Por Juan Cruz Triffolio
Sociólogo – Comunicador
No obstante cada día crece el número de dirigentes políticos que no les preocupa lo que verdaderamente piensan los ciudadanos, su vinculación con los denominados “periodistas dominantes” se hace más acentuada.
La razón fundamental de esa ligazón es pretender alcanzar la complicidad y el silencio, a través de un sincretismo que algunos especialistas han calificado como una “endogamia político-mediática”.
En el ejercicio periodístico dominicano es evidente que tal realidad existe y cada día parece asumir diversas facetas y una mayor dimensión.
En el caso nuestro, tal como también ocurre en otras realidades sociales, percibimos, para bien o para mal, a un grupo de periodistas de los medios audiovisuales que se muestran estar ubicados en una posición por encima de la superestructura de la sociedad dominicana, asumiendo poses propias del olimpo de los dioses y una prosperidad económica que logra anonadar al más insensible de los mortales.
Son los que en la sociedad dominicana, como en otras latitudes, pasan a ser definidos como favoritos entre muchas de las figuras políticas que manejan los asuntos del Estado de manera medalaganaria y que, generalmente, buscan arropar “sus indelicadezas y diabluras” con el manto del silencio sepulcral que genera la impunidad.
A juicio del acucioso periodista y analista español Ignacio Ramonet, en su obra La Explosión del Periodismo, estos comunicadores conforman “una categoría profesional y social en estado de levitación, o sea sin los pies en la realidad, sin verdadero contacto con la sociedad, y en permanente complicidad y consanguinidad con la clase política que, a su vez, se encuentra enormemente desprestigiada”.
Son los mismos que vemos establecer un concubinato letal, a mediano y largo plazo, sobre la base de un compadreo lleno de complicidad y confabulaciones y que se muestran omnipotentes, respaldando su poder por la ley del silencio e imponiendo su concepto de información-mercancía a una profesión cada vez más debilitada por el miedo al paro.
Estos denominados “periodistas dominantes” son los mismos que, en complicidad con los responsables políticos de nuestras sociedades, forman, a juicio del autor en referencia, “una especie de corte frívola y mundana, donde se hacen la pelota los unos a los otros con conmovedora atención en la esperanza de obtener a cambio algún favor”.
En el marco de su frecuente comportamiento se registra de manera acentuada el invitarse entre ellos y el visitar los mismos retaurantes de moda, los mismos lugares de veraneo y cuando tienen que “debatir o analizar” en público, se libran al ritual de una ceremonia inofensiva y previsible.
Ha sido este concubinato fatal y letal entre políticos y periodistas el que ha dado paso a la conformación de una aparente seudo-nobleza ensimismada que además de fascinar a muchos de los que vierten sus ideas en los medios tradicionales, también ha imantado a importantes representantes de las denominadas redes sociales, arropados por la sombra y la discreción.
Sin hiperbolización alguna, esta situación debe preocupar y horrorizar entre quienes desean manejar y digerir la información objetiva y aquellos que entienden que los medios de comunicación no deben constituir un grave problema para la existencia de una democracia real
El denominado “cuarto poder” está llamado a ser ejercido bajo criterios más nobles y transparentes, sin limitaciones o complacencias al momento de criticar, rechazar o aprobar todo cuanto ocurre de transcendencia en el marco societario para real y efectivamente continuar siendo “la voz de los sin voz”.
Luchar y exigir constantemente por un libre espacio para la elaboración y exposición del producto periodístico ha de ser un compromiso innegociable entre quienes encarnan el periodismo, los dirigentes políticos y los propietarios de los diversos medios si en realidad existe el ennoblecedor propósito de generar una opinión pública cimentada en la verdad y la objetividad.
Teniendo en consideración lo anterior y como colofón de estos apuntes, a manera de recordatorio, vale convocar a no olvidar que “la prensa es la artillería de la libertad” y por tanto los periodistas deben criticar, pero eso sí, sin necesidad de azotar a nadie.
Así el asunto…