LA EXPEDICIÓN DE JUNIO VISTA DESDE HOY

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Dr. Roberto Cassá – Director del Archivo General de la Nación

Conferencia dictada por el historiador Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación, en el 58 aniversario de la expedición guerrillera de junio de 1959.

A pesar de ser uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia dominicana reciente, y de los meritorios estudios que se han escrito acerca de ella, la expedición de junio de 1959 sigue siendo bastante poco conocida en muchos de sus detalles. Es factible prever que así quedará de manera indefinida, habida cuenta de la muerte, en cosa de días, de casi todos sus integrantes y la desaparición posterior de la mayoría de aquellos que tuvieron relación con ella de una u otra manera.

El comandante Delio Gómez Ochoa queda como un monumento viviente de heroísmo, figura señera del hecho y único sobreviviente del contingente expedicionario, después de la muerte de sus restantes compañeros Gonzalo Almonte Pacheco, Pablo Mirabal, Francisco Medardo Germán, Poncio Pou Saleta y Mayobanex Vargas.

Vaya primero que todo nuestro homenaje a todos los que en 1959 decidieron entregar sus vidas en sacrificio por la libertad del pueblo dominicano.

El poco conocimiento señalado sobre la gesta no significa que se desconozca la sustancia de lo ocurrido en el exilio en 1959 y luego en tierra dominicana. Los últimos cuatro sobrevivientes dejaron sus memorias, al igual que dejaron testimonios algunos de los dirigentes políticos del exilio. Además, se han localizado documentos, mayormente recogidos por Anselmo Brache en el estudio más abarcador acerca del movimiento.

Pero han intervenido factores para que algunos aspectos hayan quedado soslayados o poco conocidos. El más visible fue el silenciamiento y la deformación que llevaron a cabo las autoridades de la dictadura. Tales procedimientos eran inherentes al orden, pero se agregó el esfuerzo por ocultar la orgía de torturas y asesinatos con que fueron martirizados los expedicionarios que no murieron en combate.

Por otra parte, los testimonios se redujeron a participantes en Constanza, pues los de Maimón y Estero Hondo fueron todos fusilados. En su inmensa mayoría, los habitantes de las comarcas rurales en que se produjeron los desembarcos apoyaron las acciones del ejército trujillista, de forma que quedó una suerte de malestar, traducido en un manto de silencio acerca de lo acontecido. Con ligeras excepciones, como las contenidas en lo textos de Juan Delancer, don José Augusto Puig y Guaroa Ubiñas, no se realizó a tiempo una búsqueda de informaciones orales en los teatros de los hechos.

En determinados medios dirigentes, se pretendió, con subterfugios y escamoteos, desconocer la trascendencia de la expedición por haber sido apoyado por el régimen revolucionario que se había implantado poco tiempo antes en Cuba. Se puede añadir que el fracaso rotundo de la expedición en su objetivo militar de provocar el derrocamiento de la tiranía, llevó a muchos involucrados a obviar referirse a lo acontecido o, al menos, a algunos de sus aspectos importantes. Es posible que en la dirigencia de Cuba se optara por una toma de distancia ante el posible requerimiento de ponderar los determinantes del revés de una aplicación pionera del paradigma guerrillero.

Tales limitaciones de informaciones no han sido obstáculo para que se tracen balances acerca del acontecimiento, como es de rigor. Desde 1962 se formó una suerte de consenso acerca del efecto de la expedición en la crisis de la dictadura, que llevó a su derrocamiento. Hoy se puede reafirmar el casi lugar común de que el sacrificio de los expedicionarios constituyó el precio necesario para el cambio perseguido.

Junio de 1959 se insertó, de tal manera, en una cadena de eventos que fueron impactando adversamente el orden autocrático. Primeramente el triunfo de la Revolución en Cuba y, desde antes, el avance de los guerrilleros de Sierra Maestra, comenzaron a remover los fundamentos de los regímenes autoritarios en la región del Caribe. República Dominicana fue el país en el que tal incidencia fue mayor. Se presentaba algo inédito: el derrocamiento de la dictadura de Batista comportó la destrucción del ejército, al tiempo que surgía un orden cualitativamente nuevo, que se proponía hacer realidad anhelos ancestrales de justicia en América Latina.

