Por Patricia Mazzei*
Para los defensores de los animales, la prohibición llega con años de retraso. Pero algunos puertorriqueños sostienen que es parte de su cultura.
VEGA BAJA, Puerto Rico.— Hiram Figueroa cría gallos de pelea, una tradición puertorriqueña de la época de los conquistadores españoles que aprendió hace medio siglo, cuando era un adolescente, y luego se la enseñó a su hijo. Juntos ejercitan a sus aves, les cortan las plumas y les dan cuidadosos baños de esponja.
Ahora, hileras de jaulas polvorientas yacen vacías en el patio trasero de Figueroa, como recuerdo de su profesión, que está por desaparecer.
Él solía tener unas 250 aves de pelea escondidas detrás de su modesto hogar en Vega Baja, un pueblo al oeste de San Juan, la capital. Ahora tiene cerca de la mitad, una disminución tan grande que un vecino le dijo que a veces ya no escucha el canto incesante de las aves. Los dueños de la mayoría de las aves y que pagan a los Figueroa por su cuidado compraron menos polluelos este año, al saber que no los necesitarían durante mucho tiempo.
Las peleas de gallos serán ilegales en Puerto Rico y otros territorios estadounidenses a partir de diciembre, una prohibición que desde hace tiempo era necesaria, en opinión de los defensores del bienestar de los animales, que la consideran una práctica cruel. Luisiana, el último estado de Estados Unidos en permitir las peleas de gallos, las prohibió hace más de una década, en 2008. Sin embargo, a diferencia de la legislación estatal que fue promulgada por representantes electos, esta prohibición fue aprobada por el congreso, una instancia en la que los 3,2 millones de habitantes de Puerto Rico no cuentan con un miembro que participe en las votaciones. Los legisladores incluyeron esta medida en la Ley de Mejora a la Agricultura, por lo que tomaron desprevenido incluso al gobierno de Puerto Rico.
Desde entonces, la ansiedad se ha apoderado de Figueroa y de otros que ganan dinero con las peleas de gallos. Una recesión ha ahorcado a la economía puertorriqueña durante trece años.
La industria calcula que emplea, de manera directa e indirecta, a unas 20.000 personas.
“Esta es la vida de nosotros”, dijo Figueroa recientemente mientras lanzaba granos de maíz seco en los platos de comida para las aves. “Si nos quitan esto, ¿qué vamos a hacer? Tengo 70 años. No me va a dar trabajo nadie”.
En un territorio donde las personas sienten un profundo resentimiento por los frecuentes desaires de Washington, la prohibición impuesta ha sido considerada por la mayoría de los que han estado involucrados en las peleas de gallos como una violación de los derechos de los puertorriqueños para tomar sus propias decisiones y proteger su legado cultural. Algunos interpusieron demandas en la corte federal, con la esperanza de revertir esta medida antes de que entre en vigor, el 20 de diciembre.
El 28 de octubre, el juez Gustavo Gelpí de la Corte de Distrito de Estados Unidos en San Juan confirmó la prohibición al decir que el congreso tiene el poder de legislar sobre los territorios, incluso si existe un “predicamento antidemocrático” en Puerto Rico. Félix M. Román Carrasquillo, abogado para aquellos involucrados en la industria de las peleas de gallos, dijo que la prohibición revela que miembros del gobierno federal ven a Puerto Rico como una colonia inferior y regresiva, incapaz de cuidarse a sí misma.
“Piensan que esto es una barbarie”, dijo Román. Y agregó, con una mezcla de inglés y español: “lleno de prostitutas y ladrones”.
“En Estados Unidos, cogen los venados y los matan, ¿y qué daño le han hecho?”, dijo Figueroa, quien comenzó a criar gallos de pelea a los 16 años. “Los pollos van a pelear como quiera. Nosotros los preparamos para que se defiendan”.
Criar gallos agresivos para peleas que a menudo terminan en muerte, con el objetivo de apostar y como entretenimiento, es barbárico, dijo Yolanda Álvarez —exdirectora de la Sociedad Humanitaria de Puerto Rico—, quien trabaja en una tesis doctoral sobre la historia de las peleas de gallos en la isla.
Dijo que aceptar la práctica solamente respalda a una potencia colonial —España, que trajo las peleas de gallos a Puerto Rico alrrededor de 1700— sobre otra. Previamente, Estados Unidos había prohibido la práctica en el territorio a principios del siglo XX, y Puerto Rico legalizó las peleas de gallos en 1933.
“No tiene nada que ver con nuestra cultura”, dijo Álvarez. “Y aún si lo tuviera, la cultura no es estática. La cultura se transforma.
En una tarde reciente, una pequeña multitud se reunió en la gallera en el pueblo de Hatillo. Ángel Luis Narváez Rodríguez, el árbitro, portaba una copia de las regulaciones cuyas hojas tenían dobladas las esquinas para señalar algunos puntos específicos. Un inspector del gobierno cuya familia comenzó el club de pelea de gallos local llegó para monitorear el desarrollo.
