Por Miguel Cruz Tejada
NUEVA YORK._ La escena se va haciendo común, recuperando la tradición de los dominicanos de honrar públicamente a sus muertos, especialmente en un momento en el que las funerarias apilan montones de cadáveres de difuntos y difuntas fallecidos por coronavirus.
Ayer lunes, en un recorrido por el Alto Manhattan, nos encontramos con la lúgubre de escena de familiares, incluyendo a sus siete hijas, del señor Ramón Liranzo (Papolo), de 84 años de edad, y quien era un popular vendedor de “piraguas” (guayaos) en la esquina de la calle Dickman y la avenida Nagle en el vecindario Inwood, donde estuvo por 28 años vendiendo las heladas al estilo dominicano de diferentes sabores para levantar y mantener a su familia.
Falleció el viernes en el hospital Presbiteriano del mismo sector.
Procreó nueve hijos, siete hembras y dos varones y tenía 14 nietos con dos biznietos.
Vestidas de blanco y negro, con flores, globos blancos y velones y colocando una foto poster de su padre en la pared del deli que permanece abierto en el lugar, ellas, se quejaron de la alegada negligencia cometida por una doctora de origen asiático del hospital Presbiteriano en la calle 168 y la avenida Broadway, donde él fue llevado con los principales síntomas de COVID-19 pero allí, la médica, rechazó entubarlo y murió dos días después.
“No estamos conformes, porque él hablando, esa doctora delante de él, repetía que él se iba a morir como quiera, lo entube o no lo entube”, denunció la señora Ana Ramona Liranzo, hija del fallecido.
Añadió que la doctora le dijo varias veces que de todas maneras su padre iba a morir.
“Llegó con los síntomas, primero fue a su médico, pero allí no lo atendió nadie, lo mandaron al hospital de la calle 168, donde lo dejaron en la emergencia, al otro día lo admitieron, pero día siguiente la misma doctora siguió diciendo delante de él, que estaba muerto como quiera”, agregó.
Dijo que su papá no sufría de nada y no tenía prevalencia de otras complicaciones por lo que tenía posibilidad de sobrevivir al virus si lo hubieran tratado como debieron hacerlo.
“Ustedes lo veían todos los días vendiendo las piraguas por aquí, era un hombre que se tiraba un block de hielo encima y caminaba de El Bronx, aquí a Manhattan a pie”, explicó la hija.
“La doctora nos llamó y nos lo puso en video cámara para que lo viéramos, pero repetía lo mismo de que se iba a morir. Es decir, que están matando a los viejos a los que les recomiendo que se curen en su casa, que tomen medicinas caseras, antibióticos y aspirinas y no vayan a los hospitales, porque los están matando”, sostiene la señora Lorenzo.
“Cuando mi papá oía a esa doctora diciendo que se iba a morir como quiera, él le respondía que se iba mañana para la casa”, relató.
“Es decir, que mi papá estaba bien, pero la doctora dijo que estaba hablando incoherencias porque siempre usaba la palabra señorita para las mujeres, y decía que si él no había tocado una, esa siempre era una señorita para él”, explicó la hija.
Dijo que la familia tuvo que cremarlo en una funeraria porque no pudieron velarlo por las restricciones vigentes.
Ana Ramona relató que ella ni otros parientes cercanos al difunto, pudieron estar en la ceremonia de cremación porque sufre de cáncer y otros familiares son diabéticos.
Además de ella, el fallecido dejó a Nurys, Rosa, Sonia, Ana Martina, Ana Lina, Ariel, Jefferson y Yesenia Liranzo, aparte de los nietos.
La familia es nativa de Santo Domingo, la capital de la República Dominicana y el padre llevaba más de 30 años radicado en Nueva York de los cuales, estuvo 28 vendiendo los guayaos en la misma esquina.
En otras calles reconocidas del Alto Manhattan, también se han improvisado altares a fallecidos por COVID-19.