Imbert Barrera y el festín nacional.

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IMBERT BARRERAPor Matías Bosch

Aquel día de 1965 en que John Bartlow Martin, embajador yanqui, fue a visitar a Antonio Imbert Barrera y le ofreció ser la cabeza de un gobierno contrario a la Revolución Constitucionalista y que amparara ilegítimamente la operación invasora en suelo patrio, Imbert pudo haber dicho que no. Pero dijo que sí, y se involucró en la primera fila del pérfido plan.

Tuvo la oportunidad de haber sido coherente con la superación de la política dictatorial y la sociedad injusta, y no lo hizo. Aunque su reputación ya estaba socavada por haber sido firmante del manifiesto de los militares golpistas de 1963, Imbert no reparó: aceptó y presidió el gobierno anticonstitucional y antipatriótico llamado de «reconstrucción nacional».

Digamos con claridad: bajo ese gobierno se cobijó de forma ilegal y corrupta la ocupación yanqui; se realizó la «Operación Limpieza» que masacró pueblo y combatientes en la zona norte de la capital, y dio guerra sin fin al Gobierno Constitucional de Caamaño. Ese “gobierno” incluso protestó los acuerdos de llegar a un armnisticio y designar un gobierno provisional, que finalmente sería el de García Godoy. La propia comisión de la OEA, bajo la égida yanqui, tuvo que reconocer los crímenes en masa que se cometieron y señalar la responsabilidad de Imbert Barrera y su «gobierno» en las atrocidades y violaciones cometidas.

Otro tanto se podría decir de por qué Imbert terminó siendo secretario de Estado de las Fuerzas Armadas bajo Joaquín Balaguer; y también sobre su cargo de jefe de la Rosario Dominicana, emblema de empresa minera despojada de escrúpulos en el daño ambiental y en la corrupción administrativa.

Imbert Barrera había participado de manera protagónica en el tiranicidio de 1961, y eso le había merecido ser designado héroe nacional y luego general. Pero nadie lo obligó después a ser un militar traidor a la Constitución y a la patria. Nadie lo obligó a ser funcionario de regímenes despóticos, corruptos y fraudulentos.

Mucho menos puede decirse que fue un error, como tampoco puede argüirse que no fue consciente de todas las implicaciones y consecuencias de sus actos. Las suyas fueron decisiones conscientes y voluntarias de trágicas e infernales consecuencias para la nación. Mientras Caamaño, Fernández Domínguez, Juan Miguel Román y Lora Fernández decidieron darlo todo por la Patria, Imbert Barreras decidió lo contrario.

Lo que heroificó a Imbert Barrera fue un hecho sublime, determinante en la Historia, pero no era un cheque en blanco, un blindaje para cometer todo desmán sin responsabilidad alguna o incluso victimizarlo por sus propios actos y sus propias decisiones.

Subrayemos entonces: Si Imbert Barrera se convirtió en gigante y héroe en 1961, dejó de serlo entre 1963 y 1965 y a partir de ahí se mantuvo siempre del lado de los que se benefician de las oportunidades cobijados por el poder, no de quienes se sacrifican por su país. En la Historia nacional es lo más parecido a Pedro Santana, espada independentista que luego devino en tirano, en enemigo a muerte de los fundadores de la Patria y en entreguista.

Los héroes no deben ser personas perfectas ni santas. Sencillamente porque esa clase humana no existe. Pero a los héroes debemos pedirles y reclamarles una mínima coherencia. Coherencia interna entre sus actos y decisiones, y coherencia entre su conducta y el bien de la colectividad, el bien de la nación que los han reconocido y exaltado. E Imbert Barrera estuvo del lado de abrir las puertas a la libertad en mayo de 1961, pero él mismo se ocupó de estar después del lado completamente contrario, no por omisión ni por casualidad, sino por obra concreta y libre albedrío.

Entonces ¿por qué el afán en seguir llamándolo héroe e incluso tratamiento de noble ex jefe de Estado?

¿Acaso después de 1961 no hubo Historia e Imbert Barrera no tuvo un lugar en ella?

¿Se puede honrar con tres días de Duelo Oficial al jefe del «gobierno de reconstrucción nacional» y al mismo tiempo honrar a los mártires, héroes y heroínas de Abril?

¿Pueden tener fotos como expresidentes, al mismo tiempo y en el mismo Palacio Nacional, Imbert Barrera y Francisco Alberto Caamaño?

¿Se puede honrar como «padre de la democracia» a Balaguer y como exmandatario a Donald Reid Cabral donde mismo se homenajea a Juan Bosch?

¿Es razonable que sea padre de la Patria Juan Pablo Duarte, que se glorifique a Gregorio Luperón, líder restaurador, y al mismo tiempo se trate como héroe Pedro Santana quien después de la Independencia desterró a Duarte, tiranizó el país y anexó la patria a España?

¿Por qué entonces nos escandalizamos cuando un capo mafioso del narcotráfico que actúa como padrino de un barrio o de un campo, verdadero santo de devoción local, sea tratado y enterrado como héroe nacional cuando muere a balazos, con bandera sobre el ataúd y todo? ¿Con qué cara hablamos luego de la supuesta «crisis de valores»?

A Imbert Barrera se le puede agradecer y reconocer. Y tiene todo el derecho a que sus familiares lo honren y los admiradores de la gesta de mayo de 1961 sigan considerándolo actor fundamental de ese acontecimiento.

Los argumentos que hemos expuesto no niegan nada de eso. Imbert hizo sus opciones…

Son quienes tienen la tarea de educar y liderar a la sociedad dominicana quienes parecen no querer optar y construyen una sociedad que aprende a estar «donde calienta el sol» y bien con Dios y con el Diablo, a la medida de una amoralidad capaz de todo, de investiduras que ponen a quienes las ostentan por encima de la responsabilidad, las consecuencias y por encima del bien y del mal… Un amargo reino de indefinición e indeterminación nacional, de relajo, «arroz con mango».

Un auténtico festín en que han convertido la memoria histórica nacional, que atenta contra las definiciones morales de todo un Pueblo ante su pasado y su futuro, poniéndola a merced de una industria de la política del olvido, la estupidización y el conformismo. El «na’ es na’ » y el «to’ es to’ «.

junio 2016.-