Varios expertos analizan los motivos que provocan que la guerra civil siria no solo no termine sino que empeore y no se parezca a ninguna guerra civil anterior.
Por MAX FISHER
WASHINGTON — Hay algo en la guerra civil en Siria que no parece cambiar nunca: cualquier intento para solucionarla fracasa.
A pesar de los diversos intentos, conferencias de paz e intervenciones desde el exterior, entre las que se incluye la última de las incursiones turcas en el interior de Siria, la única aguja que parece moverse es la que mide el sufrimiento de los sirios, que solo empeora.
Las investigaciones académicas sobre las guerras civiles revelan por qué: la duración media de un conflicto así es de casi una década, el doble de la de Siria hasta la fecha. Sin embargo, hay una serie de factores que pueden alargarlos, volverlos más violentos y dificultar su fin. Prácticamente todos están presentes en Siria.
Cuando se le preguntó qué otros conflictos a lo largo de la historia han tenido una dinámica parecida, Barbara F. Walter, profesora de la Universidad de San Diego y experta en guerras civiles, hizo una pausa, consideró unas cuantas posibilidades, y finalmente se rindió. No hay ninguno.
“Este es un caso verdaderamente difícil”, dijo.
Un conflicto que no quiere terminar
La mayoría de las guerras civiles terminan cuando un bando pierde, ya sea en combate o porque se queda sin armas o porque pierde el apoyo popular y tiene que rendirse. Casi un cuarto de las guerras civiles terminan con un tratado de paz, a menudo porque ambos bandos están exhaustos.
Esto pudo haber ocurrido en Siria: los combatientes principales (el gobierno y los insurgentes que comenzaron a pelear en 2011) están debilitados y no podrían sostener por sí mismos la lucha durante mucho más tiempo.
Sin embargo, no están solos. A cada bando lo apoyan fuerzas extranjeras (Estados Unidos, Rusia, Irán, Arabia Saudita y ahora Turquía), cuyas intervenciones han convertido a Siria en un ecosistema sin entropía. En otras palabras: las fuerzas que normalmente detendrían la inercia del conflicto están ausentes y permiten que continúe durante mucho más tiempo en comparación a lo que sucedería en otro caso.
Por eso, según James D. Fearon, un profesor de Stanford que investiga las guerras civiles, muchos estudios han encontrado que “si hay intervención externa en ambos bandos, la duración es significativamente mayor”.
Nadie puede perder, nadie puede ganar
Los patrocinadores extranjeros de la guerra no solo eliminan los mecanismos para la paz, sino que también introducen mecanismos para reforzarse a sí mismos todo el tiempo e intensifican el estancamiento. Siempre que un bando va mal, sus apoyos externos se involucran más y envían suministros y apoyo aéreo para impedir la derrota del bando que favorecen. Entonces este comienza a ganar, lo que tiende a provocar que los apoyos externos del otro bando también eleven su apuesta. Cada escalada es un poco más fuerte que la anterior y acelera la matanza sin cambiar nunca el equilibrio fundamental de la guerra.
Esta ha sido la historia en Siria casi desde el comienzo. A finales de 2012, cuando el Ejército de Siria comenzaba a encadenar derrotas, Irán intervino a su favor. A principios de 2013, las fuerzas gubernamentales se recuperaron, por lo que los Estados ricos del Golfo inundaron de apoyo a los rebeldes. Después Estados Unidos y Rusia se han unido al combate.
La estructura de la guerra provoca que se cometan atrocidades
Siria ha sido el escenario de matanzas masivas indiscriminadas y repetidas de civiles en todos los bandos. Esto no es resultado solo de la maldad, sino de algo mucho más poderoso: los incentivos estructurales.
En la mayoría de las guerras civiles, las fuerzas combatientes dependen del apoyo popular para tener éxito. Este “terreno humano”, como lo llaman los expertos en contrainsurgencia, proporciona incentivos a todos los bandos para proteger a la población civil y minimizar las atrocidades, y con frecuencia ha resultado ser determinante.
Guerras como la de Siria, en las que tanto el gobierno del presidente Bashar al Asad como la oposición dependen en gran medida del apoyo externo, provocan el comportamiento opuesto, según las investigaciones de Reed M. Wood, Jacob D. Kathman y Stephen E. Gent, politólogos de la Universidad Estatal de Arizona, la Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo y la Universidad de Carolina del Norte, respectivamente.
Puesto que los combatientes en Siria dependen de patrocinadores extranjeros, más que de la población local, tienen pocos incentivos para proteger a los civiles. De hecho, esta dinámica convierte a la población local en una amenaza potencial en lugar de constituir un recurso necesario.
El miedo a la derrota afianza un statu quo terrible
El punto muerto también resulta de la incertidumbre. Nadie está seguro de cómo sería la Siria posterior a la guerra ni de cómo llegar a ella, pero todos pueden imaginar una situación peor. Esto crea un statu quo sesgado en el que los combatientes se preocupan más por conservar lo que tienen que por arriesgarlo para perseguir metas mayores.
