El cinismo criminal de Balaguer nunca tuvo vacaciones
Por HAMLET HERMANN
Por más que se busque en la historia dominicana no se encontrará un caso de valentía y arrojo como el que desarrollaron dos jóvenes veinteañeros el 12 de enero de 1972. Acorralados en un profundo hueco natural de roca costera, fueron rodeados Amaury Germán Aristy y Virgilio Perdomo Pérez por millar y medio de militares, entrenados y armados con modernos instrumentos de guerra.
Además, contaban con el apoyo de carros blindados, tanques de guerra, helicópteros, aviones, cañones sin retroceso, morteros y lanzallamas.
Ante la asombrosa relación de un defensor por cada 750 atacantes y sin posibilidad alguna de desplazarse en el terreno, esos dos titanes mantuvieron a raya durante diez horas a las élites policial y militar de República Dominicana. En ese lugar y en las condiciones impuestas por la sorpresa, no contaron con refuerzos que permitieran una contraofensiva. Los estrechos cercos concéntricos se extendían por un kilómetro. No tuvieron comunicación alguna que permitiera coordinar actividades con los compañeros que estaban obligados a actuar resueltamente en casos como ese, nunca abandonarlos.
Sorprendía entonces que nadie osara siquiera realizar actividades de distracción que permitieran ganar tiempo para zafarse de la trampa en que habían caído.
Ese descomunal adversario militar no respetaba reglas de guerra, aleccionado como estaba en el abuso, la tortura y el crimen espeluznante con la impunidad garantizada. Había sido formado políticamente por el tirano Trujillo y fortalecido ideológicamente por la doctrina de seguridad nacional que orientaba la guerra fría. Todo patriota democrático era considerado “comunista”. Eso era equivalente a considerarlo como enemigo a muerte si proclamaba una transformación igualitaria del orden social, no importaba si éste fuera un movimiento populista o religioso.
Esas fuerzas armadas y policía nacional nunca habían cumplido con lo que la Constitución establece para sus instituciones. Siempre se han aliado sumisamente al invasor extranjero convirtiéndose, de hecho y de derecho, en negadores de la patria. Eran militares “made in USA” que habían asesinado gavilleros, patriotas y constitucionalistas en vez de sumarse a la defensa de la soberanía nacional.
Ante el inexorable final de tan desigual lucha, varios notables de la sociedad dominicana formaron una comisión para evitar un genocidio.
El presidente Joaquín Balaguer puso oídos sordos a este reclamo alegando que participaba en una burocrática reunión de la Comisión de Desarrollo.
Mientras, en el campo de batalla del kilómetro 14 de la autopista de Las Américas, volvía a escucharse la consigna que se impuso en el intento de asesinato contra el coronel Francisco Caamaño Deñó en el hotel Matum en diciembre de 1965. “¡Que no salga uno vivo!”. Allí y entonces imponían esa orden el Secretario de las Fuerzas Armadas, Ramón Emilio Jiménez y el jefe de la Policía Nacional, Neit Nivar Seijas.
La incapacidad y la cobardía de las exageradas tropas atacantes fueron tan notorias que un grupo de oficiales del Grupo Consultivo de Asistencia Militar de Estados Unidos (MAAG) se presentó en el lugar de los hechos para asegurarse de que el exterminio fuera concluyente y nadie quedara para contar la historia de aquellos dignos miembros de la generación de “Los Muchachos”.
Un avión estadounidense sobrevoló el área en tareas de localización.
La impotencia del malvado se magnificó cuando los cadáveres de aquellos cuya valentía humilló a esos militares fueron golpeados, apuñalados, desfigurados y quemados con excesiva saña.
La cobardía se rendía así ante la determinación heroica de “Los Palmeros” que representan la historia de lo mejor del pueblo dominicano.
Tan pronto como se informó al presidente Balaguer que la misión de aniquilamiento total había sido completada, sus oídos se despejarían.
El encargado de protocolo del Palacio Nacional citó entonces al Nuncio Apostólico para escuchar la petición que desde media mañana había tratado de hacerle llegar.
El cinismo criminal de Balaguer nunca tuvo vacaciones.
Un decreto presidencial emitido esa noche del 12 de enero de 1972, ascendía póstumamente a los militares y policías que habían caído en la brutal y exagerada agresión. Mientras, la criminalidad congénita de Balaguer se solazaba al saber que aquel día cortaba el cordón umbilical más sólido que podía encontrar el enemigo de quien más se cuidaba entonces: el coronel Francisco Caamaño Deñó.