Por Santiago Estrella Veloz
SANTO DOMINGO DE GUZMAN, RD.- Estaba pescando de lo más tranquilo en la presa de Hatillo y eran aproximadamente las cinco de la tarde. Caía el sol y a lo lejos solo se escuchaban los ladridos de algunos perros.
En vano trataba de pescar alguna trucha con anzuelos de plástico, cuando de repente se me apareció. Estaba vestido de blanco y lucía una corbata azul, como sus ojos, siempre penetrantes, inquisidores, como si quisieran escrutar los pensamientos de uno.
Sorprendido y confuso, me levanté del sitio donde estaba a orillas del lago y le di la bienvenida.
-¡Esta sí que es una sorpresa, don Juan, ¿usted por aquí? Creía que había muerto.
-Hola, Estrella Veloz, me da mucho placer verte de nuevo. No, no he muerto. Como decía mi amigo Joaquín (Balaguer) citando a otro, «nada se pierde, todo se transforma».
-Don Juan, en vista de que algunos jóvenes no saben el origen de su familia, díganos algo sobre eso.
-Mi madre nació en Puerto Rico, hija de un gallego, Juan Gaviño, y de una puertorriqueña a quien no conocí porque había muerto antes de mi nacimiento. Mi mamá vino al país niña, pero conservó siempre su ciudadanía española. Mi abuelo había llegado al país desde Puerto Rico a trabajar como jefe de campo en un ingenio que tenía el nombre de Puerto Rico y se fue al Cibao antes de la muerte de Lilís. Lo digo porque mamá recordaba que cuando mataron a Lilís la familia vivía en Río Verde. Papá y mamá se conocieron en La Vega. Para 1905 papá había dejado la albañilería porque su nombre (Bosch, José) aparece entre los comerciantes de La Vega en la página 297 del Directorio y Guía General de la República Dominicana de Enrique Deschamps que se publicó en España en 1906. Un año después, en noviembre de 1907, el día 30, nació mi hermano Pepito, que fue el mayor. Yo fui el segundo.
-¿Su papá, su mamá y sus hermanos fueron su única familia?
– No. Tuve dos tías, hermanas de mamá, Rosa y Juanita. De la primera son hijos Rafael Gastón y Genoveva, que vive en Bonao, casada con Arturo Pérez; y de tía Juanita lo son los hermanos Calventi: Arturo, Vinicio, Rafael, Argentina y Gladys. De mis hermanos viven tres hermanas: Angelita, Josefina y Ana. De la primera tengo tres sobrinos: Virgilio, Milagros y Fernando Ortiz, y de la segunda dos: Osvaldo y José Oscar. Ana no tiene hijos.
-¿Cómo usted se convierte en escritor?
-Yo no quise ser escritor. Mi vocación era la escultura y la pintura, pero más la primera. Sin embargo, me gustaba leer y leía de todo, ahora, yo compraba mucho los llamados Cuentos de Calleja, que eran unos cuentos ilustrados para niños que publicaba en España una editorial de nombre Calleja. Tal vez eso influyó para que al fin me dedicara a escribir cuentos, pero no puedo asegurarlo, lo que sí recuerdo es que cuando tenía unos ocho años, hacia un periodiquito llamado El Infante que yo mismo escribía a maquinilla y lo vendía en la escuela, y recuerdo también que hice un libro de cuentos, también escrito a maquinilla e ilustrado con dibujos míos y encuadernado por mí, porque en la escuela nos enseñaban oficios, y yo escogí dos: la talla en madera y la encuadernación. Ese librito se quemó cuando se quemó la biblioteca de Federico García Godoy, a quien papá se lo había llevado mucho tiempo antes de que ocurriera ese incendio.
-Don Juan, muchas personas, principalmente los de las nuevas generaciones, desconocen cómo fue que se produjo el Golpe de Estado que derrocó su gobierno democrático de siete meses, el 25 de septiembre de 1963. Cuéntenos algo sobre eso.
-El gobierno de Kennedy había organizado en territorio dominicano, sin que yo lo supiera, campamentos guerrilleros haitianos anti-duvalieristas que venían desde la base Romey, que es una base militar situada en Puerto Rico, y desde ahí traían también las armas, y hombres y armas venían por vía aérea. Los campamentos fueron desmantelados cuando me entere de su existencia, sin que tuviera la menor idea de que quien los había organizado era el gobierno de los Estados Unidos; y no podía imaginármelo porque nunca antes había sucedido nada parecido en la historia de la humanidad. Lo que hizo Kennedy es esa ocasión fue una acción completamente mafiosa, propia del hampa, no de un gobierno que tenga el menor respeto por las normas del Derecho Internacional. Al saber que había campamentos haitianos cerca de la Capital ordené a los jefes militares su disolución, pero la Misión Militar norteamericana, estoy seguro de que con conocimiento del Embajador Martin, porque cosas así no se pueden hacer sin que el embajador lo sepa, reorganizó esos campamentos cerca de la frontera en la Línea Noroeste, y desde ahí salían los guerrilleros haitianos a atacar a Haití, y el embajador Martin me hacía creer que estaban saliendo de Venezuela. Pero el 23 o el 24 de septiembre de ese año 1963 vi, leyendo El Caribe, la fotografía del jefe de esos guerrilleros que llegaba al aeropuerto de las Américas muy vestido; entonces entré en sospechas y le pedí al ministro de Relaciones Exteriores que le pidiera a la OEA el envío de una comisión para investigar de dónde estaban saliendo los haitianos que entraban a cada rato en Haití en son de guerrilleros. Cuando le dije eso al ministro estaba presente el ministro de las Fuerzas Armadas, y como es natural, cinco minutos después la Misión Militar yanqui estaba enterada de mi orden, y en el acto los jefes de esa misión dieron orden de tumbar al gobierno antes de que el mundo se enterara de lo que había hecho John f. Kennedy en la República Dominicana.
