La flor y los colibríes en Jarabacoa

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Por Roberto Veras

Jarabacoa, LA VEGA.- En el tranquilo regreso desde la bodega hasta la cabaña de mi amigo Triffolio en Jarabacoa, un pequeño rincón del paraíso dominicano, fui testigo de una escena que despertó mi admiración por la naturaleza: una batalla entre dos colibríes en el jardín del Dr. Daniel Jiménez vecino de mi amigo Juan Cruz Triffolio.

Me detuve, cautivado por la danza frenética de estas diminutas criaturas, que parecían librarse en un combate aéreo por el dominio de un árbol de flores rojas. Era como si el universo se detuviera para contemplar su lucha, una batalla que seguramente había tenido lugar muchas veces antes, pero que para mí era un espectáculo completamente nuevo y fascinante.

La razón de su disputa era evidente: el árbol exhibía una sola flor de un rojo fluorescente, una invitación irresistible para estas aves tan particulares. Los colibríes, conocidos por su voraz apetito y su territorialidad, no estaban dispuestos a ceder tan fácilmente. Cada uno defendía su derecho al néctar y al espacio vital con una determinación impresionante.

Me maravillaba cómo estos seres tan diminutos podían ser tan feroces en su lucha, cómo sus alas batían con una velocidad casi imperceptible mientras se enfrentaban en un ballet aéreo que parecía desafiar las leyes de la física. Por un momento, me sentí parte de ese mundo natural, observando una pequeña pero intensa batalla por la supervivencia.

Finalmente, uno de los colibríes cedió, quizás agotado por el esfuerzo o simplemente reconociendo la futilidad de la lucha. Con un último zumbido, se apartó del árbol, dejando al vencedor disfrutar del dulce néctar de la flor. La paz volvió al jardín, y yo continué mi camino hacia la cabaña, con el corazón lleno de asombro y gratitud por haber sido testigo de tan hermoso espectáculo.

En ese breve momento, comprendí que en la naturaleza, al igual que en la vida, las batallas por el espacio y los recursos son inevitables. Pero también aprendí que la belleza y la armonía pueden surgir incluso de los conflictos más intensos, y que cada encuentro, por pequeño que sea, puede ser una oportunidad para maravillarse ante la grandeza del mundo que nos rodea.