La política y los principios

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Si ese es el camino a seguir, permítanme continuar en minoría.
Si ese es el camino a seguir, permítanme continuar en minoría.

Por José Tomás Pérez

¿Qué significa ejercer la política con principios? ¿Hasta dónde pueden llegar las ideas en una sociedad dominada por la urgencia de satisfacer necesidades primarias? Abraham Maslow, psicólogo norteamericano, elaboró una teoría brillante sobre el comportamiento humano, la cual todavía en estos tiempos, no sólo mantiene su vigencia, sino que  también nos facilita entender el porqué suceden las cosas en la política cavernaria. La definición de una escala sobre las necesidades humanas y los tipos de conductas que se derivan de las mismas devienen en un instrumento perfecto para entender el comportamiento político de las sociedades atrasadas del tercer mundo.

Según Maslow, en la base de la pirámide que grafica el paradigma de su jerarquía de necesidades humanas están aquellas que él denomina como fisiológicas y que se vinculan con factores básicos de la supervivencia, como lo es el abastecimiento de alimentos,  la vivienda, el vestido y el tratamiento de las enfermedades, entre otros. El individuo que se encuentra en este peldaño no piensa más que en lo que primariamente necesita para mantenerse vivo. En el segundo escalón de la jerarquía están las necesidades que se relacionan con la seguridad personal o de grupo, es decir, la estabilidad, el orden y la protección física. Luego, en escala ascendente, están las necesidades sociales, referidas a los afectos y los sentimientos de carácter humano. En el siguiente peldaño se destaca la necesidad de reconocimiento y aceptación social por medio de las cuales el ego y la autoestima empiezan a formar parte importante de nuestras vidas. Finalmente, ubicadas en el nivel superior, Maslow describe la auto realización, que se expresa en las aspiraciones del ser humano de trascender, dejar huellas o improntas históricas de su presencia en la tierra.

Para entender el ejercicio de la política en nuestro país es necesario estudiar a fondo estos postulados de Abraham Maslow, y así poder darnos cuenta de porque el clientelismo, el asistencialismo y demás prácticas alienantes con las que se manipulan la conciencia y la conducta de la población votante han encontrado un terreno tan fértil en la política vernácula.

Y es que la sociedad dominicana y su comportamiento político pueden perfectamente jerarquizarse en función de esta escala de necesidades que estableció Abraham Maslow. Más del 70 % de la población  vive sumergida en la cotidianidad de una lucha infernal por su sobrevivencia; éste estado de situación convierte su conciencia política en un ente impermeable a aquellos discursos o ideas que vayan mas allá de la contextualización de este régimen de necesidades materiales.

Existe, por el otro lado, aquel 20 % de la población que ha tenido la suerte de contar con  una  fuente de alimentación segura y la solvencia para atender satisfactoriamente otras necesidades básicas, condición que la estimula a preocuparse por llenar de necesidades de más alto nivel, como son las de afectos, la de ascenso y reconocimiento social y finalmente, la más elevada y abstracta, la de su propia auto realización.

No es fortuito, por lo tanto, que las ideas políticas de vanguardia, los conceptos que permiten estudiar lo que debería ser un modelo de sociedad, los cambios sociales, las ideologías y doctrinas, sean temas que seducen a este segmento poblacional, haciendo posible el surgimiento, no solo de partidos con matices ideológicos y principistas, sino de prácticas políticas que se diferencian de la tradición clientelar y que fundamentan su quehacer en el debate de propuestas, valores y demás abstracciones, que sólo una mente humana, que no tenga su cotidianidad comprometida con la búsqueda de la subsistencia, puede asimilar.

Muchos de los que hoy critican el despeñadero ideológico en el que han caído los partidos políticos, especialmente aquellos que se consideraban progresistas o liberales, no se detienen a evaluar  hasta dónde esta desviación no ha sido más que consecuencia de la interpretación oportunista de una realidad que se torna sorda a las prédicas de postulados  y creencias cuyos contenidos no están al alcance de lo que la mayoría pudiera comprender. Atrapados, los partidos,  en este círculo vicioso, donde el comportamiento político de las masas se encuentra condicionado por el cúmulo de necesidades fisiológicas primarias, el camino que les queda por seguir para alcanzar el poder  no sería otro que el acomodamiento o la simple adaptación a esta realidad, más que el arriesgarse a transitar el largo y tortuoso  trayecto, que es el de la educación, el adoctrinamiento y la toma de conciencia con miras a la transformación de la sociedad. En este escenario, el fracaso de las ideas ha sido rotundo.

La efectividad de aquella retórica cargada de promesas vacías, el ejercicio clientelar expresado en humillantes donaciones y repartición de dadivas, el entretenimiento banal de los sentidos, el populismo descarnado, no son, entonces, más que derivación de una generación de líderes políticos que ha decidido darse por vencido y, por lo tanto, conformarse con sacar el máximo provecho de las debilidades cognitivas de una población atrapada en ese primer escalón de la pirámide de necesidades enunciada por Maslow.

Lo más desconcertante de esta realidad es que todo el comportamiento social y político de esta capa mayoritaria de la población se ve envuelto y  condicionado a la posición que este conglomerado social ocupa en la escala de jerarquía de necesidades. De ahí que la conducta frente a la política no sea más que una cara de la múltiples facetas que se derivan de su pobreza material y espiritual. La indisciplina, el caos organizacional, la falta de conciencia sobre los deberes y derechos, la ignorancia, el enajenamiento moral, todos no son más que el resultado inevitable de su triste posicionamiento en la base piramidal.

Se concluye, entonces, que los partidos políticos en la República Dominicana que aspiren a llegar al poder por la vía de la acción seudo-democrática que ofrece el populismo clientelista, nunca serían la negación de la realidad prevaleciente en los sectores mayoritarios de la sociedad, sino su reafirmación y que, en consecuencia, la praxis de sus líderes políticos siempre estará orientada a sacar ventaja de los primitivos instintos de supervivencia de una masa votante cuyas aspiraciones no transcienden al derecho de comer.

Aquellos que, como lo hiciera el PLD de la época Juan Bosch, osaran presentar una concepción diferente de hacer la política, que no esté fundamentada en la satisfacción de esas necesidades primarias, irremediablemente estarían condenados a ser una eterna minoría, salvo que en esa sociedad se presenten las condiciones para que se produzca un salto dialéctico, como consecuencia del sentimiento nihilista existencial que produce la realidad de encontrarse en un camino sin salida, como sucedió en el pasado con aquellos  casos de  revueltas populares espontáneas que terminaron en grandes revoluciones sociales.

A raíz de este análisis, muchos estarían preguntándose que ¿cuál es el camino, entonces? ¿Seguir jugando con la pobreza de la mayoría? ¿Aceptar como un hecho irremediable aquel mundo de alienaciones y limitarse a sacarle provecho? ¿Seguir repartiendo engaños, en envueltos en funditas de comida y de toda clase de chucherías? ¿Continuar domesticando la voluntad de la gente con dinero y empleos?

Si ese es el camino a seguir, permítanme continuar en minoría.