Fernández Domínguez: «Nunca, nunca se dio por vencido»

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Conversar con Arlette Fernández es leer en cada una de sus frases un fragmento de la historia contemporánea dominicana.
Conversar con Arlette Fernández es leer en cada una de sus frases un fragmento de la historia contemporánea dominicana.

POR ARGÉNIDA ROMERO

SANTO DOMINGO DE GUZMAN, RD.- «Juro, por mi honor, que seré como usted quiso que fueran los militares. Descanse en paz, que usted va al cielo y al Altar de la Patria».

Arlette Fernández recuerda esas líneas, escritas en un pedazo de papel dentro del ataúd de su esposo el coronel Rafael Fernández Domínguez, gestor militar del movimiento constitucionalista que buscó el retorno al poder del profesor Juan Bosch y cuyos retos son llevados hoy al Panteón Nacional.

Ese temprano y anónimo honor a su esposo es una de los pocos recuerdos certeros que guarda del 20 de mayo de 1965, cuando acompañó su féretro desde Santo Domingo a la ciudad de Santiago.

El día antes, el coronel Fernández Domínguez cayó abatido por las balas del ejército interventor norteamericano en el fallido intento de las fuerzas militares constitucionalistas de tomar el Palacio Nacional.

Pero no fue su muerte, como asegura doña Arlette, lo que lo convierte en referente para el país, sino su vida. «Una característica de Fernández Domínguez es que nunca, nunca, se dio por vencido. Nunca dejó de trabajar. Siempre siguió adelante, siempre. No le importó nada, ni la distancia, ni las amenazas», recuerda doña Arlette.

Amor, admiración y compromiso

Arlette tenía 18 años cuando se casó en diciembre de 1955 con Fernández Domínguez. El tenía 21 años. «Realmente yo estaba muy enamorada, desde que lo conocí. Desde que nos conocimos nosotros nos enamoramos, pero yo realmente amé a mi marido y, además, lo admire, cosa que digamos dimensiona un poco el sentimiento», se confiesa.

Sus memorias fijan el recuerdo de un hombre familiar, amoroso con los cinco hijos que procrearon durante sus casi ocho años de matrimonio. También recuerda su cotidianeidad como joven militar, la manera en que creció en él un liderazgo «que asumió con tanta responsabilidad. Era un hombre diferente. De eso me di cuenta».

«Cuando Fernández Domínguez, siendo primer teniente, llegó a la fuerza aérea tenía una conducta tal, un carisma, basado en esa conducta intachable, respeto por los demás, una forma de ser que se fue formando a su alrededor aquel grupo de oficiales que lo querían y lo admiraban, que el trato que él daba a sus oficiales y compañero era un trato muy respetuoso».

Durante esos años, doña Arlette asegura que «al darse cuenta que tenía un liderazgo dentro de la joven oficialidad, sobre todo los jóvenes oficiales que comenzaban con esa mentalidad que empezaba a cambiar, con el tiempo comenzó a dejar cosas, digamos pequeñas inconductas. Por ejemplo, estar corriendo en el jeep. A veces tomaba tragos, y él decía ‘yo no puedo tomar tragos, a mí los tragos me hacen mucho daño y mi papá y mi mamá sufren mucho por eso’ «.

"Juro, por mi honor, que seré como usted quiso que fueran los militares. Descanse en paz, que usted va al cielo y al Altar de la Patria".
«Juro, por mi honor, que seré como usted quiso que fueran los militares. Descanse en paz, que usted va al cielo y al Altar de la Patria».

«Trato de evitarlo»

Mientras fue director de la Academia Batalla de Las Carreras, puesto que ejerció durante el gobierno de siete meses del profesor Juan Bosch, Arlette recuerda que los síntomas sobre un golpe de Estado eran palpables. Afirma que Fernández Domínguez trato de evitarlo.

«Recuerdo como hablaba con nuestro vecino, que era el doctor Rolando Haché, que fue uno de los grandes conspiradores. Éramos muy amigos del coronel Wessin (Elías), una persona que queríamos mucho. El pasaba por allá, jugaba con los niños. Recuerdo que él tenía ya muchos problemas. Aparecían letreros que decían «Abajo, Wessin». El iba a hablar con Rafael. No sé lo que ellos conversaban, pero recuerdo que a veces llegaba nervioso».

Asegura que cuando Fernández Domínguez se percató que Wessin estaba de acuerdo con el derrocamiento del gobierno constitucional de Bosch trató de que renunciara a la idea. «Él (Wessin) iba siempre y su esposa, una dama maravillosa, fuimos grandes amigos. Después la historia los dividió… y él, cuando se enteró que Wessin estaba de acuerdo con que se diera el golpe, como eran amigos, trato de convencerlo».