Está registrado que muchos antitrujillistas, del exilio y del interior, comenzaron a movilizarse desde 1958, aun fuese de manera limitada, siguiendo los ecos de Sierra Maestra. En los primeros meses se multiplicaron los actos de oposición, al grado de que el régimen tuvo que tomar medidas contraproducentes para enfrentar lo que se le venía encima. El nuevo paradigma de la insurrección guerrillera tomado de Cuba se fue instalando en los revolucionarios como evidencia irrefutable. Minerva Mirabal sintetizó este estado de ánimo, al sugerir, en enero de 1959, que si en Cuba se pudo hacer la revolución, ¿por qué no en República Dominicana?

Pero fue propiamente Junio de 1959, como está registrado por numerosos testimonios, que abrió las compuertas. Miles de jóvenes de todo el país y de variados sectores sociales decidieron organizarse para la lucha. Era algo de una magnitud sin precedentes, que se llevó a cabo sin que los servicios de espionaje pudieran detectarlo durante meses. Ese espíritu opositor confluyó en la constitución del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, que retomó el programa del Movimiento de Liberación Dominicana, organización de exilados que preparó la expedición. Se designó una directiva encabezada por el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo y se definió el objetivo de preparar la insurrección en el corto plazo, con armas que se esperaban del exterior.

Los eventos de junio y la forma en que el régimen desarticuló después la organización clandestina del Movimiento 14 de Junio, generaron una situación inmanejable. Lo que siguió en los meses siguientes fue el resultado del estallido de contradicciones inherentes del orden trujillista y que hasta entonces la represión criminal había podido conjurar.

Al concluir el mes de enero de 1960, como es bien conocido, en medio de la redada masiva de jóvenes, la jerarquía de la Iglesia católica emitió una pastoral en la que, por primera vez, se distanciaba de Trujillo, criticaba los apresamientos y abogaba por libertades públicas. Estados Unidos se vio forzado a distanciarse del régimen por temor a que se replicase el precedente cubano en caso de perpetuación de una situación que presagiaba salirse del control.

Para prevenir un alejamiento mayor de Estados Unidos, el régimen dominicano se enfrascó en una pretendida apertura que permitió el funcionamiento legal del Movimiento Popular Dominicano entre junio y agosto de 1960. El resultado fue contraproducente, pues alentó la movilización de jóvenes de barriadas populares. La evidencia de la amplia oposición interna explica que el poder imperial abandonara a su antiguo aliado y estuviera en disposición de aceptar las exigencias de Venezuela en la Organización de Estados Americanos, tras el atentado contra el presidente Rómulo Betancourt, organizado por el jefe del Servicio de Inteligencia Militar, Johnny Abbes.

Trujillo tuvo que lidiar con una situación incontrolable para él, acostumbrado a la imposición fácil de sus designios con apoyo de Estados Unidos y de la generalidad de los factores locales de poder. Desde 1960, un sector clave de la burguesía tradicional, cobijado detrás de la Iglesia y de Estados Unidos, se planteó confrontar la dictadura. Aunque en mucha menor medida, también una porción de la burocracia gobernante tomó distancia, aunque entonces imperceptible.

¿Podía haber una alteración mayor en un ordenamiento que escasos meses antes parecía inexpugnable?

Sin embargo, la expedición se había saldado en un fracaso militar rotundo. No podía ser de otra manera, analizado el punto en forma retrospectiva. El paradigma cubano resultaba inaplicable en República Dominicana, donde no existía una oposición organizada, la masa mayoritaria del campesinado se adhería al régimen, no se contaban antecedentes de luchas populares que hubiesen dejado una conciencia social de corte moderno y donde el régimen detentaba controles que daban lugar a un estado profundo de temor.

