Escuchar no es oír

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Se puede dejar de escuchar incluso cuando continuamos oyendo.
Se puede dejar de escuchar incluso cuando continuamos oyendo.

Con frecuencia se emplean indistintamente lo verbos oír y escuchar como si se tratara de un simple par de sinónimos que pueden alternarse según sea el gusto de quien los usa. Muy lejos de significar lo mis­mo, ambos tienen entre sí notables diferencias.

Oír es un fenómeno físico que forma parte del mundo de las sensaciones y percepciones. Para conseguirlo necesitamos en primer lugar tener aptitudes fisiológicas que nos permitan apropiarnos de sonidos que se están produciendo con determinada cercanía del sitio en que nos encontramos. Así, por ejemplo, oí­mos que alguien nos habla o que otros hablan entre sí. Podemos oír también que a nuestro alrededor se están originando rumores, ruidos —agradables, molestos, al­tos, bajos…— que emanan de situaciones que están teniendo lugar en el entorno en que nos encontramos.

Para oír solo tenemos que estar. Cuando oímos, las voces ajenas nos llegan sin que abandonemos los pensamientos en los que estamos inmersos, por eso se habla de que nos mantenemos pasivos si solamente oímos. Pero escuchar es otra cosa. Escuchar es un proceso activo que implica que adoptemos una postura, que nos dispongamos a entender lo que se nos está diciendo.

Para escuchar es preciso que nos importe hacerlo. Poniendo toda nuestra atención en lo que se nos dice, procuramos comprender el sentido de las palabras y evitamos que cualquier otro asunto nos entretenga. Para escuchar bien es preciso que todo el cuerpo esté en función de lo que se nos está comunicando, una percusión con las manos sobre la mesa, una mirada constante al reloj atentan contra nuestra atención.

Escuchar es, además de percibir palabras, captar el estado de ánimo del que habla y tener en cuenta inflexiones, tonos y ritmos de nuestro interlocutor, porque todos ellos son portadores de valiosos significados. Si lo tenemos de frente, pues implica también observar la gestualidad, una de las más fehacientes pruebas de la veracidad o falsedad de lo que se nos está anunciando.

Se puede dejar de escuchar incluso cuando continuamos oyendo.  Basta que te deje de motivar lo que estabas escuchando, que alguna distracción ocupe tu pensamiento, que te dispongas a no prestar más atención.

Notable es la distancia entre el “oigo” y el “entiendo”. El “oigo” significa el no haber ruidos para interrumpir el sonido que debe llegar a nuestro sentido. El “entiendo” pasa necesariamente por la escucha, en la que uno decidió, asoció, compartió, aprobó o desaprobó lo que se nos dice.

Para oír no es preciso involucrarnos ni realizar ningún esfuerzo. Nuestro sistema auditivo realiza su función sin que pensemos en lo que oímos, sin que lo razonemos ni le pongamos un ápice de nuestros propósitos.

Estas simples pero puntuales distinciones podrían quedarse en el plano del significado; pero lo cierto es que van mucho más allá del asunto lingüístico. No pocos desencuentros tienen lugar en nuestra vida cotidiana más que por desconocimiento de estas diferencias, por la indisposición para escuchar a los demás, que es a fin de cuentas de las dos, la que requiere de nuestro esfuerzo.

Más interesados en oírse a sí mismos que en escuchar con todos los sentidos a quien tiene algo que decirles, muchas personas interrumpen, presuponen lo que no ha sido enunciado, u ocupan el centro de la situación en la que se supone que les corresponde callar y procurar entender al otro.

Quienes así actúan subestiman el valor que tiene saber prestar la debida atención a las palabras ajenas y pueden hacer que se frustre tanto un intercambio de interés personal como uno que incumbe a muchos. Si esa falta de disposición caracteriza a quienes tienen el deber de conducir a la mayoría —dígase recepcionistas, secretarios o directivos…— pueden deteriorar con su actitud las mejores intenciones y proyectos de las instituciones que representan porque para conseguir el éxito resulta indispensable una buena comunicación que no es posible alcanzar cuando no se sabe escuchar.

Tan importante es escuchar como ser escuchados. Con­si­de­ra­da como la más difícil de las habilidades comunicativas la escucha es de las cuestiones que nos salva en nuestras batallas o de no efectuarse nos puede derribar.

El mayor problema que podamos afrontar se aligera si la persona que escogemos para ello se dispone a escucharnos. Semejante a compartir una pesada carga, el mal se alivia si quien nos escucha comprende, compara nuestra queja con alguna personal, valora nuestro comportamiento, o nos aconseja qué debemos hacer.

Si intentamos ser escuchados y no lo conseguimos podemos sentirnos subvalorados e incómodos y si por otra parte le restamos importancia a quienes nos solicitan atención con toda seguridad nos estamos perdiendo una parte importante del asunto al que, con solo haber sido convocados para escuchar, ya nos involucra.

El tema tiene mucha tela por donde cortar, desde múltiples ejemplos en los que se frustran las relaciones interpersonales por no saber escuchar ni ser debidamente escuchados, hasta aprender a emplear la palabra adecuada en cada situación comunicativa.

Para empezar no digamos: “Conecten el micrófono que no escuchamos” o “Hace rato se está escuchando tremendo ruido”. Algunos lo dicen porque no saben cómo es correcto, pero lo peor es que para muchos es una manera más culta de expresarse creyendo más simple el oír con sus respectivas conjugaciones.

Si por casualidad nos dirigimos a un público que ha venido para acompañarnos en la discusión de una tesis o en la disertación de un tema no le preguntemos cuando empecemos a hablar si se nos escucha. En todo caso comprobemos si se nos oye bien. Quienes hasta allí han llegado para ver lo que tenemos que decirles con toda seguridad se dispondrán a escucharnos poniendo en ese empeño además de sus energías toda su voluntad.

Y para concluir, pensemos en estos detalles que pueden parecer sutiles y —sin serlo— presenciamos o protagonizamos a veces sin ser conscientes de ello. Revisemos hoy mismo si somos escuchados debidamente, si sabemos escuchar. Pongamos en práctica tan noble afecto que de los efectos hablarán las garantías.

Tomado de Granma.cu

23 de julio de 2015