Como señala Fearon, de Stanford: “Es más importante impedir que el otro bando gane que ganar tú mismo”.
Todos las potencias extranjeras comprenden que no pueden ganar, pero temen que la victoria del otro bando sea insoportable. Por ejemplo, Arabia Saudita e Irán ven a Siria como el campo de batalla de su propia lucha por el poder regional, y creen que perder allí pondría en peligro sus propios regímenes.
Los partidos sirios en conflicto están hechos para pelear, no para ganar
El gobierno sirio y los insurgentes que luchan contra él son débiles, de un modo que prefieren un punto muerto —sin importar lo terrible que resulte— sobre casi cualquier desenlace viable.
La mayor parte de los líderes sirios pertenecen a la minoría religiosa alauí, que constituye una porción pequeña de la población del país pero una desproporcionada de las fuerzas de seguridad. Después de años de guerra alrededor de líneas demográficas, los alauíes temen que podrían enfrentarse al genocidio si Asad no asegura una victoria total.
No obstante, tal victoria parece muy poco probable, en parte porque el estatus de la minoría alauí le da muy poco respaldo para restaurar el orden si no es mediante la violencia. Así que los líderes sirios creen que el punto muerto es la mejor manera de conservar la seguridad alauí en el presente, aun cuando eso incremente los riesgos para su futuro a largo plazo.
La oposición siria es débil desde diversos puntos de vista. Está fracturada en muchos grupos, otro factor que tiende a prolongar las guerras civiles y a hacer menos probable que terminen de manera pacífica.
Los riesgos de la victoria
La única manera certera de romper con ese estancamiento es que un bando vaya mucho más allá de lo que el otro podría alcanzar. Puesto que Siria ha atraído a dos de los mayores poderes militares del mundo, Rusia y Estados Unidos, esa barrera quizá solo podría salvarse con una invasión completa.
En el mejor de los casos, esto requeriría algo similar a la ocupación durante años de Irak o Afganistán; en el peor de los escenarios, invadir una zona de guerra donde hay muchos adversarios extranjeros activos podría encender la chispa de una guerra regional a gran escala.
Otra forma en la que guerras como esta pueden terminar es que alguno de los aliados extranjeros cambie su política exterior y decida retirarse. Esto permite que el bando contrario gane rápidamente.
Sin embargo, como en Siria cada bando es apoyado por varios poderes externos, los patrocinadores de cada bando tendrían que retirar su ayuda al mismo tiempo.
Un obstáculo para la paz: no hay quién la resguarde
A menudo los acuerdos de paz tienen éxito o fracasan a partir de quién controlará a las fuerzas militares y de seguridad. En Siria esa puede ser una pregunta sin respuesta.
No es una cuestión de ambición sino de confianza. Después de que una guerra tan brutal como la de Siria, en la que han muerto más de 400.000 personas hasta ahora, los combatientes tienen el temor sensato de que serán masacrados si el otro bando se asegura demasiado poder. Por otro lado, un acuerdo que diera a los bandos el mismo poder militar crea un alto riesgo de que se regrese a la guerra. Lo mismo sucede si se permite a los rebeldes conservar sus armas y su independencia, una lección que el mundo aprendió en Libia.
Al mismo tiempo, debe haber algún tipo de fuerzas armadas que restablezcan la seguridad y se deshagan de cualquier milicia o caudillo que sigan activos.
Con frecuencia la solución ha sido que un país u organismo externo, como las Naciones Unidas, envíen fuerzas para mantener la paz. Vigilan a todos durante la transición del país y proporcionan seguridad básica de manera que no se invite a ningún bando a tomar de nuevo las armas.
Marcha hacia el desastre
Fearon, en una enumeración de las maneras en las que la guerra en Siria no puede terminar, afirmó que en el mejor de los casos un bando se hará lentamente con algún tipo de victoria que solo reducirá la guerra a “un nivel un poco menor de insurgencia, ataques terroristas y demás”.
El peor de los casos es significativamente peor.
De acuerdo con un artículo de 2015 de Walter y Kenneth M. Pollack, experto en el Medio Oriente: “La victoria militar total en una guerra civil a menudo se da a expensas de niveles terribles (incluso de genocidio) de violencia en contra de los derrotados, incluidas sus poblaciones civiles”.
Esto podría derivar en conflictos totalmente nuevos en el Medio Oriente.
“Los vencedores en una guerra civil a veces también intentan emplear la fuerza recién adquirida contra los Estados vecinos, lo cual provoca guerras entre Estados”.
Este no es un camino que nadie quiera, pero es la dirección hacia la que están llevando al país las potencias extranjeras con sus intervenciones.
Los días más oscuros podrían estar aún por llegar.