-Usted fue uno de los principales fundadores del PRD y luego del PLD. La historia sobre su salida del PRD es conocida, porque usted mismo dijo que en ese Partido había dirigentes que solo luchaban por asuntos personales, no por el bien del pueblo. Sin embargo, ahora que gobierna el PLD, creo útil recordarle que en 1977, en un artículo suyo titulado El Partido, Concepción, Organización y Desarrollo, usted dijo lo siguiente: «Los dominicanos saben muy bien que si tomamos el poder, no habrá peledeista que se haga rico con los fondos públicos; no habrá un peledeista que abuse de su autoridad en perjuicio de un dominicano: no habrá un peledeista que le oculte al pueblo un hecho incorrecto, sucio o inmoral». Pero sucede, don Juan, que ahora mismo hay numerosos funcionarios del gobierno del PLD que no podrían explicar claramente el origen de sus fortunas. ¿Qué puede usted comentar al respecto?
-Sencillamente, Estrella Veloz, me han defraudado. Cada vez que me entero de esas cosas bochornosas, el polvo en que se han convertido m is huesos se revuelve. No soy rencoroso, pero esto profundamente enojado por eso.
La verdad es que don Juan lucía sumamente irritado. En ese momento, el campesino dueño de la silla nos trajo sendas tazas de café, que don Juan y yo deleitamos con fruición. Don Juan, tras darle las gracias al campesino, me dijo:
-¿Te das cuenta, Estrella Veloz? Nuestros campesinos son agradecidos, pero los han tratado tan mal que ahora mismo cualquiera se rebela contra tanta inequidad.
Don Juan se levantó de la silla y, dándome un abrazo, me dijo:
-Estrella Veloz, tengo que marcharme, pues en el sitio donde estoy no nos dan permiso por mucho tiempo para visitar a los amigos. Salúdame a tu familia. Siempre los recuerdo con mucho cariño.
-Un momentito, don Juan, ¿se ha entrevistado usted, en el sitio ignoto donde está, con el doctor Joaquín Balaguer?
-¡Como no! ¡Y hasta con Peña Gómez, y los tres nos hemos perdonados recíprocamente porque la política terrenal nos dividió. Pero, donde estamos, no podemos hablar de política. Cuando lo intentamos, nos quedamos mudos. Gracias de nuevo, Estrella Veloz, y recuerda siempre lo que te dije el 25 de septiembre de 1965, en la calle Castelar número 7, que no se debe decir «el discutido político», porque ese es un pleonasmo. Todo político es discutido.
-Gracias, don Juan, siempre recuerdo eso. Pero dígame aunque sea un fragmento de su ideario.
-Eso es fácil. Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará de nosotros que cambiemos nuestra conducta. Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura.
Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas pero también con justicia social.
A Juan Bosch la gente común le recordará como un gran ciudadano, ex presidente constitucional de la República, escritor de fama internacional y fundador de dos partidos políticos, pero además por sus aportes democráticos afianzados en el deseo de un mejor destino para los dominicanos. Sin embargo, el otro Juan Bosch, el simple ser humano, no el político, tuvo otra cara: la cara de la ternura, que siempre reflejó en muchos de sus cuentos y en la intimidad familiar. Era un hombre apegado a su familia, que le contaba cuentos para dormir a su hijo Patricio, quien nació en La Habana el 20 de junio de 1946, fruto del matrimonio con doña Carmen Quidiello. Patricio le recuerda como un buen padre, que velaba por su sueño y se mantenía en vigilia cuando alguno de sus hijos enfermaba.
Uno de los cuentos que Bosch relataba a Patricio, para que se durmiera, se convirtió después en Cuento de Navidad, tan bello o quizás más que el de Dickens, y ambos traducidos a numerosos idiomas. Su hija Carolina, fruto del primer matrimonio de Bosch con Isabel García Aguiar, solía llevarle sus dos hijos al Palacio Nacional, cuando era Presidente de la República en 1963. Esto ocurría invariablemente los jueves, aunque no trascendía a la prensa. Bosch permanecía unos veinte minutos o media hora jugando con sus nietos, a los cuales también contaba cuentos.
Hoy día, quienes creemos en la decencia y en la honestidad, recordamos con entrañable cariño a ese dominicano que se llamó Juan Bosch.