Al concebir la expedición, organizadores y participantes consideraron que esta tendría un margen fundamental de éxito. En tal sentido, mostraron no comprender suficientemente las características del despotismo trujillista. Había tenido razón el Partido Socialista Popular en el exilio al condenar el procedimiento expedicionario como “aventuras armadas”, partir de las experiencias fallidas de Cayo Confites y Luperón.

Pero desde el mismo inicio de 1959 esta convicción fue sacudida, cuando la mayor parte de la pequeña membresía comunista se adscribió al plan de una expedición. A pesar de conocer varios de ellos la realidad cubana previa a 1959, en medio del fragor de las ilusiones, no estuvieron en condiciones de calibrar las diferencias de procesos que distinguían a Cuba de República Dominicana.

Resulta hoy evidente que se subestimó el poderío de la dictadura ante el nuevo panorama que se abría con la Revolución cubana a escala continental y regional.

Aun así, no existían otras propuestas al alcance de la mano para materializar el objetivo de derrocar a Trujillo, en un momento excepcionalmente favorable que se estimaba por consenso que no se podía dejar pasar de largo. Para los exiliados no había medios para reinsertarse en la lucha interior. Se sabía que los intentos de acabar con la vida del tirano, recurrentes desde los primeros años de la década de 1930, desembocaban en el exterminio de los complotados.

Seguramente, para muchos expedicionarios no alistarse equivalía a una pasividad imperdonable e impensable dentro de su constitución moral. La certeza compartida probablemente por la mayoría de ellos, de que marchaban a la muerte, no opacaba el no menos intenso convencimiento de que el sacrificio valía la pena, dada la convicción de que, por primera vez, la lucha en el terreno resultaba factible y conduciría a la victoria.

Es imposible, por definición, recoger en sus detalles las cavilaciones de los expedicionarios, pero estas conclusiones se fundamentan en la interpretación del conjunto de materiales documentales y testimoniales que se han recogido. Más aún, es probable que las seguridades del triunfo y el sacrificio coexistieran en un complejo indefinido y acaso confuso, como era comprensible dada la situación inédita en que se situaban.

El análisis no puede quedarse en la subjetividad. Al margen de la intención de los sujetos sobrevienen los resultados de sus prácticas. En la interacción de ambos planos radica la interpretación de los procesos que contribuye a la acumulación de saberes.

Más allá del predecible fracaso desde la óptica de hoy, resulta lícito aseverar que los expedicionarios se adecuaron a la exigencia de racionalidad histórica, si se entiende por ella consustanciarse de lo históricamente justo y progresivo. La decisión no era “racional”, si entendemos por ello la adecuación de un cálculo para la consecución inmediata de una meta. Normalmente nadie se embarca en una empresa que se sabe fallida por adelantado. Pero, en un plano objetivo, la expedición se adecuó a las necesidades de superación del despotismo. Los expedicionarios tenían razón en proponerse, como tarea de vida, la liquidación del trujillato.

Los expedicionarios no obraron como marxistas, en el componente considerado común que sopesa la relación entre base y superestructura. Muy pocos de ellos debían estar familiarizados con la teoría del materialismo histórico, con la excepción eventual de algún venezolano o cubano o los integrantes del Partido Socialista Popular, como lo recogió José Cordero Michel, uno de ellos.

No se podían plantear en el momento el contenido objetivo de avance del capitalismo que acompañaba a la dictadura. Pero, ¿oponerse a Trujillo, en tanto que impulsor del capitalismo, implicaba colocarse de espaldas a la marcha progresiva de la historia?

El enfoque materialista pondera el carácter progresivo del capitalismo, pero a partir de un momento en que está atravesado por contradicciones sociales y estructurales. En tal sentido, fuera de consideraciones de contextos, resulta equívoca toda conclusión que conduzca al apoyo al desarrollo capitalista, aun cuando en América Latina se lo enfocase como de corte “nacional”.

Ante la barbarie de explotación y crimen que caracterizaba al trujillato, no había otra opción que oponerse. Lo progresivo quedaba vinculado a la conveniencia objetiva del pueblo, consistente en, a partirde la superación de una situación tan horrorosa, ganar derechos democráticos y lograr un esquema de desarrollo económico vinculado con la equidad. Solo así resultaría factible una mejoría de la condición del pueblo, el núcleo de lo que verdaderamente puede postularse como progresivo.

