Por Melvin Mañón
La popularidad de Danilo Medina hasta hace un par de meses era falsa pero la gente creía que era verdadera. Si la gente había creído en su popularidad antes parecía lógico que asumiera su reelección como inevitable.
El cálculo político no era del todo infundado y le dieron curso.
Medina, tras haber descalificado a Leonel Fernández que aspiraba como él a la nominación y tras haber sobornado en masa a los legisladores consiguió modificar la Constitución para optar por una reelección consecutiva; entonces algo interesante ocurrió.
La gente de la calle, eso que llaman opinión pública, otros aspirantes y por supuesto, los seguidores del propio Fernández no simpatizaron con la reforma constitucional pero, resignados unos y derrotados otros, creyeron que Medina, a pesar de todo, se saldría con la suya y el país empezó a vivir lo que parecía un futuro indeseable pero inevitable.
Sin embargo, la situación ha cambiado.
Las cosas han empezado a salirle mal al proyecto reeleccionista. La repartición de cargos electivos entre facciones y aliados en lugar de fortalecer la reelección de Medina, la ha debilitado por parálisis, deslealtad y desconcierto. La renuncia a abandonar posiciones que creían ganadas, sinecuras que suponían seguras y futuro que esperaban inamovible han creado una situación que va de mal en peor.
El PLD ha perdido en pocos meses, dos activos de los cuales se enorgullecía. Ellos proclamaban ser diferentes a los demás y no lo son. Eso lo sabíamos, pero la gente de la calle no lo aceptaba como parte de su realidad cotidiana.
Ellos juraban que la unidad era inquebrantable y no lo era mostrándose ahora igual que los demás partidos de cuya ruina se han lucrado. Entonces, con su antiguo prestigio político hecho trizas y con su formidable maquinaria electoral herida y sangrando el proyecto reeleccionista cimentado sobre una estela de cadáveres políticos, de gente herida, de palabras traicionadas y compromisos burlados, como los barcos en alta mar, está haciendo agua y la gente se ha percatado de ello algunos con miedo, otros con sabia aceptación y muchos con alegre entusiasmo.
Los escándalos se suceden uno tras otro, Medina no dice ni hace nada y la sensación de ineptitud e incompetencia se sobrepone a la de hombre prudente, paciente y sabio. Sus visitas sorpresas fueron desenmascaradas y la contraofensiva informativa montada por el gobierno no logró restaurar la antigua imagen.
El discurso de Medina ante la asamblea de Naciones Unidas no podía ser más torpe e inoportuno no solamente porque las cifras que presentó sobre reducción de la pobreza era una mentira de escolar de sexto grado sino porque las propias Naciones Unidas habían publicado un informe propio con cifras que demostraban lo contrario y la prensa dominicana, por más que intentó, como es usual, protegerlo, no pudo evitar la difusión de la información.
Ni siquiera se había secado la tinta de este yerro cuando se produce el suicidio de un contratista adscrito a la OISOE y con ese hecho sale a relucir otro poco de la podredumbre que acompaña la gestión del señor Medina y nada más y nada menos que en su proyecto más querido: la construcción de aulas para alguien que dice construir escuelas.
El suicidio y el escándalo echan por el piso su otra niña linda. Ahora, las visitas sorpresas y la llamada construcción de escuelas se revelan como lo que han sido siempre: un fraude la primera, una cloaca la segunda.
La oposición política también le ha creado un enorme problema al proyecto reeleccionista. Aunque dista mucho de ser lo que debería, la oposición liderada por Luis Abinader ha tenido algunos aciertos pero sobre todo, ha evitado algunas de las torpezas y exabruptos que tan caro le costaron a Hipólito Mejía y que tanto favorecieron al PLD. Por primera vez se invierte la ecuación. El PLD hacía política burlándose de las improvisaciones de Hipólito. Ahora, el PRM se beneficia, en silencio, de las cosas que le están saliendo mal a la reelección.
Este giro de la situación ha creado una situación complemente nueva y cuyas consecuencias pueden ser extraordinarias.
Mientras la reelección era percibida como un proyecto seguro, el dinero necesario para tramitarla electoralmente resultaba en una cifra menor que ahora que se la considera en peligro.
El poder político está obligado a invertir ahora mucho más dinero de lo que pensaba originalmente pero con dos factores en contra y ambos importantes. Primero, el precio a pagar por cada voto a favor de la reelección aumenta en la medida que dicha reelección es puesta en duda y pasa, de ser una apuesta segura a un proyecto que solamente es posible.
En segundo lugar, los intermediarios que manejan la compra de adhesiones políticas que siempre se quedan con una parte del dinero que manejan, ahora primero aseguran su dinero y después reparten lo que sobra.
Dado que ya perciben la reelección como una empresa dudosa lo primero que hacen es protegerse ellos mismos “por si acaso”. Por lo tanto, si hace algunos meses la reelección iba a costar 30 mil millones de pesos, hoy alcanzará los 50 mil millones.
Ahora bien, si de esos primeros 30 mil millones los intermediarios iban a repartir 20 y a quedarse con 10, ahora y producto de la incertidumbre, de los 50 mil millones en total repartirán no más de 15 mil y se quedarán para ellos con 35 mil millones. Es decir, el poder político tiene que invertir disponer de más dinero para la reelección pero debido a las dudas creadas, la cantidad total de dinero que al final llegue a los vendedores de votos y lealtades es menor y por lo tanto, complica más y acentúa las dudas sobre el éxito reeleccionista.
Para el 2016 nadie tiene nada seguro. El poder político ha perdido la iniciativa pero eso tampoco significa que la oposición la haya asumido. El PRM no descolla por su audacia, sigue haciendo campaña electoral en lugar de oposición. Siguen sin asumir la representación de los desamparados que protestan todos los días pero, para su ventaja, el gobierno y el PLD hacen lo que nunca antes: cometen errores graves, frecuentes y en algunos casos irreversibles.
Con un electorado ya harto de PLD si pierden la batalla de la imagen, si la creencia ya generalizada pero todavía no definitiva de que la reelección no es segura y de que está en peligro, si esa percepción se consolida, como está sucediendo, están perdidos y entonces, habrá que ver si el fraude descomunal podrá salvarlos y aun así a qué precio para ellos y para nosotros.
Nota: El título de este trabajo era el decir de Buck Canel un antiguo narrador deportivo de grandes ligas que animaba así a su auditorio en las entradas finales de un partido cerrado.