Fafa Taveras y sus singulares relatos en La Victoria

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POR JUAN CRUZ TRIFFOLIO

En aquellos momentos en que el cable de los torturadores dejaba de emplearse y la tranquilidad relativa reinaba en el ambiente carcelario denominado La Victoria, era frecuente que los presos políticos aprovecharán el tiempo, principalmente en horas de la noche, para disipar las presiones y tratar de aliviar los efectos de las agresiones físicas, evocando algunas de sus estampas del pasado.

Entre aquellos ingeniosos del relato y cuenta chistes que, con sus originales narraciones motivaban a la risa, apunta Ramón Alberto Ferreras, popularmente conocido como  Chino Ferreras, en su interesante obra Chapeo, se destaca el acucioso y locuaz hijo de Salcedo Rafael Antonio Taveras Rosario –Fafa-, militante  de la entonces izquierda revolucionaria dominicana.

El puntiagudo comunicador francomacorisano, autor de Jayael: El Hijo del Jaya, luego de asegurar que a Fafa, por el contenido de sus dudosas vivencias, “le tildan de hablador por no decir abiertamente embustero”, procede de inmediato a resaltar uno de los tantos relatos que con picardía verbalizara el otrora “peligroso reo salcededense”.

“-Cuando yo era pequeñito», -contaba Fafa Taveras- «era monaguillo de la iglesia de San Juan Evangelista de Salcedo, y los padres agustinos recoletos que la administraban, me llevaban en sus viajes a otras ceremonias en las zonas rurales. En uno de esos viajes fue tanto lo que rezamos y recogimos que de limosnas sólo reunimos una tonelada de monedas de un centavo cada una. Los padres me apodaban “Fierita” por despierto que yo era”.

Fafa Taveras

Destaca  Chino Ferreiras que luego de Fafa  revelar el anterior recuerdo de adolescencia, en una cama cercana a la suya, el economista Gerardo Taveras y Taveras, profesor universitario a quien deportarían hacia España días después, “con un lápiz y un cuaderno calculaba la cantidad exacta de centavos que entran en una tonelada”.

Resalta el polifacético escritor cibaeño “para terminar de poner bien claro que aquello no era más que un embuste mayúsculo”, que el aludido académico en prisión, agregó de manera pausada lo siguiente:

“Miren señores, además de lo enorme de la cantidad de centavos que dice Fafa haber recogido, no hay animal de carga que resista sobre sus lomos el peso de una  tonelada, al menos en este país”.

Luego de aquella narración, subraya el extrovertido comunicador de la provincia Duarte que, mientras era conducido a la Corte de Apelación de Santo Domingo, en los alrededores del Centro de los Héroes, junto a varios de sus compañeros de prisión, a consecuencia de un simple ejercicio de memoria en torno a las narrativas de ocurrencias que habitualmente daba a conocer con picardía Fafa Taveras, surgió el relato a continuación.

“-Una vez –decía la otra noche Fafa Taveras- iba yo en la cama de una camioneta con varios amigos míos de San José de los Conucos que me llevaron de cacería por campos de Villa Riva. Al llegar a Chiringo, venía una bandada enorme de cotorras que reverdecían todo el cielo. Cuando pasaron sobre las cabezas de los cazadores, estos dispararon varios tiros de escopetas a la vez, con tan mala suerte que no mataron ni una sola cotorra. Las cotorras siguieron su vuelo, pero desde ese momento empezaron a vocear a coro: “¡Comunistas!  ¡Comunistas!” y luego pasó otra bandada cotorril que, desde la lejos venía coreando a voz en cuello: “Viva Trujillo! “Viva Trujillo”, y los cazadores no se atrevieron a tirarles, no fuera a ser cosa que los metieran a la cárcel por dar muerte a algunos de aquellos animales tan trujillistas”.

Con estos párrafos, vale destacar que al margen de la creatividad, veracidad o el ingenio acuñado por el prisionero Rafael Antonio Taveras Rosario, lo cierto es que sus frecuentes exposiciones, realistas o no, parecen haberse constituido en una especie de válvula de escape para prisioneros obligados a compartir en un recinto saturado de inmundicias, donde delincuentes comunes y lumpenes, apadrinados por una jefatura policial sin escrúpulo y dignidad, aplicaban cuantos métodos de torturas consideraban imprescindibles para cumplir su rol de miserables serviles, sembrando la zozobra, el dolor y la muerte.

Fuera de cualquier otra consideración, es interesante subrayar, tal como así lo registra El Chino Ferreras, en ánimo de que se tenga una valoración precisa sobre qué significaba el principal centro penitenciario del país, conocido como La Victoria, durante los años de la década de los 70s del pasado Siglo, no olvidar unas declaraciones precisas y valiosas formuladas a la prensa nacional por Fafa Taveras, legendario líder de la izquierda del país.

Recuerda el versátil autor de Chapeo que tratando de equiparar, el distinguido político salcedense, tuvo el coraje de manifestar con valentía y  certeza, ante algunos acuciosos periodistas que lo cuestionaban,  que, “…en la cárcel de La 40 se torturaba al preso buscando una confesión o tratando de que aceptara una responsabilidad en hechos que no había cometido. En cambio, en La Victoria las torturas tenían el sadismo y bestialidad de antes, pero no para quebrar la voluntad de la víctima ni para lograr una confesión, sino por revanchismo político, por odio desbordado sobre hombres indefensos y  encarcelados”.

Por todo lo anterior, y como colofón de estos apuntes es deber reconocer que el connotado hijo de la otrora comarca de Juana Núñez, apreciado y caro compueblano, Taveras Rosario, así como trascendió en prisión por sus relatos chispeantes, generados por la creatividad y el interés de invitar a la alegría, también ha dejado indelebles huellas de compromisos ciudadanos dignos de la emulación y el reconocimiento de todos los buenos hijos de la patria de Duarte.

Negarlo sería una grosería que, sinceramente, rayaría en la blasfemia…