Los resultados de las décadas ulteriores a la muerte de Trujillo, por más que estén sujetos a evaluaciones críticas, no desmienten en ningún sentido el ideario democrático de los antitrujillistas. Lo históricamente progresivo era una democracia avanzada, no el despotismo trujillista. La sociedad dominicana se estaba encaminando por ese camino cuando fue interrumpido por efecto de la hegemonía estadounidense, primero en 1963, al detenerse el experimento democrático, y casi dos años después con el desembarco de tropas para impedir el triunfo definitivo del movimiento constitucionalista. En los capítulos de luchas no por casualidad estuvo presente el programa y el ejemplo de los expedicionarios de junio.

Lo accidentado del proceso era lógico en un país con tan escasas tradiciones revolucionarias. En un plano abstracto, los procesos históricos nunca están gobernados por ideas impecables, lanzadas en un escenario libre de riesgos de error o fallo. Los cálculos de los sujetos están condicionados por sus propias circunstancias, que incluyen esbozos plagados de restricciones, sesgos subjetivos, valores contradictorios, ausencia de conocimientos y experiencias o la incertidumbre ante lo inédito, entre otros posibles factores. Es decir, la acción “perfecta”, condicionada por la “ciencia”, no existe. El riesgo al fracaso o a resultados imprevistos se asocia con toda acción transformadora. Quien pretenda lo contrario está condenado a la inacción o a la esterilidad.

Desde luego, no se propugna por la improvisación o la acción ciega desconectada de la ponderación de factores relacionados a la realidad. En todo caso, una situación nueva requiere de una dosis esencial de creatividad, de capacidad de incursión en términos desconocidos. Es lo que debieron afrontar instintivamente muchos de los expedicionarios en las condiciones recién creadas por el triunfo de los guerrilleros comandados por Fidel Castro. De la misma manera, en 1959 para muchos debió resultar ineludible comprometerse con un proyecto que abría una brecha, sin importar cuál fuese, para entablar el combate.

En conclusión, a pesar de tantos determinantes contradictorios que desembocaron en el fracaso inmediato, los expedicionarios cumplieron su cometido al erigirse en los heraldos de la lucha. Su ejemplo se convirtió en motivo de inspiración, lo que justificó el énfasis de gloria que se les concedió en los años posteriores. Estamos ahora en condiciones de ponderar los contenidos de manera más amplia, sobre todo como antecedente para la reflexión acerca de los decursos de nuestra historia reciente.

Hoy más que nunca se presenta el requerimiento de pensar las situaciones insertas en el largo plazo. Junio de 1959 abrió una época que aún no se ha cerrado del todo. Pero las condiciones presentes son mucho más complejas que las de entonces. Y, aun así, es imperativo nutrirse del saber acumulado que depara el conocimiento de la historia. No tenemos fórmulas, como en definitiva no podían tenerlas los expedicionarios. Pero estamos compelidos a recuperar el sentido de su ejemplo, los contenidos democráticos y revolucionarios, junto a elementos consustanciales, como son la equidad y la probidad. Los grandes objetivos hoy se han tornado mucho más difíciles, pues desde hace cierto tiempo ha ido avanzando un nuevo paradigma sistémico que ha arrasado con certezas previas. La cosmovisión del sistema aparece como insuperable. La alternativa socialista quedó sepultada por el momento. Los retos son formidables. El conocimiento del pasado y de las luchas libradas debe ayudar a situar los contornos del presente y de las posibles respuestas transformadoras.

La voluntad de lucha expuesta en junio de 1959 bien puede contribuir a aclarar que ninguna situación es ineluctable, que existen brechas para afrontar los obstáculos más formidables y que la única fórmula valedera radica en no renunciar a los principios.

Para la Fundación de Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo y su presidenta, profesora Carmen Durán.

Archivo General de la Nación
13 de junio de 2017.