Los grandes hombres solo aceptan el éxito por su mérito, los mediocres se escudan del éxito de otros

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Por Roberto Veras.-

Hace 37 años mi profesor de filosofía me pidió en clase que le definiera en palabras simple, como era el hombre mediocre. Mi mente se puso en blanco, no pude definir esa palabra.

El profesor al destetar mi ignorancia de definir al hombre mediocre me aconsejo que leyera la obra del argentino, José Ingenieros. Ya leído el libro me dio la oportunidad  para que lo definiera nuevamente. Y decía José Ingenieros que los grandes hombres ascienden por la vía exclusiva del mérito.

Los mediocres suelen seguir otros caminos muy diferentes. El éxito les pareces un simple acontecimiento de su  derecho, es un impuesto de su admiración que se le paga en vida.

Traigo este artículo del pasado al presente, pues en mi circunscripción tenemos un legislador que se burló de sus colaboradores y estas definiciones son una fotografía de su personalidad burlona. Hoy ese legislador disfruta de su éxito momentáneo.

El éxito es benéfico cuando es merecido, exalta la personalidad, la estimula, tiene otra virtud mayor, destierra la envidia, acto incurable en las personas mediocres.

Triunfar a tiempo merecido es el más favorable roció para cualquier germen de superioridad moral. El triunfo es el bálsamo de los sentimientos y el éxito el mayor lubricante para el corazón.

La popularidad y la fama suelen dar transitoriamente la ilusión de la gloria, la gloria está reservada exclusivamente a los hombres superiores.

En el teatro y en la asamblea la admiración es rápida y barata. Aunque ilusoria. Lo que gozan de la gloria pasajera pagan muy cara su notoriedad, vivir en perpetua nostalgia es su martirio.

Los hijos del éxito pasajero deberán morir al caer en la orfandad, cabe destacar que en la vida se es actor o público, es muy penoso pasar del timón a remo, como salir del escenario para ocupar una butaca como espectador, aunque sea en primera fila, el que ha conocido el aplauso no sabe resinarse a no ser aplaudido.

La fama de alguna personas solo dura lo que una juventud, para estos triunfadores accidentales, el instante que disipa su error debería ser el último de la vida. Si te sirve el sombrero solo debe ponértelo.