Arrieritos Somos de la Ruta 66

0
122
Transitando la Ruta 66 uno se siente a veces viajando dentro de una película o dentro de un cuento de realismo fantástico. La experiencia vale la pena.
Transitando la Ruta 66 uno se siente a veces viajando dentro de una película o dentro de un cuento de realismo fantástico. La experiencia vale la pena.

POR JOSE DIAZ Jose Díaz
Panorama Latin News

Otto literalmente se había cansado de imitar a sus personajes favoritos de la televisión, el reportero que con su chasquido rompía historias deportivas era una de esas imitaciones con las que nos divertía a los compañeros de viaje que decidimos, contra el calor y la poca fe que un GPS nos garantizaba, tomar la antigua e histórica Ruta 66, conocida como la “Carretera madre” de los Estados Unidos.

Nos lanzamos a la aventura desde la “Ciudad de los Vientos”, 2295 millas de carretera frente a nosotros, confiados plenamente en el plan que habíamos trazado con los datos y mapas conseguidos en una de las asociaciones que buscan preservar la “Carretera madre” que después de cruzar siete estados (Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, New Mexico, Arizona) termina en California donde tomamos un vuelo de regreso a casa.

Nuestro deseo no era otro que conocer esta serpiente de cemento que guarda sin temor a ser divulgados miles de secretos, victorias y derrotas, aciertos y desengaños, amores y traiciones, memorias y evocaciones, imborrables todos como los que nosotros, los compañeros de viaje, hemos puesto en el album de los indelebles que estan en el baúl de los recuerdos.

Dejamos Chicago y comenzamos nuestro viaje después de engancharnos a la antigua e histórica Ruta 66, comenzaron a aparecer las propias memorias del país y nosotros entre ellas, los lugares en donde los hoy ancianos enamoraron hace muchos años, decenas de ellos, en medio de un helado en una tarde veraniega a la que fue su amor del momento o la pareja de su vida, las estatuas gigantes que ganaban la atención de los transeúntes anunciaban la venta de un perro caliente, un helado o un electrodoméstico modernísimo utilizando como música de fondo, creo yo, el ruido ensordecedor de las Harley que más que ensordecedor era el sonido de la vida y el progreso. Esos muchachos y muchachas rebeldes, sobres sus hermosos caballos de acero, con sus trajes de cuero negro devoraban millas y millas escogiendo el viento y la libertad entre otras opciones del momento.

En Missouri comienzan a aparecer los pueblos fantasmas pues la Ruta 66 relevada por la moderna y amplia Carretera Interestatal 40 pasa a ser una ruta secundaria para los habitantes locales que ven, con la llegada del progreso, el arribo también del descalabro comercial, la pesadilla de la perdida de empleos y la desbandada de los que buscando un futuro mejor deciden salir de las riveras del a Ruta 66 dejando atrás solo las memorias y recuerdos que otros, irónicamente, después de varios años, disfrutamos transitando el pasado y la historia que no se rinde, ni ante el tiempo ni ante el progreso.

En Atlanta, Missouri, vivimos el único desengaño culinario de nuestra travesía porque después de escoger un restaurante con nombre de Palma, por aquello de la solidaridad tropical, nos decepcionamos hasta lo último con unas chuletas hawaianas, dignas del menú de la peor correccional del mundo. “Al mal tiempo buena cara”, armamos las cámaras fotográficas y nos olvidamos que el cocinero del que ni siquiera, por respeto a los preparadores de mala comida, preguntamos su nombre. Al momento de hacer el pedido, la mesera muy tiernamente dijo “yo llevo solo dos semanas aquí”, después entendimos su advertencia.

En la ruta 66 las cosas cambian en fracciones de segundos, más adelante, en el camino, nos encontramos un lugar típico administrado por la hija del propietario de nombre Gary Turner quien había cambiado rápidamente el negocio de la venta de gasolina de Gay Parita por uno que comercializa souvenirs en medio de carros antiguos y un aviso motivador que lee: “Las camisetas que vendemos son hechas en los Estados Unidos” nuestra solidaridad no se hizo esperar. Lo sorprendente es que efectivamente las camisetas eran hechas aquí en el país pero muchas de las otras cosas, gorras, banderitas y placas que recordaban la Ruta 66, tenían plasmado como país de origen al gigante de la Gran Muralla que nos rodea y rodea y que hasta allí, hasta las propias entrañas de la “Carretera madre” ha ido a imponer su señales de origen.

