Por CÁNDIDA FIGUEREO
La población dominicana, estimada en algo más de 10 millones, empuja hacia una mejor forma de vida sustentada en la laboriosidad cotidiana que caracteriza a nuestra gente. En ese ínterin llama la atención el silencio de los buenos a contrapelo de algunos de mal vivir.
Hasta el menos docto de nuestra muchedumbre está gratamente convencido de la bondad que le caracteriza, lo que pregonan por los cuatro vientos visitantes que terminan quedándose por estos lares.
Sin embargo, el alboroto de algunos que no merecen llamarse hijos de esta patria por los deslices en que se ven envueltos nos deshonran y siembran el espanto.
Es precisamente el detalle de la mala conducta, similar a una espina en el zapato, el que se resalta y procura empañar a “titirimundachi” con esos desaciertos.
Hoy, más que ayer, las personas se esfuerzan por su superación personal mediante la educación y en tener trabajos decentes sea por contrato o iniciativa propia. De igual modo desean la paz, no la zozobra macabra cuando les sorprenden o arrancan la vida por objetos triviales como un celular, dinero y otras nimiedades.
Como resultado de lo anterior es frecuente la orfandad infantil, madres solteras y todo un malestar en el seno familiar.
Parecería que esos pocos dados a lo malhecho tienen a la mayoría que transita por el buen vivir acogotada, al extremo que el silencio de los buenos hace pensar que se está contaminando por el miedo.
Esos pocos siguen haciendo y deshaciendo y amén. No es diciéndoles consejitos o blasfemias con lo que este tipo de gente se detiene, sino aplicándoles el peso de la ley y dejando de lado la benignidad con ellos.
A Mahatma Gandhi se le atribuye, otros dicen que Martin Luther King, el dicho que copió de Sabidurias.com: “No me asusta la maldad de los malos, me aterroriza la indiferencia de los buenos”.
Fuere el ilustre Gandhi o el brillante Luther King quien lo dijera, lo importante es la excelsitud de ambos en ese señalamiento sobre la indiferencia de los buenos, porque esto da pauta para que los malos singan sus andanzas, en lugar de ayudarles a encarrilarse por un mundo de paz ganándose la vida sin manchas.