Tras el derrocamiento de Bosch, Fernández Domínguez fue destituido de su cargo en la Academia. «Fernández Domínguez era un gran obstáculo para los planes de los golpitas», considera Arlette y narra que luego de su destitución y antes de marcharse a España como agregado militar se entrevistó con el Rafael Molina Ureña, quien presidió el país por pocas horas luego del golpe de Estado, y que era representante de Bosch, al que dijo que estaba dispuesto a luchar por el retorno de Bosch.

«Entonces le dijo Molina Ureña que no, que el profesor Bosch no quiere sangre. «Pues díganle a él que yo estoy listo y que espero su orden», le dijo pero como no recibió la orden se tuvo que ir».

Arlette asegura que se marchó luego de ser convencido por compañeros militares, familiares y «el mismo Juan Bosch, ya que «él dijo que iba a renunciar y se iba a clandestinizar y al estar clandestino seguir trabajando para derrocar ese gobierno y reponer el gobierno de Bosch, todo eso a días del golpe, pero entonces le dijeron que si no renunciaba no había líder que los dirigiera».

En España, apunta Arlette, siguió trabajando por la causa a favor de Bosch y buscaba la manera de regresar al país. Luego fue enviado a Chile y de allí paso a Puerto Rico. Ella y sus cinco hijos le acompañaron siempre.

El regreso y su muerte

El coronel Fernández Domínguez regresó el 14 de mayo de 1965, enviado por Bosch, como portador de la «fórmula Guzmán», acordada entre Bosch y los representantes de Lyndon Johnson, presidente de los Estados Unidos.

La idea de tomar el Palacio Nacional no fue de Fernández Domínguez, asegura Arlette, sino de Juan Miguel Román, del Movimiento 14 de Junio, quien lo visita y se lo plantea.

«Y no fue como la gente dice, que fue un disparate, una locura. Ahí hubo muchos mapas, muchos trazos, mucho conversar. Hasta que decidieron tomar el Palacio porque consideraban que era un lugar estratégico, porque en unas negociaciones tú tienes que tener fuerza, algo de fuerza. Ellos consideraban que tomar el Palacio Nacional y llevar al gobierno constitucionalista, al presidente Caamañó, al Palacio Nacional era importante».

Arlette hace una pausa. «Entonces, nada, lo matan».

La memoria del héroe

Doña Arlette Fernández tiene recuerdos entre cortados de su viaje repentino al día siguiente para enterrar a su esposo. Recuerda el clamor de la madre de Fernández Domínguez frente a un cuadro de la Virgen de la Altagracia, las lágrimas de Jaime Benitez, presidente de la Universidad de Puerto Rico, quien la acompañó hasta tomar un avión militar; la indignación de Francisco Alberto Caamañó -presidente de la revolución constitucionalista-, la entrega de un bulto con las pocas pertenencias de su esposo; y los trozos de papel con notas en el féretro de su esposo.

Volvió a Puerto Rico. Regresó a República Dominicana con Juan Bosch el 25 de septiembre de 1965. «Esa mujer que vez con los espejuelos negros y el pelo hacia atrás soy yo», apunta. En la foto publicada en la página 393 de su libro «Coronel Rafael Fernández Domínguez. Soldado del Pueblo y Militar de la Libertad», Bosch baja de un avión y saluda efusivo. Debajo de la mano que señala y saluda de Bosch hay una joven mujer, vestida de negro, con lentes oscuros y sin ninguna expresión visible en su rostro.

«Participe activamente en los movimientos en contra de Joaquín Balaguer (en el período de los doce años 1966-1978), que siempre me respetó, aunque me allanaron», relata. «Nosotros escondíamos jóvenes. Fui secretaria general y tesorera de la asociación de amigos con Nicaragua, con Cuba…nunca me estuve tranquila, siempre participé. Ya después que don Antonio (Guzmán) fue Presidente fue que empecé a trabajar para dar a conocer a Rafael».

Creo la Fundación coronel Fernández Domínguez, a través de la que mantuvo con vida la memoria histórica de su esposo. En 1980 le toco pasar por otro momento difícil, la muerte de su hijo menor Rafael Tomás en un accidente automovilístico. «Es lo peor que me ha pasado, pero seguí adelante», dice.

«¿Si usted en este momento tuviera una forma de ver a su esposo de frente, vivo, qué le diría?», le preguntamos a doña Arlette Fernández. Suspira y sonríe.

«Te quiero, siempre te quiero, Rafael. No puedo dejar de quererte, Rafael, no importa la edad que tuviera. Yo amo a ese hombre, lo amé».