Dos aves, identificadas para la pelea como Rojo y Azul, se enfrentaron. Brevemente, ambas se movieron en círculos, una alrededor de la otra. Entonces, Azul atacó. Rojo brincó. Aletearon. Las plumas alrededor de su cuello se levantaron. Los espectadores, algunos de los cuales sostenían bebidas alcohólicas en vasos de plástico, gritaron sus apuestas.
“¡Veinte a favor de Azul!”, “¡Pago el doble!”.
Rojo cayó. Las plumas volaron en el aire. Rojo titubeó para levantarse. Tres minutos después, con Azul tirado y sangrando, Rojo fue declarado el ganador.
Los párpados de Azul estaban cerrados por la inflamación, y escurría sangre de su cuerpo. Un entrenador llevó al ave de manera rápida a un cuarto trasero donde Geraldy Rodríguez Pérez, de 21 años, lo limpió en un lavabo y llenó su cresta con ungüento antiinflamatorio. Después, Rodríguez le dio algunos puntos de sutura al ave. Cuando un gallo empata una pelea y termina demasiado lastimado, Rodríguez lo degüella.
El gallo fino de pelea se encuentra por toda la isla. Las mascotas del campus principal de la Universidad de Puerto Rico son un gallo y una gallina. Este verano, los legisladores estatales develaron un monumento al “deporte de los caballeros” detrás del capitolio de Puerto Rico. Es la estatua en bronce de un gallo.
El mundo de las peleas de gallos está compuesto principalmente por hombres. Los más adinerados (empresarios, médicos) son propietarios de gallos y contratan personal para cuidarlos. Algunos dueños han comenzado a mover a sus aves a la República Dominicana, en donde las peleas de gallos siguen siendo legales, como ocurre en un puñado de países en Latinoamérica.
Andrés Ortiz, de 79 años, quien, con su hijo, está a cargo de una tienda de suministros y alimento animal en el pueblo de Cataño, dijo que las ventas de alimento para aves han disminuido un 40 por ciento en anticipación a la prohibición.
Sin embargo, incluso antes de la próxima prohibición, el número de clubes de peleas de gallos registrados ha disminuido de más de cien a 71. Los activistas afirman que es una indicación de la pérdida de interés. Aunque no ha habido una encuesta independiente, la Sociedad Humanitaria de Estados Unidos, que cabildeó al congreso para la prohibición, encargó una encuesta realizada a mil puertorriqueños en 2017 que descubrió que el 43 por ciento respaldaba la prohibición y un 21 por ciento se oponía a ella.
La prohibición impide organizar y promover peleas de gallos o usar el Servicio Postal para promocionar la práctica. Ser propietario de gallos de pelea y asistir a los combates ya era ilegal antes de la Ley de Mejora de la Agricultura, aunque esas restricciones no parecen haber sido aplicadas.
Muchos esperan que esta actividad se convierta en algo clandestino, como lo ha sido en el Estados Unidos continental desde que las peleas de gallos fueron prohibidas.
Con la esperanza de brindar fuentes de ingresos alternativas, el gobierno de Puerto Rico, que legalizó las apuestas deportivas en julio, dijo que no cobraría las cuotas de licencia para las galleras que se conviertan en salones de apuestas.
Por ahora, las galleras siguen recibiendo a clientes frecuentes que insisten que el pasatiempo ya se ha hecho más humanitario.
Las peleas ahora están limitadas a 12 minutos —10 minutos para los gallos más jóvenes— o menos si un ave permanece en el piso durante 60 segundos. Las espuelas de metal que alguna vez se vendían por 200 dólares la pieza están prohibidas; las de plástico que ahora se usan cuestan 5 dólares cada una. Los miembros del personal analizan plumas en busca de indicios de dopaje. “Hemos evolucionado”, dijo Orlando Vargas, presidente del Club Gallístico de Puerto Rico. “No estamos cerrados a modificar de alguna manera las peleas de gallos. Claro que hay espacio siempre para mejorar la cultura”.
En su patio en Vega Baja, Figueroa dijo que cuidaba con esmero de sus aves. Los atiende cuando se indigestan. Lleva un registro detallado de su crianza en un cuaderno maltratado. Y observa que sus aves viven en jaulas más espaciosas que las que se usan para la avicultura.
Uno por uno, Figueroa y su hijo José, de 28 años, fueron tomando a los gallos y se pusieron a ejercitarlos en un corral cercado. Para alentar su resistencia, Hiram Figueroa persiguió a uno de los gallos con una escoba parecida a un gran plumero que tenía tiras de plástico unidas a uno de los extremos. José Figueroa picó a un ave con un animal de peluche en forma de gallo para que corriera de izquierda a derecha en ráfagas cortas, simulando una pelea.
Después, los gallos respiraban con pesadez. Bebieron una mezcla de agua, miel y jugo de naranja. Los Figueroa les dieron vitaminas y suplementos en cápsulas e inyecciones.
Los hombres no mostraron un simulacro en el que un gallo de pelea practica picoteando a un gallo que no está entrenado.
“Esto es como una terapia para mí”, dijo José Figueroa. “Ya esto está en la sangre de uno”.
*Patricia Mazzei es la jefa de la corresponsalía en Miami, que cubre Florida y Puerto Rico. Antes de unirse a The New York Times, era redactora de política en The Miami Herald. Nació y creció en Venezuela. @PatriciaMazzei