¿Qué se pretende…?

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Transcurridos 170 años de aquella gloriosa emancipación, tiempo más que suficiente para fraguar una identidad nacional de un pueblo indómito que rechaza cualquier interés malsanos y perversos, nos solidarizamos con la manera prudente, cautelosa, pero enérgico con que el presidente Danilo Medina actúa, convirtiéndose en un aguerrido defensor de nuestra soberanía ante quienes intenten ultrajarla.
Transcurridos 170 años de aquella gloriosa emancipación, tiempo más que suficiente para fraguar una identidad nacional de un pueblo indómito que rechaza cualquier interés malsanos y perversos, nos solidarizamos con la manera prudente, cautelosa, pero enérgico con que el presidente Danilo Medina actúa, convirtiéndose en un aguerrido defensor de nuestra soberanía ante quienes intenten ultrajarla.

Por CARLOS R. ALTUNA TEZANOS

La globalización trajo consigo un desmedido proceso migratorio, en donde las distancias, los obstáculos y el peligro mágicamente desaparecieron, haciendo a la vez cualquier lugar en el mundo alcanzable, en el que las diferencias culturales, sociales y económicas tienden a tomar otro sentido y matiz. Movimientos humanos que normalmente provienen de naciones marcadas con características de poco desarrollo, pobreza extremas o que se encuentran enmarañadas en conflictos internos, personas que desafían todo por alcanzar un lugar adecuado para vivir dignamente y en paz.

A principios del 2014, la Unión Europea anida en su frontera sur una tensión inmigratoria engendrada al norte del continente africano, específicamente en las posesiones españolas de Ceuta y Melilla, donde a diario suceden avalanchas de seres provenientes desde Marruecos, territorio que se ha transformado en un lugar de tránsito de inmigrantes subsaharianos en su éxodo a Europa, situación que acarreó a que millares de personas queden atascadas de manera ilegal en ese país pobre.

Para contener este fenómeno, el pasado primero de enero, el rey Mohamed VI dispuso la ejecución de un “Proceso de Regularización de Inmigrantes” con una duración de un año, y de acuerdo a datos del Ministerio del Interior de Marruecos, en su nación viven entre 10,000 a 15,000 ilegales provenientes de los países más pobres del África. Este inédito proceso de regularización de inmigrantes indocumentados es un hecho sin precedente en ese continente, en el cual las autoridades auscultaron a 10,000 ilegales, de los cuales solo 416 han obtenidos sus tarjetas de residencia.

Sin embargo, el contexto coexistente en República Dominicana no es similar al que sucede en Marruecos, por múltiples razones que citaré a modo de ilustración. En nuestro país el número de indocumentados residiendo ronda el millón y medio, en cambio ellos apenas tienen 15,000; Marruecos posee un territorio de 446,550 km= en comparación a los 48,442 km=. De igual manera, según publicación del Fondo Monetario Internacional (2012), los marroquíes tienen un PIB de US$170,774 millones (Puesto 57 del mundo), mientras que el nuestro PIB es de US$98,835 millones (Puesto 71), entre otros datos.

Aunque ambos países se encaminan al desarrollo, la diferencia es que el primero ejecuta un “Plan Regulatorio” a fin de solucionar una problemática migratoria que el tiempo tiende a gravar, y que perjudica directamente a España y países de la Unión Europea. En cambio nosotros aún permanecemos enmarañados en la aplicación de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que busca regular el estatus de todo indocumentado residente en territorio nacional, mientras este dictamen que continúa en controversia debido a presiones ejercidas endógenas y exógenas de ONGs, y de los amigos locales e internacionales de Haití, que interactúan en consonancia a la aviesa y perversa campaña explayada desde el mismo gobierno vecino, con el objetivo de hacer variar el alcance de una sentencia, que más que menoscabar los derechos de los inmigrantes indocumentados, facilita las vía para obtener la residencia o nacionalidad de manera legal y amparado bajo la jurisprudencia vigente.

Nadie discute que hemos aceptado históricamente el diálogo como medio de solucionar desavenencias con Haití o cualquier nación, actuando dentro del respeto mutuo y acorde con las normas internacionales que rigen las relaciones entre los estados, dejando espacio para que ambos gobiernos puedan reunirse en dos ocasiones tras la sentencia 168-13, para tratar la problemática existente que afecta unilateralmente a República Dominicana. A diferencia de Marruecos, no somos territorio de tránsito sino, país de residencia de más de millón y medio de extranjeros de manera ilegal.

Pero mientras las Comisiones Bilaterales de Haití y República Dominicana conversan y negocian amigablemente, el presidente Michel Martelly, aprovecho su visita a Washington para nuevamente denostar nuestro país ante la OEA, ¿con que pretensión? Para colmo, aparece subrepticiamente en el escenario sociopolítico que vivimos un grupo evangélico, encabezado por un exdiplomático haitiano y pastor anglicano, que aunque convive con nosotros, tiene idiosincrasia y reservas diferentes a las nuestras, pregonando un lema altamente provocador: “Tomando Nuestro Territorio”. Yo me pregunto: ¿qué pretenden?

TNT son las abreviaturas de un explosivo bastante inestable, el trinitrotolueno, casualidad; si es casualidad, ciertamente no sé que se pretende, pues es evidente que la aptitud y acciones de sus autoridades, no se ajustan ni corresponden al espíritu de entendimiento iniciado y propiciado por los dominicanos. Este seudo movimiento religioso, que se vislumbra organizado y con soporte logístico, podría generar un repudio espontáneo de una población que ha sido afable, receptiva y tolerante ante los ciudadanos de esa nación, quienes aún siendo indocumentados en su propio territorio, les hemos brindado hospitalidad sin importar su estatus.

Transcurridos 170 años de aquella gloriosa emancipación, tiempo más que suficiente para fraguar una identidad nacional de un pueblo indómito que rechaza cualquier interés malsanos y perversos, nos solidarizamos con la manera prudente, cautelosa, pero enérgico con que el presidente Danilo Medina actúa, convirtiéndose en un aguerrido defensor de nuestra soberanía ante quienes intenten ultrajarla.