Lenin

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Las revoluciones no son caminos de rosas, se hacen a contramarcha, enfrentadas al poder superior, a las aparentes fuerzas de los cambios revolucionarios. Lo que asombra de esos procesos telúricos es que echan por tierra toda predicción de quienes, considerándose en estado de gracia, posan de profetas o agoreros del apocalipsis, desde terrazas donde contemplan las tardes apacibles. En la Revolución de Octubre, mientras algunos se dedicaban a la tertulia sobre la revolución, Lenin se dedicaba a organizarla.

Las revoluciones no surgen por generación espontánea, a la burguesía hay que derrotarla en combate desigual. En aquel entonces, a la terrible confusión de tendencias, fuerzas y partidos, unos partían de la imposibilidad de lograrlo si no era simultáneamente en una operación, al parecer global, que era impracticable. En la Revolución de Octubre, mientras algunos apelaban a interpretaciones dogmáticas de lo posible, Lenin se dedicaba a coronarla.

Las revoluciones enfrentan fuerzas colosales desde afuera. La burguesía internacional tiene un sentido trasfronterizo de clase en el que nunca se confunde. Identifica de inmediato quién es el enemigo terrible contra su orden injusto de cosas, y contra él concentra todas sus fuerzas restauradoras. En la Revolución de Octubre, mientras algunos no abandonaban la vanidad del aldeano, Lenin se concentraba en derrotar la agresión externa.

Las revoluciones imponen decisiones tremendas. El estado de sitio hace inevitables sacrificios de los cuales, su comprensión inmediata no es evidente, su eficacia no está garantizada de antemano, y el horizonte de victoria se desdibuja de manera continua. En la Revolución de Octubre, ante la inminencia de la derrota en el frente de guerra mundial, Lenin hizo el pacto más terrible ante las tropas alemanas. Ante el escándalo de algunos que gritaban que la revolución estaba acabada, Lenin se percató de que esta era la única forma de salvarla.

Las revoluciones imponen reevaluar las circunstancias. La realidad es aquello que persiste cuando nos negamos a reconocerla. No hay dogma que aguante la marcha de los acontecimientos. En la Revolución de Octubre, cuando la realidad impuso la necesidad del cambio, Lenin adoptó los cambios económicos que garantizaran seguir andando. La nep le llamó, y no dudó en argumentar la necesidad de reinstaurar determinadas condiciones capitalistas para salvar el socialismo. Mientras otros gritaban que los días del poder soviético estaban contados, Lenin, con paciencia, iba adaptando lo que se necesitaba hacer, a las condiciones cambiantes de la realidad. Sin sucumbir a los agoreros de la restauración, ni a los dogmáticos de la ilusión pura.

A cien años de su fallecimiento, ¿quién le teme a Lenin? No son los pueblos, no son los revolucionarios, no son los comunistas. Aquí en Cuba, lo celebramos en la inmensidad múltiple de su estatura.