A propósito del calificativo Chapita

0
99
Fue un atributo borrado de la oratoria dominicana por más de tres décadas que quizás pudo ser verbalizado confundiéndolo con el susurro que raya en el silencio en un hermético y aislado espacio del territorio nacional.
Fue un atributo borrado de la oratoria dominicana por más de tres décadas que quizás pudo ser verbalizado confundiéndolo con el susurro que raya en el silencio en un hermético y aislado espacio del territorio nacional.

Por Juan Cruz Triffolio

Sociólogo – Comunicador

[email protected]

Sobre el mote de “Chapita” dado a Rafael Leónidas Trujillo Molina existen variopintas aseveraciones.

Se ha oído decir que el calificativo viene desde aquellos tiempos en asistía a la escuela y en donde parecía estar dispuesto a realizar cualquier acción en procura de ser correspondido con “una chapa de naranja” para saciar su sed o hambre cotidiana

Otros, no menos expresivos, cuentan que la denominación en cuestión le fue acuñada al más tarde considerado “Padre de la Patria Nueva”, por su pasión en exhibir cuantas medallas y chapas pudiesen tener espacio en su pecho, al presentarse en público vestido con un impecable uniforme militar.

No ha de ser olvidado que el verdugo gobernante, en su caja torácica, parecía proyectar una verdadera ferretería para completar lo que algunos han calificado como “un disfraz de almirante francés“.

Y aunque sobre el epíteto en cuestión llueven múltiples y variadas conjeturas, lo cierto es que, ante la presencia del entonces bautizado como “Benefactor de la Patria”, la denominación “Chapita” brilló por su ausencia fundamentalmente porque sería una invitación a la irá de un monstruo con expresión humana capaz de cometer cualquier acto propio de la denominada barbarie.

Fue un atributo borrado de la oratoria dominicana por más de tres décadas que quizás pudo ser verbalizado confundiéndolo con el susurro que raya en el silencio en un hermético y aislado espacio del territorio nacional.

Hace unos días, leyendo la interesante obra “Las Fechorías del Bandolero Trujillo”, publicada por el boricua Francisco Girona, en 1937, la cual, -de haber circulado masivamente-, se hubiese convertido en “el primer libro contra la dictadura de Trujillo”, encontramos una versión muy llamativa y singular sobre el por qué al entonces considerado “Generalísimo y Perínclito de San Cristóbal” se le etiquetó, en sus años mozos,  el  remoquete “Chapita”.

Sugiere el escritor puertorriqueño Francisco Girona, un amigo de los exiliados anti-trujillistas residentes en la Isla del Encanto y quien para entonces era dueño y director del periódico satírico “Muñecos”, a propósito del calificativo “Chapita” que pudo haber surgido a consecuencia de uno de esos tantos hechos punibles  que encabezó y puso de manifiesto la falta de escrúpulo y honradez que en casi toda su vida privada y pública caracterizó a Trujillo.

La fechoría, evoca el comunicador en referencia, tuvo como escenario “el interior de un sagrado templo”.

Apunta que “Trujillo, con otros títeres de su pueblo, San Cristóbal, se metieron un día o una noche a robar en una iglesia”.

A seguida, con una precisión soberbia, Girona asegura que “Los sorprendieron, fueron arrestados” y en la declaración rendida ante el juez que entendió el caso, Trujillo reaccionó exclamando: “Señor juez: yo no me robé más que esta “Chapita”.

Dicho lo anterior, el incisivo periodista aclara de que hacía referencia a “una medalla aplastada” y que “desde ese día es que Rafael Leónidas Trujillo Molina quedó bautizado con el nombre de “CHAPITA”, calificativo que para ese entonces,  -piénsese que no había ocupado el solio presidencial-, lo enfurecía cuando se lo expresaban.

Definitivamente, así suelen ocurrir las cosas “en este mundo de Dios donde nada es verdad, nada es mentira, pues todo depende del color del cristal con que se mira”.

En pocas palabras, todo lo antes expuesto son lentejas, si usted quiere las toma o si no, las deja..!!

Por el momento, como expresa un apreciado amigo: Me basta..!!