Gary es un personaje de verdad, ama la Ruta 66, su historia, sus segmentos que conoce como la palma de su mano, a los otros que como él, a lo largo de ella luchan por preservarla y hacer un negocio que les permita un mejor vivir sin alejarse de esa parte de su vida, son de allí, crecieron allí, se mantienen allí, la Ruta 66 es para ellos, además de su modus operandi, la razón de ser y existir. Gary nos colmó de regalos, es un hombre esplendido que le dijo a nuestras compañeras de viaje al momento de despedirse. “Si les preguntan si conocieron a Gary responderán que si y añadirán que es el hombre de los ojos azules mas hermosos que han visto”. Gary debe andar por los 70, no pierde ni su humor, ni su coquetería, cuenta historias, es un comerciante que vive para vivir, un hombre al que le gusta la gente, la gente simple y sencilla como nosotros, no le agradan ni los políticos ni los del famoso uno por ciento porque “cuando ellos entran -dice Gary- se daña la cosa”, nos abrazamos todos y seguimos hacia Kansas en donde tuvimos la oportunidad de probar las hamburguesas más deliciosas que nos hayamos comido. Deliciosas por su sabor y deliciosas porque las cuatro hermanas del negocio “Four Women on the Route 66” que las venden dentro de una tienda original que ha sido renovada, son como Gary, personajes fantásticos de la Ruta 66, personajes que uno, después de conocer, se cuestiona si son reales o son parte de la mítica “Carretera madre”.

En Oklahoma los pueblos fantasma, las gasolineras abandonadas y los avisos roídos por el moho que indican que allí, alguna vez, hubo un motel o un restaurante, toman vida cuando los grupos de las Harley lo despiertan a uno del sueño hipnotizador de la historia y la fantasía.

Texas se cruza por la parte norte, un trayecto no muy largo en donde aparece de la nada el pueblo de McLean, ejemplo patético del pueblo fantasma en donde todos se fueron, es irremediable preguntarse si allí alguna vez hubo vida y si la hubo, definitivamente estuvo llena de carestía y dificultades. En McLean, ademas de los recuerdos, si es que alguien los tiene y el fantasma de la historia: no quedo nada.

New Mexico y su paisaje desértico son extraordinarios, la temperatura comienza a elevarse hasta alcanzar los tres digitos, el horizonte nos transporta a las películas del viejo oeste donde el medio ambiente jugaba papel estelar, un viejo aviso nos recuerda que la gasolina allí se vendió alguna vez por centavos, los nombres de las reservas de los indios nativos son cada vez más frecuentes, le damos una vuelta al tiempo y llegamos a Arizona, estado cuya tierra rojiza como el nombre del Gran Cañón se ve a ambos lados de la carretera, nos enteramos que allí, un pueblo fantasma llamado “Dos Pistolas” es propriedad privada y que sus dueños a fin de espantar visitantes y fantasmas han llenado de clavos una carretera destapada a lo largo de sus dos millas y media que la separan de la ruta 66. Nosotros recorrimos una milla antes de devolvernos. El termómetro marcaba 120 grados cuando llegamos a comprar gasolina antes de pasar a California. Nos dijeron que esa temperatura era normal para la época de junio y julio. Un motociclista se bañó frente a nosotros con su ropa puesta, prendió la Harley, su compañera se subió y continuaron el viaje. Nosotros hacia California, el paisaje desértico y el calor al máximo, pernoctamos en San Bernardino antes de tomar el avión de regreso a casa.

Transitando la Ruta 66 uno se siente a veces viajando dentro de una película o dentro de un cuento de realismo fantástico. La experiencia vale la pena.

Otto volvió a imitar, a sonreír y nosotros con él.