Por Luis Amadís
Conocí a Roberto Rosario a mediados de la década del 70’ cuando ambos éramos estudiantes del Liceo Juan Pablo Duarte, (escenario de grandes luchas del movimiento estudiantil de entonces) y vivíamos en el sector de Villa María.
El destino nos llevó por senderos diferentes, quien escribe fue a parar a Venezuela fruto del atentado a tiros en noviembre de 1977, que sufriera mi hermano Héctor Rafael Amadís, periodista del periódico La Noticia y productor del programa Frente a Frente que se difundía a través de Radio Cristal.
En los años que nos tocó estar al lado del hoy presidente de Junta Central Electoral (JCE), conocimos el carácter, la disciplina y seriedad con que Roberto asumía sus compromisos académicos y las tareas políticas como dirigente estudiantil de la Unión Nacional de Estudiantes Revolucionarios (UNER).
Su llegada en el 2003 a la JCE, le abrió el camino para demostrar su capacidad de dirección al frente de la Cámara Contenciosa de entonces. Al asumir la presidencia de la JCE en el año 2010, Rosario vistió de prestigio y credibilidad a la institución.
La República Dominicana, acostumbrada por decenas de años a tener al frente de la JCE a funcionarios pusilánimes y sumisos, instalados en la Junta con el único propósito de recibir órdenes, ha encontrado en Roberto Rosario la antítesis de lo antes dicho.
¿De qué tamaño es la responsabilidad de dirigir la JCE en materia de elecciones? Del tamaño de lo que espera el país a la hora de dar resultados reales y responsables, sin amañamientos y sin acuerdos de aposentos.
Se puede estar de acuerdo o no con Roberto Rosario, (entre los que me encuentro yo, que no acabo de entender la pasividad para dotar el exterior de todos los centros necesarios para la cedulación de todos los dominicanos que vivimos fuera del país), pero, a parte de ese discernimiento es innegable la pulcritud y seriedad con que ha asumido su compromiso al frente de la institución dominicana que determina, a la hora de contar los votos, en manos de quien cae la dirección del Estado.
Dirigir la JCE es administrar política en el más amplio sentido de la palabra, no es secreto para nadie los intereses políticos en pugnas por alcanzar el poder; y es precisamente a la JCE que le toca el papel de ser el árbitro electoral. El problema sistémico que existe en nuestros países, es que la dirección de las instituciones que rigen la parte electoral siempre proviene de acuerdos entre los principales partidos del sistema y, como la actividad política es muy parecida a los deportes de contacto, siempre existen los codazos y zancadillas en Pro de defender los intereses particulares de cada partido, que no siempre son los intereses de la Nación.
A veces se pierde la esperanza de que la partidocracia dominicana se dedique a luchar porque tengamos un mejor país cada día. Que las generaciones por venir, de aquí a cien años puedan decir de los políticos de hoy lo que decimos en la actualidad de Duarte, Sánchez, Mella, Bosch y Caamaño.
Evitar que surja en ese entonces, la pregunta obligatoria: ¿Que papel asumieron cuando les tocó dirigir los destinos del Estado dominicano? Al ver a nuestro país huérfano de lideres e inundado, invadido y arruinado por nuestros vecinos.
Aminoremos el déficit de decencia en la actividad política, la misma no es solo un asunto de negocios, sino una cuestión moral
Dejen a la JCE tranquila y pongan en agenda un solo punto: el país.
Si no es mucho pedir.