Por Juan Cruz Triffolio
En la narrativa histórica de cada paraje, municipio o provincia del país generalmente se registran peculiaridades que por su originalidad y picardía merecen ser resaltadas en procura de que no mueran con el discurrir del tiempo.
Tal es el caso de Santiago de los Caballeros, el primer Santiago de América, principal demarcación de la fértil región del Cibao, una especie de cantero inagotable de historietas y anécdotas dignas de refrescar.
Como ejemplo de lo referido tal vez resulte interesante revivir la estampa narrada por el tipógrafo Nicanor Jiménez, en su obra Apuntes Inéditos sobre Santiago de los Caballeros, en torno a la llegada de Porfirio Herrera a la hoy denominada Capital del Cibao.
Resalta el acucioso costumbrista que cuando Porfirio Herrera llegó como procurador fiscal a Santiago era frecuente que sus pobladores se bañaran en el río Yaque del Norte “en traje adánico”, a pesar de existir una prohibición.
Destaca que los residentes en la parte alta de la ciudad se bañaban por El Peñón o Aserradero, cerca de donde existe hoy el mercado popular en la avenida Circunvalación.
En cambio, los pobladores de la parte baja, lo hacían por Los Borbones, no dejando de recordar que Escolástico Borbón tenía una barca para cruzar personas de un lado a otro del río Yaque, debajo del actual puente Hermanos Patiño.
Refiere Nicanor Jiménez que en una ocasión el procurador Porfirio Herrera se estaba bañando cuando llegó un policía y lo conminó a salir del río y que lo acompañara de inmediato a la comisaria.
El funcionario judicial, quien estaba enjabonado, le expresó al agente policial que le dejara quitarse el jabón.
Luego de permitido lo solicitado, Porfirio delante, el policía detrás, llegaron a la comisaria.
Antes que agente del orden público hablara, el procurador fiscal Porfirio Herrera le manifestó al comisario lo siguiente:
– Métame a este hombre en la cárcel.
Y se fue.
El policía sorprendido, preguntó:
– Quién es ese hombre..?
Y el comisario, sin pérdida de tiempo, contestó:
– Ese es el procurador fiscal.
Conocida esta estampa graciosa, ya ven ustedes, cómo muchas situaciones parecen indicar que en todos los tiempos algunas cosas lucen similares.
Finalmente, como colofón estos párrafos, procedemos a reproducir un episodio narrado por el cronista Nicanor Jiménez, teniendo como protagonista principal al abogado y comerciante Sinecio de Jesús Lafontaine, fundador de los periódicos El Repúblico y El Bien Público, quien terminó poniéndose de remate y fue encerrado en la fortaleza San Luis, donde vivió hasta finales del año 1886.
Resalta que en los tribunales, “los criminales campesinos” sorprendían a los jueces cuando “hablaban de Dalloz y citaban artículos del Código Penal y Procedimiento Criminal”
Ante el asombro de los magistrados se hicieron algunas investigaciones y se descubrió, para sorpresa de todos, “que Lafontaine, por una suma cualquiera, adiestraba los presos” y por tanto, se decidió despedirlo del recinto militar donde guardaba prisión.
A decir de Nicanor Jiménez, el loco célebre Lafontaine vivía como el Judío Errante, siempre tenía dinero, se entregaba, de vez cuando, a los mandamientos del Dios Baco y de repente “volvió a tino, pero siguió haciendo el papel de loco”.
Recuerda el costumbrista santiagués que, en una ocasión, siendo José de Jesús Álvarez ministro de Hacienda en el gobierno del General Ulises Heureaux –Lilís-, estaba Lafontaine por los alrededores.
En ese momento, Álvarez iba a montar su hermosa Victoria y Lafontaine aprovechó para gritarle a viva voz:
-He aquí el dinero de la nación convertido en casas, coches y yeguas americanas y dizque no hay ladrones..!!
Para suerte del pintoresco personaje de la Hidalga de los 30 Caballeros, lo dicho pasó como de un loco.
En definitiva, luego de proclamada esa verdad de Perogrullo, vale asegurar que en este mundo de Dios, “hay locos que no son locos y hay locos que locos son”, en el caso de Sinecio de Jesús Lafontaine, atrévase a definirlo…