Doña Raquel tiene razón: no somos una “diáspora”

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Raquel Arbaje

POR ROLANDO ROBLES

Es un tema que yo renuncié a tratar de manera pública, o sea, a escribir, que es mi única arma de defensa personal. La polémica no forma parte de mis pertrechos de combate, porque eso de discutir en radio o televisión, no estoy tan seguro de que me de ventaja alguna, aunque a veces, me trabo en discusiones con ciertos especímenes que, por su ignorancia, me permiten alardear de “gran polemista”, que reconozco no lo soy .

Sin embargo, antes de colgar la toalla, lancé un ultimo desafío para los esnobistas, que son aquellos miles de papagayos que repiten la palabra “diáspora” sin siquiera reparar en lo que pudiera encerrar, ni las consecuencias que nos pudieran traer. Es verdad que el pueblo judío es heroico y valiente, por eso nuestra admiración por todo lo que implica la cultura hebraica; pero que los imitemos hasta en la forma de como ellos abordan sus desgracias, es un hecho ilegitimo para un pueblo que tiene costumbres propias. Yo diría que es hasta bochornoso.

Lo que hice fue, socializar una pregunta simple para los amigos que discuten el tema conmigo: ¿por qué somos una diáspora?, y cuando crean que tienen la respuesta, les digo, volveremos a hablar. Todavía espero por alguien que me acepte el reto. Y es así como guardo silencio oyendo los pronunciamientos, cada vez mas lastimeros de “brillantes comunicadores” y hasta profesionales con cierta formación, que argumentan -siempre en solitario- que si ya la Real Academia de la Lengua ha aceptado el término en cuestión como sinónimo de “grupo nacional que vive en el exterior”, no hay motivo para rechazarlo. Un infantilismo tan frágil como es jugar con un cocodrilo porque el niño cree que el reptil está durmiendo.

En realidad, el problema no es de simple semántica, porque sabemos que los idiomas son entes vivos, que evolucionan; y es conocido que las palabras pueden reflejar ideas que antes no estaban tan definidas. Por eso, hay que irse al origen del término y traerlo hasta el momento actual para ver que tanto hay de cierto en lo que significaba antes y lo que realmente puede significar ahora; y peor aún, lo que implica aceptar hoy, el valor que el término tenía en el pasado, cuando se estableció su uso.

AUTOR: Rolando Robles – Es escritor. Reside en Nueva York

Es una situación parecida -aunque los escenarios sean diferentes en época y espacio- a la que se vive hoy con la enmienda #2 a la Constitución de USA que fue propuesta en 1789 y aprobada mas de dos años después, en diciembre de 1791 y que aún sigue en efecto. En ese momento de la historia de esta gran nación, se justificaba que la gente estuviera “permanentemente armada”, por la densidad poblacional y de edificaciones y por los peligros que implicaba el libre tránsito. Pero hoy, ese argumento resulta ser  “absolutamente inválido” y las armas no pueden llegar a las manos de la gente común, sean niños o adultos, con la facilidad que se consigue un caramelo.

La analogía que quiero establecer entre estos dos acontecimientos tan distantes en el tiempo, es para mostrar cómo los hechos conforman, desde la respuesta legal hasta la manera de describir una circunstancia social que en determinado momento histórico tuvo una importancia trascendental. Y el lenguaje, que no es ajeno al discurrir de la sociedad, recoge y da nombre y apellido a todo lo que acontece.

La palabra “diáspora”, de origen griego antiguo, define el concepto de dispersión que afectó a una comunidad que hubo de abandonar su espacio vital en varias ocasiones a lo largo de los últimos veintiséis siglos. Algunas veces fueron expulsados, otras tantas tuvieron que auto exilarse y siempre, siempre trataron de reestablecerse, hasta que en el año de 1948, lograron reinstalar su nación, refundando el Estado de Israel. Solo por la lealtad que se le debe guardar a la historia, hay que señalar que los judíos siempre vivieron en esas tierras que hoy ocupan, al igual que los palestinos.

Pero lo que nos concierne hoy, no es desmenuzar la compleja historia del pueblo de Israel sino, la manera vulgar en que estamos abordando el asunto de la diáspora judía y el empeño de tantos dominicanos recalcitrantes que procuran, a como dé lugar, alzarse con un adjetivo que históricamente corresponde a los descendientes de Abraham. Aunque hay que precisar también que desde el 14 de abril de 1948, los judíos dejaron de ser una diáspora.

Este acto de genuflexión cultural, desdice mucho de los seguidores del pensamiento trinitario que, aunque primitivo y muy conservador, nos da herramientas suficientes para seguir forjando una nacionalidad dominicana. Aun y cuando nuestra nación no tiene los cinco milenios de existencia que han acumulado los judíos, llevamos sobre quinientos años construyendo nuestra identidad y es absolutamente inaceptable que los tiremos por la borda porque una buena parte de nuestros supuestamente educados hombres públicos no puedan resistirse a seguir la moda del momento: llamarnos y que nos llamen la diáspora dominicana.

Como presumo que esta discusión será larga, voy a cerrar esta primera exposición señalando solamente un par de detalles, a ver si se animan los “diaspóricos” de pacotillas y por lo menos investigan la significación de algunos hechos históricos.

  • Diáspora significa dispersión; y eso es lo que menos tenemos los dominicanos. Nosotros vivimos fuera del país en un barrio, batey o gueto; y siempre buscamos los dominicanos de vecinos
  • Nosotros no salimos forzosamente de nuestro país, como los judíos
  • Nada nos impide volver a Quisqueya con si le impedían a los judíos
  • Nuestro país no está ocupado por otras nacionalidades todavía, aunque los haitianos parecen tener esas intenciones
  • Las tradiciones nuestras no se basan en creer que estamos “pagando algo”, como si creen los judíos y el sufrimiento no lo asimilamos como un acercamiento a Dios

Lo último que quiero es agradecer a doña Raquel Arbaje, la Primera Dama, por ese consejo maravilloso que nos regaló el sábado 12 de agosto en el Consulado: “nunca permitan que nos digan diáspora… somos connacionales, dominicanos”; pero de ahí en adelante, el pleito es mío solamente; con su apoyo silente desde las gradas y si cree que lo merezco, me basta.

¡Vivimos, seguiremos disparando!