Por Ing. Samuel De Moya G.
Desde el inicio de la historia, ocasión que está marcada con la aparición de la escritura, hombres y mujeres de dimensiones excepcionalmente privilegiadas se han ocupado de dejar profundas y permanentes huellas en el corazón de la humanidad. Sin duda alguna, el más sobresaliente de todos ha sido Jesús de Nazaret.
Sin entrar en consideraciones teológicas, hay que aceptar que ha sido tan significativo su impacto en el mundo, que dividió la historia en antes y después de él. Buda, Mahoma y Confucio, junto al Nazareno, constituyen lo que algunos autores citan como el conjunto de los cuatro grandes líderes de la humanidad.
Pero cuando nos circunscribimos a seres humanos aún vivientes, y guardando la distancia, la figura con más méritos acumulados a escala planetaria es, evidentemente, Nelson Rolihlahla Mandela, conocido en su país como Madiba, político y abogado sudafricano que nació el 18 de julio de 1918 en Mvezo, un pequeño poblado de la República de Sudáfrica.
Mandela fue uno de los 13 hijos que tuvo su padre de la tercera de sus cuatro esposas. Siendo muy joven huyó de un matrimonio tribal arreglado por los parientes. Este hecho lo obligó a crecer lejos de su familia. Fue miembro fundador del Congreso Nacional Africano (CNA), y en el 1948 se convirtió en su secretario nacional, posición que le reportó mayor preponderancia en su decidida lucha contra la política gubernamental del apartheid, sistema que constituyó un perverso fenómeno de segregación racial que fue implantado por los colonizadores ingleses y holandeses en Sudáfrica, el cual estableció leyes y reglamentos que crearon zonas y lugares donde no podían penetrar los negros, tales como playas, baños públicos, hospitales y escuelas. De igual manera tampoco podían ocupar los autobuses del transporte público.
El perfil ideológico de Mandela estuvo definido por un socialismo africano: nacionalista, antirracista y antiimperialista.
En un principio (1951-52), inspirado en Gandhi, propugnó por métodos de lucha no violentos, organizando campañas de desobediencia civil contra las leyes segregacionistas.
Pero el régimen racista endureció su política de represión hasta el extremo de abrir fuego contra una multitud desarmada que protestaba contra las leyes racistas. En esa ocasión fueron asesinados 69 manifestantes.
Ese hecho acabó de convencer a los líderes del Congreso Nacional Africano de la imposibilidad de seguir luchando por métodos no violentos, ya que no debilitaban al régimen.
Como consecuencia de esos acontecimientos se crea el grupo armado del CNA, La Lanza de la Nación, el cual fue dirigido por Mandela y operaba desde la clandestinidad atacando instalaciones de importancia económica o de valor simbólico, excluyendo atentar contra vidas humanas.
En 1962 Mandela viajó por diversos países del África recaudando fondos, recibiendo instrucción militar y llevando el mensaje a favor de la liberación de su país. A su regreso un juicio contra los dirigentes de la Lanza de la Nación lo condenó a cadena perpetua.
Veinte y siete años de prisión en penosas condiciones convirtieron a Nelson Mandela en el preso político de más peso específico a nivel mundial y en un símbolo de la lucha contra el apartheid dentro y fuera del país.
Son célebres sus intervenciones en los tribunales que le juzgaron, en virtud de su recio carácter y sus firmes posiciones por la noble causa que defendía. Veamos algunas pinceladas:
«Yo odio con la mayor intensidad y en todas sus manifestaciones la discriminación racial. He luchado contra ella durante toda mi vida; lucho ahora, y lo haré hasta el fin de mis días. Aunque ahora resulta que estoy siendo juzgado por alguien cuya opinión respeto mucho, detesto profundamente la situación que aquí me rodea.
Me hace sentir que soy un hombre negro en un tribunal de hombres blancos…Estoy dispuesto a sufrir el castigo aún cuando sé cuán amarga y desesperada es la situación de un africano en las cárceles de este país…Más poderoso que mi temor por las miserables condiciones a las cuales estaré sometido (en la cárcel), es el odio por las miserables condiciones a las cuales mi pueblo está sometido, fuera de la cárcel, en todo este país…He alimentado el ideal de una sociedad libre y democrática en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con iguales posibilidades…Es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir «
Después de una prolongada y fuerte presión internacional, y luego de que Nelson Mandela rechazara una oferta de libertad en el 1984, a cambio de que se retirara a uno de los veinte bantustanes (territorios que operaron como reservas tribales de habitantes no blancos en Sudáfrica), Frederik De Klerk, presidente de Sudáfrica, cedió y abrió el camino para abolir la segregación racial, liberando a Mandela en 1990 y convirtiéndole en su principal aliado para negociar el proceso de democratización. Ese trascendental hecho implicó que ambos, Mandela y De Klerk, compartieran el Premio Nobel de la Paz en 1993.
En mayo de 1994, tras las primeras elecciones generales en la que tuvo derecho al voto el universo de los sudafricanos con edad de votar (incluidos los negros, quienes constituyen casi el 80 por ciento de la población), Nelson Mandela se convirtió en el primer presidente de raza negra de la República de Sudáfrica, manteniendo a De Klerk como vicepresidente.
En noviembre de 1994 se firmó la Ley de Derechos sobre la tierra, que restituyó la propiedad a las familias negras despojadas por la Ley de 1913, la cual reservaba el 87 por ciento para la minoría blanca. Además, Mandela continuó enfrentando situaciones de discriminación racial, a pesar de que el Apartheid había sido abolido diez años atrás.
Mandela se mantuvo en la presidencia de Sudáfrica hasta el 1999, retirándose a la edad de 80 años, ocasión en la que le entregó el poder a Thabo Mbeki, otro líder negro, en una resonante ceremonia que contó con la representación de 130 países, incluidos unos 30 jefes de Estados, entre los que se destacaron Yaser Arafat, Muamar Gadafi; y el heredero de la Corona española, el príncipe Felipe de Borbón.
Los cinco años de gobierno de Mandela no fueron suficientes para evitar que los negros siguieran viviendo en condiciones infrahumanas en algunas regiones de Sudáfrica, pero si determinante para consolidar el ideal supremo de crear una sociedad donde primara la armonía y la paz sin distingos de razas.
Es tan inmenso Nelson Mandela, que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la Resolución 64/13 del 10 de noviembre del 2009, estableció el 18 de julio como el Día Internacional de Nelson Mandela, siendo probablemente el único ser humano viviente en ostentar ese privilegio.