Llegar a Viejos

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En fin, que los viejos, viejos somos, y nada podemos hacer para dar marcha atrás y volver al tesoro de la juventud.
En fin, que los viejos, viejos somos, y nada podemos hacer para dar marcha atrás y volver al tesoro de la juventud.

POR SERGIO FORCADELL

Señores, con esto de la edad pasa una cosa muy curiosa, todos queremos llegar a ser lo más viejos posible, y cuando vamos entrando en esa etapa entonces nadie quiere serlo.

¡Qué poco coherentes somos los humanos!

La palabra viejo ha sido, desde siempre, un tanto molestosa, y aunque los hijos con frecuencia se dirigen a los padres como «los viejos» y en ello pueda haber un gran componente de cariño y confianza, hay que reconocer que, en el fondo, a los progenitores no nos hace ninguna gracia.

Ahora, con eso de utilizar la semántica en positivo para que todo parezca más color de rosa, a los viejos se nos llama de manera oficial «Personas Envejecientes», para los seguros somos «Personas de la Tercera Edad» y para los geriátricos o los medicamentos tipo Viagra estamos en la «Edad Dorada» y, por si fuera poco, en nuestro peculiar país existe el término «Viejevo», híbrido de viejo y jevito, para creer que aún estamos en forma para ponernos camisitas color lila, bailar un nuevo ritmo, o tomar unos tragos de más, todo con el fin de azucarar en lo posible el amargo sustantivo de viejo. ¿Cuándo comienza la vejez?

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entidad dependiente de las Naciones Unidas, es cuando se cumplen los 60 años. O sea, un día antes de esa edad usted es, digamos, joven o maduro, y al día siguiente de ese cumpleaños ya es anciano.

Tremendo impacto psíquico que nos puede llevar a una depresión de caballo.

Te miras al espejo y dices ¡hoy ya soy un viejo! Y, además, con todas las de la ley.

La verdad es eso de entrar en la vejez, más que por los números, viene de manera lenta y por etapas. Se comienza a notar por los tratamientos de respeto. De joven, todo el mundo te llama de tú, «oye, tú puedes decirme…».

Después, un día, sin esperarlo, alguien te dice usted, «oiga, usted podría decirme…». Y más adelante comienzan, al estilo padrino, de Don, «oiga Don, podría decirme…». Y cuando ya los años te cargan las espaldas, vuelven a llamarte de tú, pero en minúscula, «oye, tú, viejo, podrías decirme…» y encima añaden eso de… «¡pero si el pobre, no oye nada!».

Hay una anécdota muy simpática del genial primer ministro inglés Winston Churchill sobre la vejez. Cuando cumplió 80 años, un periodista menor de 30 le dijo: «Señor Winston, espero fotografiarlo cuando cumpla 90 años». Churchill le contestó: «¿Por qué no? Usted parece bastante saludable».

Otra anécdota, esta es personal, me sucedió cuando aún tenía 63 años y fui a un banco a cambiar un cheque. Había una fila bastante larga por lo que calculé que mi turno tardaría, mínimo, una hora.

En el mostrador de las cajeras había un letrero que decía, «Reservado para personas mayores de 65», al leerlo, pensé que suerte tenía, pues aún no los había cumplido, pero de golpe, sin aviso, de una manera artera, la cajera me miró de arriba abajo y me indicó de manera muy firme que pasara por esa ventanilla.

Tremendo golpe bajo de moral que me propinó la graciosa muchacha, aunque a manera de triste consuelo, me gané a cambio 60 minutos de vida libre.

Otro síntoma de llegar a viejos es cuando en las conversaciones van apareciendo las palabras: consultas, medicinas, terapias y otras afines, y además vienen acompañadas de comparaciones… «¿Qué te quitaron la vesícula? Pues eso no es nada, a mí me operaron del corazón y me pusieron un marca pasos». «¿Qué te recetaron una tableta de este fármaco? Pues yo me tomo ocho pastillas al día de este otro».

En fin, que los viejos, viejos somos, y nada podemos hacer para dar marcha atrás y volver al tesoro de la juventud. Por cierto, ¿saben que llegar a viejos sólo es cuestión de tiempo?… ¡y de suerte!

Tal como andan ahora de sueltos esos malditos virus y bacterias..