falleció. Así que por años se vio obligada a vivir con dos de sus hijos: Oneil y Pedro. Los tres compartieron una pequeña casa en la calle Kinkel.
No obstante, los vecinos no conocen detalle de cómo era su relación con la madre. Las voces que de a poco han servido para reconstruir la historia apuntan que Oneil y Pedro eran bebedores empedernidos, que no eran reconocidos por tener un trabajo en particular y que se desplazaban en bicicleta por la ciudad realizando oficios varios, como ofrecerse a otros propietarios para podar su jardín. Bebían, dicen, pero aún en sus momentos de alcohol, nunca dejaron de ser amables. Con el tiempo, su madre se marchó a una mejor casa cerca de la avenida Hyde.
La cara de la independencia era de alguna manera Ariel, quien como músico ocasional y con su trabajo de chofer de bus escolar había conseguido residir en un hogar aparte de su familia y tener dos vehículos: una camioneta y un automóvil. El uso que después le daría a este hogar y las supuestas atrocidades cometidas contra las tres mujeres no estaban en el imaginario común. Hoy tiene en contra tres cargos por violación y uno por secuestro. De ser hallado culpable, podría enfrentar la pena de muerte.
El tribunal de Cleveland que los procesa determinó que a esta altura no existen pruebas suficientes que demuestren que Oneil y Pedro participaron de las vejaciones, no les fueron formulados cargos y su regreso a la libertad parece inminente. Cuando eso ocurra, la vista de los vecinos habrá cambiado un poco. Quizá esa imagen de ‘vagos’ simpáticos y bebedores tenga ahora algunas reservas.